Eva Yang soñaba con una vida sencilla junto al hombre que amaba, Kevin Park, el hijo del jardinero. Pero todo cambió cuando su madre enfermó y su padrastro la obligó a comprometerse con un poderoso abogado para salvar la empresa familiar. Destrozada y con el corazón roto, Eva traicionó públicamente a Kevin para protegerlo, fingiendo que nunca lo amó. Él desapareció humillado… pero no la olvidó. Cinco años después, Eva vive atrapada en un matrimonio sin amor y llena de secretos. Su hijo está enfermo, la verdad sale a la luz, y su esposo la deja sin nada. Al borde del abismo, acepta vender la empresa familiar a un desconocido que promete salvarla. Pero ese desconocido resulta ser Kevin… ya no el joven humilde que conoció, sino un empresario frío y poderoso que ha regresado por una sola razón: Venganza.
Leer másEl monitor del corazón marcaba un ritmo lento, constante, cruel.
Eva apretaba la mano de su madre, dormida bajo el efecto de un sedante. Su piel, antes radiante, se había vuelto pálida y el cabello que tanto cuidaba ahora yacía apagado, frágil, sin vida. Una lágrima rodó por la mejilla de Eva y cayó sobre la sábana blanca como una confesión muda. Se sentía rota. Vacía. Asustada. —Por favor, mamá… —susurró con la voz quebrada, acariciándole la frente—. No me dejes… No ahora…Te necesito. Pero su madre no respondía. Solo su respiración mecánica llenaba la habitación. Era un sonido que perforaba el alma. El reloj marcaba las tres de la madrugada. Afuera, la lluvia caía con fuerza contra las ventanas del hospital, como si el cielo también llorara con ella. Eva sollozó más fuerte, llevándose las manos a la cara para ahogar el sonido. No quería que nadie la viera así, tan vulnerable, tan destrozada. Entonces la puerta se abrió con un clic seco. La figura que entró era alta, impecablemente vestida. Un traje gris oscuro, el reloj de marca brillando en la muñeca, la mirada fría como el mármol. —¿Todavía llorando? —dijo el hombre con desdén. Eva se puso de pie con brusquedad, limpiándose el rostro. Era su padrastro, Li Zhen, el nuevo esposo de su madre desde hacía quince años. Un hombre que nunca la quiso, que siempre la trató como una carga. Pero eso a ella nunca le importo, siempre que su madre y su hermanita estuvieran bien. —¿Qué haces aquí? —preguntó con la voz temblorosa. —Vengo a darte la única solución que tienes para salvarle la vida —respondió, cerrando la puerta tras de sí. Caminó hasta quedar frente a ella, sacando de su chaqueta un sobre blanco que dejó caer sobre la pequeña mesa del hospital—. Ese es el contrato de matrimonio con Ren Luo. Lo firmas, y el dinero para el tratamiento estará en manos del médico mañana por la mañana. Eva palideció. —¿Qué…? ¿Qué estás diciendo? —Lo que oíste. Tu madre necesita una operación urgente. Quimioterapia, medicamentos, cuidados intensivos… Nada de eso es barato. Y tú lo sabes. Yo no pienso gastar un solo centavo en ella, a menos que cumplas tu parte. —¿Mi parte? ¡¿Quieres venderme?! —gritó, sin importarle si la escuchaban— ¡No soy un objeto! Li Zhen no se inmutó. Ni un parpadeo. —No es venta. Es un acuerdo. Una alianza. Un matrimonio con Ren Luo asegura que esta familia vuelva a tener el estatus que perdió. Él es abogado, joven, influyente… Es la oportunidad de oro. Y más vale que lo tomes. Eva negó con la cabeza, las lágrimas cayendo de nuevo. —Yo… yo no puedo, me niego…No puedo casarme con alguien por dinero. Te volviste loco. Li Zhen soltó una carcajada seca, sin una pizca de humor. —¿Entonces piensas casarte con Kevin? ¿El hijo del jardinero? ¿Ese pobre muerto de hambre? Adelante, cásate con él y deja morir a tu madre. Eva lo fulminó con la mirada, con el corazón retumbando en su pecho. —¡Él me ama! Y yo a él. No te atrevas a hablar así de él. ¡Tú no entiendes lo que tenemos! Entonces, el rostro de Li Zhen se