Mundo ficciónIniciar sesiónLucia Corbell despierta en una lujosa cama de hospital, sin recuerdos de su vida. A su lado, su querido padre le revela una noticia desconcertante: está casada con un hombre… o al menos eso afirman todos. Algo dentro de ella se rebela. Nada encaja. Cada palabra, cada mirada, cada gesto parece ocultar un secreto. Lucia siente que vive en una realidad construida a su alrededor, una farsa perfecta donde todos conocen un papel… menos ella. Y mientras la verdad intenta abrirse paso entre las sombras. Sin recuerdos que la guíen, su mente es una página en blanco. Confusa y atrapada en un laberinto de incertidumbre,Lucia comienza a cuestionar cada palabra, cada gesto, buscando pistas en los fragmentos rotos de una vida que no reconoce como suya ¿Quiénes son realmente las personas que la rodean? ¿Le están diciendo la verdad? Aunque la mentira se disfrace de mil formas, la verdad siempre encuentra el modo de desenmascararse
Leer másLa oscuridad de la noche.
Los destellos azules y rojos del cielo brillaban como estrellas fugaces, anunciando mi destino. Sábado, 20:45 El crepúsculo se extendía sobre la ciudad, pintando el cielo con tonos de naranja y rosa mientras el sol se deslizaba lentamente hacia el horizonte. El zumbido monótono de la ciudad se rompió de pronto con el rugido de un motor que se aproximaba, su presencia anunciada por el estruendo de los neumáticos sobre el asfalto. Era un sedán negro, reluciente bajo la luz del atardecer; sus líneas elegantes y aerodinámicas cortaban el aire con una gracia amenazante. El coche avanzaba con determinación por las calles, su figura imponente destacando contra el cielo encendido. Dentro, el conductor, con la mirada fija en su objetivo, saboreaba cada instante antes de desatar la tormenta que se avecinaba. Sus manos se aferraban con firmeza al volante. La calma tensa se quebró cuando el acelerador se hundió con fuerza y el vehículo se lanzó hacia adelante con una ferocidad contenida, listo para la caza. Mientras tanto, en un deportivo azul, una mujer sentía la adrenalina correr por sus venas al enfrentarse al peligro que se aproximaba. Con un rápido movimiento, pisó el embrague, sintiendo la respuesta inmediata del motor. La velocidad se convirtió en su aliada. El viento agitaba su cabello mientras la brisa fresca de la tarde acariciaba su rostro. Su vestido negro ondeaba a su alrededor. El coche se acercaba cada vez más; la amenaza era palpable. Con cada segundo, el peligro crecía, empujándola a alcanzar velocidades aún mayores en su desesperada carrera por escapar. Presionó el pedal del acelerador hasta el fondo, sintiendo la poderosa respuesta del motor rugiendo bajo su control. Cada vez más cerca. Tenía que escapar. Dentro del coche, con determinación, alargó la mano hacia la pantalla digital del panel de control. Sus dedos se deslizaron con rapidez por la superficie táctil, navegando por el menú hasta encontrar la opción que buscaba. Con un leve clic, se reveló una guantera secreta oculta detrás. Sin dudarlo, extendió la mano y sacó un arma. El metal frío contrastó con el calor de su palma. Activó la función de manos libres. —Ma bella, ¿qué está pasando? —preguntó una voz al otro lado de la línea. —Va detrás de mí. Lo sabe todo. —Mierda. —Hubo un momento de silencio, seguido por un tono urgente—: No hagas nada. Mantente a salvo y no te detengas por nada. Voy a encontrarte, ma bella. La carretera se desplegaba ante ella. Una curva cerrada apareció de repente, desafiando su habilidad y su coraje en plena persecución. El coche negro, como un depredador implacable, aceleró para cerrar la distancia. El rugido ensordecedor del motor llenó el aire mientras se lanzaba hacia adelante con ferocidad. Ella apretó los dientes y sujetó el volante con fuerza, enfrentando la curva