Capítulo 4. El príncipe
Leiah limpiaba las mesas del café por enésima vez esa noche, aunque ya no había nadie. El reloj marcaba las 9:47 p.m., y sus pies, que parecían de plomo, rogaban por descanso. La compañera encargada del cierre había llamado enferma, así que a ella le tocó cubrir. Otra hora extra no planeada, pero necesaria: era inicio de mes y las cuentas no esperaban.Mientras pasaba el trapo por la última mesa, pensaba en su tarea pendiente y en lo bien que le haría una ducha caliente. No es que no pudiera pedirle ayuda a sus padres, pero ya podía escuchar la voz de su padre resonando en su cabeza: "Estudiar arte fue una estupidez. Si al menos te hubieras casado con el hijo de uno de mis socios..."El mismo sermón de siempre. Él no entendía su mundo, ni sus sueños, ni su rechazo visceral a Marcus, su prometido impuesto. En cambio, Leiah soñaba con libertad, con pintar lo que sentía y no lo que le dictaban. Y, más recientemente, soñaba con aquel chico de Los Cabos.Ese recuerdo era ahora su refugio y
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