endureció. Su voz se tornó grave, venenosa. —Escucha bien, niña malcriada. Si no firmas ese contrato antes del amanecer, me encargaré personalmente de arruinarle la vida a ese idiota. Voy a despedirlo a él a su padre. Que no encuentre trabajo en ningún lado. Lo humillaré. Lo arrastraré por el barro hasta que sepa lo que es atreverse a tocar algo que no le corresponde. Incluso soy capaz de eliminarlo de esta tierra tu eliges preciosa. Eva retrocedió, como si sus palabras fueran puñales. —No… no harías eso… —Oh, claro que sí. —Se inclinó hacia ella, con una sonrisa cruel—. ¿Crees que no tengo medios? Tengo amigos en todas partes. En la policía, en la prensa… Haré que desee no haber nacido. Solo tienes que firmar y nadie saldrá herido. El silencio fue abrumador. Solo el pitido lento del monitor llenaba la habitación. Eva miró a su madre. Su madre que yacía inconsciente, con la vida colgando de un hilo. Su madre, que nunca aprobó su relación con Kevin, pero que aun así… era su madre. Su pecho se contrajo. Sintió que el aire le faltaba. —Esto no es justo… —susurró. —no puedes obligarme. Li Zhen se enderezó y caminó hacia la puerta. —La vida no lo es, querida. Aprende eso rápido si quieres sobrevivir. Tienes hasta el amanecer. De lo contrario tu madre morirá y tu novio será borrado del mapa. Y sin más, salió, dejándola sola con su desesperación, su llanto ahogado y un contrato que pesaba más que cualquier sentencia. Eva cayó de rodillas junto a la cama, abrazando la mano de su madre con fuerza. En su interior, algo se rompió. Y en su pecho, donde antes habitaba el amor, comenzaba a formarse la primera grieta de un futuro lleno de dolor. Traicionar a Kevin iba a dolerle en el alma. Pero ¿qué otra opción tenía? ¿Ver morir a su madre por un capricho suyo? Las lágrimas corrían por sus mejillas pálidas sin detenerse, silenciosas pero furiosas. Le ardía el pecho, como si cada sollozo le quemara los pulmones. Quería gritar, quería huir… pero no podía. Estaba atrapada en una jaula sin barrotes, hecha de obligaciones, chantaje y amor. El tipo de amor que más duele: el que te obliga a destruir lo que más amas. Abrazó la mano de su madre con desesperación, como si pudiera absorber su fuerza, como si pudiera encontrar en ella una respuesta, una salida. Pero su madre dormía. Aletargada por el dolor, por las pastillas, por el cáncer que avanzaba sin freno dentro de su cuerpo como una sombra cruel. Eva no tenía a nadie más. No tenía un padre presente. No tenía una familia que la apoyara. Solo su madre y su hermana pequeña, de apenas once años, a la que protegía como si fuera su propia hija. Ellas eran su mundo. Su todo. Y ahora, ese mundo se derrumbaba a sus pies como un castillo de arena. Kevin... Kevin era su luz, su refugio, su esperanza. Recordó sus brazos rodeándola bajo el cerezo del jardín. Sus besos torpes y dulces. Las promesas al oído. Las risas compartidas mientras soñaban con escapar a otro país, con tener una casa pequeña y un amor grande. “Nos vamos este sábado”, le había dicho él, con los ojos llenos de emoción. “Nos casaremos en secreto. Será nuestro nuevo comienzo, Eva.” Ella también lo había soñado. También había empacado sus cosas en silencio, con el corazón palpitando fuerte. Pero ahora… Todo eso se había roto. El cielo comenzaba a teñirse de un gris suave, y los primeros rayos del amanecer asomaban tímidamente por la ventana del hospital. La luz no traía esperanza, no traía consuelo. Solo hacía más visible el dolor. Solo dejaba al descubierto la desesperanza. Se puso de pie lentamente, como si su cuerpo pesara toneladas. Caminó hasta la mesita donde su padrastro había dejado el sobre blanco. Lo miró con rabia, como si el papel tuviera vida propia. Como si pudiera hablarle y recordarle que su libertad ya no le pertenecía. —Maldito seas… —susurró entre