con determinación. Pero antes de completarla, el coche negro la embistió con violencia desde atrás, golpeando su vehículo y enviándolo fuera de control. El deportivo azul giró violentamente, se salió de la carretera y terminó detenido al borde de un acantilado. El caos reinó en el interior del habitáculo mientras ella luchaba por mantenerse consciente. Su corazón latía con furia. Sin pensarlo dos veces, se lanzó fuera del coche, saltando hacia la oscuridad que se cernía bajo el acantilado. El aire frío de la noche azotó su rostro mientras caía en picada, su cuerpo golpeando contra las rocas y la arena con un estrépito sordo. Un segundo después, la explosión estalló con un estruendo ensordecedor. Por un instante eterno, el mundo pareció detenerse. El resplandor envolvió todo a su alrededor: las rocas, la arena, el mar, las estrellas parpadeantes en el cielo nocturno. El sonido distante de sirenas la sacó de su aturdimiento. Con un esfuerzo sobrehumano, logró incorporarse y salir tambaleante hacia la carretera. El fuego cegaba sus ojos mientras intentaba orientarse en medio del caos. Todo a su alrededor parecía confuso y borroso, como si estuviera atrapada en un sueño febril. El mundo se desvaneció a su alrededor, dejándola sola en la oscuridad de su propia mente. La luz desapareció, dejando tras de sí una sombra aún más profunda. Y así, en la quietud opresiva de la oscuridad, su cuerpo quedó inmóvil sobre la arena fría del acantilado, mientras el tiempo se deslizaba lentamente, sin fin y sin principio. La noche la envolvió por completo, y los destellos azules y rojos volvieron a cruzar el cielo como estrellas fugaces, presagiando su destino.La ciudad dormía más allá de los ventanales, pero en su pecho el insomnio se había instalado. Lucía se removió entre las sábanas, incapaz de conciliar el sueño. La casa estaba en silencio, tan perfecta y ordenada que parecía un escenario vacío. Se levantó con cautela, encendiendo apenas una lámpara de mesa. Caminó hasta el vestidor y abrió la puerta despacio, cuidando de no hacer ruido. Allí, entre los tonos beige, las prendas dobladas al milímetro y el olor a rosas, guardó la foto dentro de su bolso. La deslizó con cuidado en un bolsillo interior, sabiendo que nadie revisaría allí. Ese espacio era suyo, y en una casa donde todo parecía intocable, era el único rincón que podía considerar seguro. Se quedó quieta unos segundos, con la mano aún dentro del bolso. Podía sentir su propio pulso acelerado, el temblor leve en los dedos. Guardar aquella imagen parecía un acto simple, pero dentro de ella sabía que era peligroso. Cerró el bolso con firmeza, como si sellara un secreto.
Lucía permaneció inmóvil, sosteniendo la fotografía. El silencio se hizo tan denso que podía escuchar el latido de su corazón, golpeando con fuerza dentro de su pecho. La respiración se le volvió corta, y por un instante, la habitación —su habitación— dejó de parecer un refugio. El peso de la caja en su regazo era insoportable. El arma, oculta bajo el paño negro, parecía observarla, como si aguardara el momento exacto para recordarle quién era. “¿Quién eres realmente, Lucía?”, resonó en su mente como un eco lejano. Se levantó despacio, con la fotografía aún entre los dedos. La llevó hasta la ventana, buscando bajo la luz del atardecer algún detalle más, algo que le ofreciera una pista. Y lo encontró. En una esquina de la foto, apenas visible, había una inscripción: Han River, Seúl. Las letras, garabateadas a mano, eran suyas. Lo supo de inmediato. Esa caligrafía elegante y precisa… no dejaba lugar a dudas. Su corazón se aceleró. —Corea… —murmuró, como si pronunciar
