Esa tarde, después del trabajo, Eva tomó el automóvil y condujo hasta la mansión de su madre. La enfermedad había mermado su cuerpo, pero, cada día se veía mejor. El color había regresado ligeramente a sus mejillas, y sus ojos brillaban con más fuerza. Verla así le provocó un nudo en la garganta. Se sentía aliviada.
—Eva, querida —dijo su madre con una sonrisa cansada al verla entrar—. Llegas justo a tiempo. Pensé que no vendrías hoy. Eva se acercó a ella y la abrazó con cuidado. —Claro que sí, mamá. Solo que… tuve un día difícil en la oficina. La mujer frunció los labios. —¿Y Ren? ¿No vino contigo? Tienes un esposo adinerado, no es necesario que trabajes. Eva titubeó. No podía decirle que estaba con otra mujer, probablemente en un hotel o en su propia oficina. —Está muy ocupado. Una junta de último minuto —mintió sin pestañear—. Pero preguntó por ti esta mañana. Su madre suspiró con satisfacción. —Ese hombre… salvó a nuestra familia de la quiebra. Nunca lo olvides, Eva. Deberías cuidarlo más. Ser una buena esposa. A veces te veo tan apagada… como si no lo valoraras y eso no es bueno, hay tantas gatas al acecho. Eva sonrió, con los labios, no con el alma. —Lo valoro, mamá —murmuró—. Solo estoy cansada. —Cansada estarías si te hubieras casado con ese don nadie —soltó la mujer, como una flecha sin piedad—. Ese… ¿cómo se llamaba? —Kevin —dijo Eva en un suspiro. —Kevin, sí. Imagínate. Viviendo en la ruina. Tú, tu hijo y ese muerto de hambre. ¿Qué futuro habrías tenido? Ninguno. Gracias a Ren, sigues siendo alguien. Eva no respondió. Sintió cómo el pecho se le apretaba con fuerza. Como si su propio cuerpo la castigara por seguir callando, por fingir que todo estaba bien. —Voy al baño —dijo con voz suave, antes de que su rostro la delatara. Caminó con pasos lentos por el pasillo hasta encerrarse en el baño. Apoyó ambas manos en el lavamanos de mármol y se miró al espejo. Lo que vio la desarmó. Una mujer vacía. Sin luz en la mirada. Con lágrimas acumuladas que ya no sabía cómo sostener. Y lloró. En silencio. Lloró por Kevin. Por su hijo. Por su matrimonio. Por ella misma. Por la niña que alguna vez soñó con ser feliz. La que ahora solo sobrevivía día a día, atrapada en una vida que no eligió, pero que aceptó por amor. Se lavó el rostro con agua fría, respiró hondo y volvió a la sala con una sonrisa fingida. Como siempre. 🌹🌹🌹🌹 Oliver jugaba de un lado a otro, corriendo por el jardín. Reía mientras perseguía una mariposa, descalzo, con los rizos despeinados por el viento. Su risa era el único sonido que podía calmar el corazón de Eva. —Ten cuidado, Oli —le gritó desde la terraza—. No vayas tan lejos. —¡Estoy bien, mamá! —respondió él sin dejar de correr. Eva observó a su hijo con ternura. Tenía los ojos de Kevin, igualitos. Cada vez que lo miraba era como enfrentarse a su pasado. A su pecado. A su verdad. La tarde avanzó lentamente. Las sombras empezaban a cubrir el césped cuando Eva notó que Oliver ya no reía. Se había detenido a mitad del jardín y se llevaba las manos al pecho. —¿Oliver? —preguntó ella, incorporándose. El niño dio un paso, luego otro… y se desplomó. —¡Oliver! —gritó Eva, lanzándose por las escaleras sin pensar, corriendo hacia él como si la vida se le escapara en cada zancada. Lo alzó en brazos. Estaba pálido, con los labios morados. Temblaba. —¡Ayuda! ¡Por favor, alguien que me ayude! 🌹🌹🌹🌹 Minutos después, ya estaban en urgencias. Eva no soltaba la mano de su hijo ni por un segundo mientras lo conectaban a los aparatos. Sentía el corazón a punto de estallar. Las enfermeras la obligaron a esperar fuera de la sala mientras los doctores lo examinaban. —Por favor… por favor, que esté bien… —repetía en un susurro una y otra vez. Su madre, pálida, había avisado a Ren apenas vio la escena. Cuando él apareció, entró como una tormenta por las puertas del hospital. —¿Qué pasó? —gritó al llegar—. ¡¿Qué tiene el niño?! Eva no pudo ni mirarlo. —Se desvaneció… empezó a temblar… no sé… —murmuró, en shock. Ren se pasó las manos por el cabello, nervioso, caminando de un lado a otro. —Maldita sea… si algo le pasa a ese niño, te juro que… Eva lo miró entonces. Y por primera vez en años… sintió miedo. Miedo de la verdad que estaba a punto de salir a la luz. Porque Oliver estaba en peligro. Y con él… el secreto que había guardado durante cinco largos años. 