dientes—. Maldito seas por obligarme a esto. Sus manos temblaban mientras rompía el sello del sobre. El contrato era claro, frío, impersonal. “Acuerdo de compromiso entre la señorita Eva Yang y el abogado Ren Luo.” Todo estaba ya organizado. Firma aquí. Firma allá. Solo su nombre faltaba. Solo su consentimiento escrito. ¿Consentimiento? Qué ironía. Era como firmar su sentencia. Como entregar su alma a cambio de una vida. ¿Era eso justo? No. Pero era necesario. Eva se mordió el labio con fuerza hasta que sintió el sabor metálico de la sangre. Sentía náuseas. Sentía rabia. Sentía miedo. Pero, sobre todo, sentía una tristeza tan profunda que no había forma de ponerla en palabras. Tomó el bolígrafo de su bolso. Se acercó al contrato. Y firmó. Una vez. Dos veces. Tres veces. Con cada trazo, sintió que algo dentro de ella moría. Como si su corazón se partiera en fragmentos silenciosos que nadie podría volver a juntar. Cuando terminó, dejó caer el bolígrafo como si le quemara la piel. El papel quedó manchado con una lágrima que cayó justo sobre su nombre. Era oficial. Ya no había marcha atrás. Eva volvió a sentarse junto a la cama, observando a su madre. Le acarició el cabello, como si así pudiera borrar todo el sufrimiento. —Lo hice por ti… —susurró, cerrando los ojos con fuerza—. Perdóname, Kevin… Por favor, perdóname… Pero sabía que él no lo haría. Sabía que, cuando descubriera la traición, lo destrozaría. Y no solo a él. A ambos. Porque si algo tenía claro, era que no volvería a amar a nadie como lo amaba a él. Nunca. El sol terminó de asomarse en el cielo. Y con él, el alma de Eva quedó cubierta por una sombra que la acompañaría por el resto de su vida.Ren caminaba con paso firme por la alfombra roja, de la mano de su amante, una mujer joven y elegante que parecía disfrutar del destello de las cámaras tanto como él. Los flashes iluminaban su rostro sonriente, dándole un aire de hombre intachable, exitoso y feliz. El murmullo de los periodistas crecía a su alrededor, hasta que uno de ellos, un joven con micrófono en mano lanzó la pregunta que todos querían escuchar:—Señor Luo, ¿es cierto que se divorció de su esposa?El silencio se hizo por un segundo. Ren, sin perder su sonrisa ensayada, se acomodó la chaqueta y respondió con voz grave, cargada de falsa nostalgia:—Sí, es verdad. Siempre fui un hombre atento a mi familia, siempre lo di todo… pero a veces, para algunas mujeres, eso no es suficiente.Los murmullos se intensificaron. Los periodistas acercaron más sus grabadoras y cámaras. El joven reportero, oliendo la primicia, insistió:—¿Quiere decir que hubo una traición por parte de su exesposa?Ren suspiró teatralmente, bajando
La habitación blanca del hospital parecía cada vez más fría. Eva estaba sentada al borde de la cama de su hijo, acariciando suavemente su frente húmeda por la fiebre. Oliver apenas respiraba, su pecho subía y bajaba con dificultad, y su piel estaba tan pálida que parecía casi transparente. Las lágrimas de Eva se acumulaban en sus ojos, pero se obligaba a sonreír cada vez que su pequeño abría los párpados y la miraba con debilidad.La puerta se abrió y el doctor entró con un semblante serio, cargando una carpeta en la mano. Su voz, grave y sin rodeos, cayó como un balde de agua helada.—El tiempo se agota, señora. Necesitamos el dinero de la operación o él no podrá sobrevivir. Además… —hizo una pausa, bajando la mirada— la cuenta del hospital sigue pendiente.Eva sintió que la tierra se abría bajo sus pies. Se mordió los labios con rabia y tristeza, intentando controlar el temblor de su voz.—No se preocupe, doctor. Lo conseguiré mañana por la mañana. Se lo prometo.El hombre asintió c