La ciudad se deslizaba ante ellos, y aunque Lucía estaba al mando, no podía ignorar la sensación de que él estaba allí, observándola, listo para intervenir si algo salía mal. El viaje, aunque bajo su control, estaba lejos de ser relajante. Siguió las indicaciones del GPS, conducía despacio y observaba una ciudad desconocida ahora para ella. Al girar una calle, frenó bruscamente al ver un coche deportivo delante suyo. —Señora... —se giró al mirarlo. —¿Qué quiere? —sujetó el volante con fuerza. —No recuerda absolutamente nada —insistió él. —Ya le he dicho que no —replicó Lucía. La tensión entre ambos flotaba en el aire, y Lucía no pudo evitar preguntarse cuánto sabía realmente Ethan… y cuánto de su presencia era mera protección… o algo más. El portón de la casa de su padre crujió al abrirse, y Lucía frunció el ceño al escuchar el chirrido, un sonido que evocaba recuerdos de su infancia y de otras visitas que ahora parecían tan lejanas. Entró por el gran camino de grava mie
—Ma bella, ten cuidado. —La voz era un susurro, cálido, lleno de ternura. Unas manos acariciaban su rostro con una delicadeza que dolía. —Pronto todo esto terminará. Ella hundió el rostro en su pecho, como si pudiera detener el tiempo y quedarse a su lado para siempre. —Tú y yo nos iremos muy lejos de todo esto. Él levantó su cara con suavidad, rozó sus labios con los suyos en un beso breve, cargado de promesas. —Es una promesa. El eco de esas palabras se desvaneció entre el sonido de un motor y el estallido del viento. El calor de aquel abrazo se transformó en frío. Muy frío. Luego, silencio. Y la oscuridad se abrió paso, tragándolo todo. Todo giraba dentro de su cabeza como fragmentos de un rompecabezas que no lograba armar. —¿Quién eres…? —susurró al aire, con la voz rota. Luego, más bajo, temerosa—: ¿Quién soy yo? El reloj marcaba las 3:17 a. m. Lucía se levantó despacio, con el corazón todavía acelerado. Caminó hacia el espejo del dormitorio y se o
El portero se apresuró a abrir la puerta, inclinándose con una cortesía medida. Lucía observó el lugar desde la ventanilla: una fachada de cristal y acero, balcones con jardineras impecables, el tipo de sitio que parecía demasiado perfecto para ser real. —Bienvenida a casa —dijo James, rompiendo el silencio por primera vez en todo el trayecto. Giró el rostro hacia ella, esbozando una sonrisa leve. —¿Estás bien? Lucía lo miró, algo sorprendida por la pregunta. Era la primera vez que la hacía en semanas. —Sí… solo me siento cansada —respondió, intentando sonar segura. Pero la forma en que él la observó, con esa mirada escrutadora y tranquila, le hizo saber que no le creía. Aun así, no dijo nada. Se limitó a asentir con una sonrisa cortés. —Podrás descansar cuando te muestre tu habitación —dijo con voz suave. ¿“Tu habitación”? La palabra le rozó la mente como una brisa helada. ¿No dormían juntos? ¿No eran marido y mujer? Sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
Durante las semanas que siguieron, el hospital se convirtió en su mundo entero. Días y noches se confundían bajo la misma luz blanca, y el tiempo pasaba con la lentitud de una gota cayendo. Lucía apenas hablaba; se limitaba a mirar por la ventana, a veces intentando reconocer su rostro en el reflejo, otras, simplemente evitando pensar. Por las tardes, siempre a la misma hora, James aparecía. Traía algún libro y casi siempre una caja de chocolates. Chocolates negros, rellenos de licor. Lucía los odiaba. El amargor le revolvía el estómago y el aroma del alcohol oscuro le resultaba insoportable. Aun así, cada vez que él llegaba con una sonrisa y la caja envuelta en cinta dorada, ella fingía agradecimiento. —Tus favoritos —decía él, con ese tono suave y seguro. Ella los miraba y se preguntaba: ¿De verdad eran sus favoritos, o acaso antes le gustaban? ¿Podía un esposo no saber algo tan simple? “Esposo” todavía le parecía tan extraño pronunciar aquella simple palab





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