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Capítulo 5. A su encuentro

Llegar a esa casa revivía los recuerdos al instante...

Darren recordaba ese día. Llegó temprano del colegio. Había prometido portarse bien. Incluso ayudaba a los vecinos a podar jardines por unos pocos dólares, con la esperanza ingenua de ver feliz a su madre. Sabía que ella no estaba bien. Bebía demasiado, a veces pasaba horas frente a la ventana, con la mirada perdida como si su alma flotara lejos.

Esa tarde verían una película juntos. O al menos, eso creyó.

La casa estaba demasiado silenciosa. La canción que su madre repetía cada tarde ya no llenaba el aire. El silencio era absoluto. Y aterrador. La buscó por todos lados hasta que llegó al jardín trasero.

Primero vio la silla caída. Luego, el cuerpo de su madre balanceándose como un péndulo. Supo al instante que estaba muerta. Su rostro, ya apagado en vida, era ahora del color de la nieve. Le tocó las piernas: heladas.

No lloró. Quizá, en el fondo, ya lo presentía. Su madre hablaba con frecuencia de lo mucho que odiaba vivir. Aun así, fue como si algo dentro de él se apagara también.

Entró en la casa y buscó el teléfono para llamar a emergencias. Fue entonces cuando encontró la carta. Estaba sobre la mesa, con su nombre escrito en la portada. La escondió bajo su ropa, sin saber que con los años se convertiría en su brújula.

Las autoridades hablaron de buscar a su padre, pero Darren se adelantó. Ocultó la única foto que podía darles una pista. Mintió. Dijo que no lo conocía.

Pero sí lo conocía.

Su madre le había contado. De cómo la sedujo siendo apenas una adolescente. De cómo la obligaron a casarse con él. De cómo la humilló, la traicionó, la usó. De cómo, cuando ella pidió el divorcio, la golpeó y la despojó de todo: del apellido, del estatus, de su dignidad… y casi también de su hijo. Nunca lo reconoció legalmente. Decía que Darren no era suyo.

Pero lo era. Y Darren lo sabía. Su madre se lo había probado. Junto a esa carta estaba la prueba. No había perdón para ese hombre. Solo un odio silencioso que crecía con los años.

El orfanato fue un infierno. Los niños eran crueles. Algunos se burlaban, decían que su madre lo había preferido morir que verlo. Al principio, esas palabras lo rompían. Luego aprendió a callarlas. A golpes, si era necesario.

Allí conoció a Johan. Un niño flaco y tímido, blanco fácil para todos. Lo seguía como una sombra. Darren al principio lo ignoraba. Pero Johan no se alejaba. Era persistente. Constante. Fue ganándose su lugar.

Cuando Darren fue adoptado por Colbert, un hombre mayor y millonario sin hijos, insistió en que también ayudara a Johan. Colbert aceptó. A todos les dijo que Darren era su hijo no reconocido y pronto le dio el apellido. Le enseñó sobre negocios, poder, estrategia. Fue lo más parecido a un padre que tuvo.

Años después, Darren compró la antigua casa de su abuela. Enterró a su madre en el jardín trasero, bajo una lápida con peonías blancas talladas en mármol. “Siempre serás mi hogar”, decía la inscripción.

Cada cuatro de diciembre volvía. Colocaba flores sobre la tumba. Se sentaba con dos copas y una botella de whisky. Una para él. Otra para ella.

Pero esa vez fue diferente. Había algo nuevo en su vida. Un poco de luz. Estaba Leiah.

— Mamá quiere hablarte de alguien - le dijo a la silla vacía...

***

Un par de dias despues, llamo a Johan, sin respuesta, no le habia reportado nada y el comenzaba a desesperarse, no podia ser tan dificil encontrar a una chica, de pronto su teléfono se encendió con un mensaje de Johan. Una foto. Ella. La había encontrado.

Johan había contactado con Camila, fue dificil, ella solo accedió a cambio de una promesa de recomendación académica y cierta compensación económica. La describió como una joven ambiciosa, que usaba su belleza para escalar socialmente. Dijo que jugaba con un tal Stefan, un estudiante brillante de medicina.

Pero Johan, escéptico, decidió comprobarlo por sí mismo. La vigiló durante tres días. Observó su rutina: universidad, trabajo, bicicleta, casa. La vio rechazar propinas excesivas, ofrecer ayuda a una compañera sin recursos, salir del café con un gesto cansado pero honesto. Nada en su actitud coincidía con las palabras de Camila.

Entonces le envió la foto a Darren, acompañada de una advertencia:

—La información de Camila podría estar manipulada, pero igual debes conocerla. Ella no parece una cazafortunas, pero uno nunca sabe. Tal vez esta metida en algo.

—¿Como que?

—He visto el mismo coche negro varias veces. La sigue desde la universidad hasta casa. Ella lo ha notado. Tiene miedo.

Darren cerró los ojos con fuerza. Algo raro rondaba a esa chica, pero no adivinaba que, y si era honesto, no impedia que quisiera verla.

—Estoy en camino —dijo finalmente. Su voz era un filo de acero.

—Te espero en el hotel. Ya tengo la dirección exacta del café. Pero cuidado, hermano. Si lo que sospechamos es cierto, esto es más que una simple búsqueda.

Darren asintió. Reservó un vuelo inmediato. Mientras empacaba, pensó en la carta de su madre. En la promesa que le hizo. Y en los ojos de Leiah aquella noche.

Nada sería sencillo. Pero nada valioso lo era.

***

Horas depues Darren esperaba en el café junto a Johan

—No deberías estar aquí —dijo Darren, molesto, sin quitar la vista de la entrada.

—Es tu primer gran encuentro con mi cuñada. No me lo perdería por nada.

La mesera se acercó con el menú, sonriendo exageradamente y tocando el brazo de Johan de manera coqueta.

—Pidan lo que quieran —dijo, sin dejar de mirarlo.

—Te llamaremos si es necesario —respondió Darren con tono cortante.

Estaba empezando a desesperarse cuando la vio llegar. Su cabello rubio brillaba bajo el sol de la tarde, su piel clara se había sonrojado por la prisa... o quizá por la bicicleta. Su corazón comenzó a martillarle el pecho con fuerza. Era ella. Por fin.

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