La mansión se alzaba imponente frente a ella, igual de fría y distante como siempre. Eva apretó contra su pecho los papeles del contrato que había rechazado firmar, sintiendo que el peso de aquel maldito documento se aferraba a su alma como una cadena invisible. Cada paso hacia el interior le resultaba un suplicio, como si el aire en aquel lugar fuera más denso, más hostil.El eco de sus tacones resonaba en el mármol pulido, y con cada sonido se le aceleraba el corazón. Sabía que estaba entrando a la boca del lobo, que suplicar no era digno, pero ¿qué otra opción tenía? Oliver necesitaba un trasplante, un tratamiento urgente, y la desesperación la empujaba a humillarse, aunque eso implicara hundirse aún más.Cuando cruzó el umbral del salón principal, la vio. Su madre estaba allí, de pie, con un vestido impecable y el rostro rígido como una estatua de mármol. Sus ojos no reflejaban ternura ni consuelo, solo dureza.—Mamá… —susurró Eva, la voz quebrada, como si esa palabra pudiera derr
El hospital se había vuelto su segundo hogar. Las sábanas frías, los pasillos silenciosos y el olor a desinfectante ya no le parecían extraños a Eva. Oliver seguía luchando, con su pequeño cuerpo conectado a sondas y máquinas, y ella no podía permitirse llorar más. Su hijo necesitaba un tratamiento costoso, uno que no podía pagar. Ren se lo había llevado todo. Cada centavo. Cada bien.Con el corazón apretado, Eva tomó la decisión más dolorosa: poner en venta la empresa, no tenía nada más.Dos días después de subir el anuncio, recibió una oferta inesperada. Una suma millonaria, más alta de lo que imaginó posible. No había detalles, solo un nombre: “Sr. W.”El corazón le latía con fuerza. Dudó. ¿Y si era una trampa? ¿Una nueva jugada de Ren? Pero necesitaba el dinero. Su hijo estaba primero. Siempre.Debía de pagar las facturas del hospital.Aceptó reunirse con el comprador en una sala privada de un exclusivo hotel de la ciudad. El lugar estaba lleno de seguridad. Al llegar, vio varias
Esa tarde, después del trabajo, Eva tomó el automóvil y condujo hasta la mansión de su madre. La enfermedad había mermado su cuerpo, pero, cada día se veía mejor. El color había regresado ligeramente a sus mejillas, y sus ojos brillaban con más fuerza. Verla así le provocó un nudo en la garganta. Se sentía aliviada.—Eva, querida —dijo su madre con una sonrisa cansada al verla entrar—. Llegas justo a tiempo. Pensé que no vendrías hoy.Eva se acercó a ella y la abrazó con cuidado.—Claro que sí, mamá. Solo que… tuve un día difícil en la oficina.La mujer frunció los labios.—¿Y Ren? ¿No vino contigo? Tienes un esposo adinerado, no es necesario que trabajes.Eva titubeó. No podía decirle que estaba con otra mujer, probablemente en un hotel o en su propia oficina.—Está muy ocupado. Una junta de último minuto —mintió sin pestañear—. Pero preguntó por ti esta mañana.Su madre suspiró con satisfacción.—Ese hombre… salvó a nuestra familia de la quiebra. Nunca lo olvides, Eva. Deberías cuid
Estaba lloviendo en el exterior, una lluvia fina y persistente que golpeaba contra los ventanales con un murmullo constante, como si el cielo también estuviera llorando por ella.Eva miraba su reflejo en el espejo. Llevaba un hermoso vestido blanco, bordado con delicadas perlas y encaje. Su cabello, recogido con precisión, dejaba ver un rostro que parecía sacado de un cuento de hadas… pero ni siquiera ella podía reconocerse. Aquella mujer frente a ella no era feliz. Era solo una sombra, una prisionera en seda.Sus manos temblaban al ajustar el velo. Un nudo de angustia le apretaba la garganta y gruesas lágrimas rodaron por sus mejillas pálidas, arruinando poco a poco el maquillaje que tanto se habían esforzado en perfeccionar.La puerta se abrió sin previo aviso.Su padrastro ingresó en la habitación, con su habitual porte autoritario. Sus ojos la recorrieron de arriba abajo, evaluándola como si fuera una mercancía lista para ser entregada. Al ver su rostro empapado en lágrimas, frunc
Último capítulo