El aroma a café flotaba en el aire cuando Darren recibió el mensaje de Leiah:
“Hoy tengo el día libre. ¿Lista para elegir muebles horribles juntos?”
Él sonrió con el móvil en la mano, como un adolescente ilusionado.
Veinte minutos después, ya la esperaba en la entrada del edificio. Ella bajó del taxi con gafas de sol, una coleta alta y una energía contagiosa. Se detuvo frente a él con una sonrisa burlona.
—¿Estás seguro de querer exponer tu gusto frente a mí? Tengo una opinión muy crítica sobre sofás mal tapizados.
—Y yo tengo muy buena tolerancia a las críticas si vienen con esa sonrisa —respondió Darren, abriéndole la puerta del auto.
Subieron juntos y durante el trayecto hablaron de todo y de nada. Se sentía fácil, natural, como si llevaran años compartiendo domingos sin apuro. En la tienda, Leiah se convirtió en una tormenta encantadora. Tocaba cada tela, probaba cada silla y hacía comentarios que lo hacían reír a carcajadas.
—Este sillón me grita “soledad elegante de millonario”