🌹🌹🌹🌹 Las luces del hospital eran frías, impersonales. Eva se encontraba en la sala de espera con la mirada fija en la puerta del quirófano. Los minutos parecían horas mientras su pequeño, su mundo, luchaba en una camilla. Ren estaba a su lado, caminando de un lado a otro, enfurecido, inquieto. —¿Por qué tarda tanto? —refunfuñó, pasándose la mano por el cabello. Eva no respondió. Su pecho se sentía como si lo hubieran atravesado con mil cuchillos. Tenía miedo, culpa… todo al mismo tiempo. Finalmente, la puerta se abrió y el doctor salió con el rostro sombrío. —¿Cómo está mi hijo? —preguntó Ren, dando un paso al frente. El médico lo miró con pesar. —El niño está estable… pero necesita un trasplante. Ya hicimos los exámenes de compatibilidad. Usted no es su padre biológico, señor Luo. El silencio cayó como un rayo. —¿Qué? —Ren palideció, y luego giró lentamente hacia Eva, que se había quedado paralizada. —No puede ser… —murmuró él—. ¡Dime que eso no es cierto, Eva! Ella bajó la cabeza. Las lágrimas se deslizaban por su rostro, pero no dijo ni una palabra. —¡Respóndeme, maldita sea! —Ren gritó, fuera de sí. —Lo siento… —susurró ella—. Yo… no quería que esto pasara… La bofetada fue brutal. Eva cayó al suelo, sujetándose la mejilla ardiente mientras sus ojos se llenaban de más lágrimas. —¡Eres una desgraciada! —escupió Ren—. ¡Una mujer sin corazón, una maldita mentirosa! ¿Cómo te atreviste a jugar conmigo? ¡A hacerme criar al bastardo de otro! Maldita bruja. —¡Basta! —gritó una enfermera al acercarse—. ¡Esto es un hospital! —Este matrimonio fue un contrato respondió Eva. No fue por amor te lo recuerdo. —Maldita —la sujeto del brazo con fuerza —pagaras por esto, te hare llorar lágrimas de sangre. —me utilizaste a tu antojo maldita zorra. Ren no dijo nada más. Se alejó furioso, con los ojos llenos de rabia. Horas después, Eva volvió a la mansión para recoger algunas pertenencias. Estaba agotada, emocionalmente destrozada. Al llegar, los guardias no la dejaron pasar. —Lo siento, señora Eva. Tenemos órdenes estrictas. Ya no vive aquí. —¿Qué…? ¿De qué estás hablando? —preguntó, confundida. Uno de los hombres le mostró un documento. La mansión había sido vendida esa misma tarde. Ren se había deshecho de todo, de los autos, de la casa, y de cualquier cosa que llevara su nombre. —¡No puede ser! —susurró ella —. ¡Ésta es mi casa! —Lo siento —repitió el guardia con frialdad—. No podemos dejarla pasar. En ese instante, su teléfono sonó. Era la asistente de la empresa. —Señora Luo, el señor Luo…vino hoy. Tomó todos los fondos de la empresa, vació las cuentas y dejó una nota. Dice que esto es solo el comienzo de tu castigo. Eva sintió que el piso se abría bajo sus pies. Habían trabajado juntos en una firma de abogados, les iba bien, pero en ese momento Ren se había llevado todo el dinero dejándola en la calle. Incluso se había atrevido a arruinar su reputación frente a la sociedad, como le esposa infiel y traidora. —¿Qué? ¡Eso no puede ser legal! —Ya llamamos a los abogados, pero… todos los documentos estaban firmados por ti. El señor Luo los manipuló antes. Está todo perdido. Eva cayó de rodillas en la acera, abrazando a si mismo con fuerza. La noche caía lentamente sobre la ciudad, pero dentro de ella solo había oscuridad. Lo había perdido todo: su hogar, su empresa, su estabilidad. Y peor aún, el padre de su hijo no sabía que existía… y el hombre con el que se casó solo quería verla destruida. Mientras la brisa movía su cabello mojado por las lágrimas, Eva apretó los dientes. No podía rendirse. Por su hijo.