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Condiciones de compra

El hospital se había vuelto su segundo hogar. Las sábanas frías, los pasillos silenciosos y el olor a desinfectante ya no le parecían extraños a Eva. Oliver seguía luchando, con su pequeño cuerpo conectado a sondas y máquinas, y ella no podía permitirse llorar más. Su hijo necesitaba un tratamiento costoso, uno que no podía pagar. Ren se lo había llevado todo. Cada centavo. Cada bien.

Con el corazón apretado, Eva tomó la decisión más dolorosa: poner en venta la empresa, no tenía nada más.

Dos días después de subir el anuncio, recibió una oferta inesperada. Una suma millonaria, más alta de lo que imaginó posible. No había detalles, solo un nombre: “Sr. W.”

El corazón le latía con fuerza. Dudó. ¿Y si era una trampa? ¿Una nueva jugada de Ren? Pero necesitaba el dinero. Su hijo estaba primero. Siempre.

Debía de pagar las facturas del hospital.

Aceptó reunirse con el comprador en una sala privada de un exclusivo hotel de la ciudad. El lugar estaba lleno de seguridad. Al llegar, vio varias camionetas negras estacionarse en la entrada. De ellas descendieron más de cincuenta guardaespaldas vestidos de negro, todos con auriculares y expresión seria.

Eva tragó saliva.

Luego bajó él.

Al verlo, su mundo se detuvo. Jamás pensó que volvería a verlo. La vida le jugaba una mala pasada otra vez, su corazón se estrujo de dolor, recordó cuanto sufrió por su ausencia, pero él estaba allí de nuevo.

—¿Kevin…? —susurró, paralizada.

El hombre que tenía frente a ella ya no era el joven de sonrisa cálida que conoció. Era un dios oscuro, elegante, imponente. Traje negro a medida, mirada de hielo, presencia dominante.

Cuatro abogados lo rodeaban. Él caminó hacia ella con lentitud, con una expresión que no revelaba emoción alguna. Se sentó al frente, en silencio, mientras uno de sus hombres dejaba un grueso contrato sobre la mesa.

—¿Tú eres el comprador? —preguntó Eva, aún sin poder creerlo.

—¿Sorpresa? —respondió él con una sonrisa sin humor —No finjas alegrarte por verme, eres buena fingiendo algo que no sientes. Viene para cumplir la promesa que te hice hace cinco años.

El corazón de Eva se estrujo de dolor, recordaba muy bien sus palabras aquella noche en la fiesta.

—¿Qué estás diciendo? Déjame explicarte. No todo es lo que parece. —intento excusarse.

Kevin entrecerró los ojos. Su voz fue fría como el acero:

—No quiero escucharte. Firmaré el contrato de compra. Te daré el dinero que necesitas con tanta urgencia. Pero con una condición, Eva… tú vienes incluida.

El silencio fue tan espeso que podía cortarse con un cuchillo.

—¿Qué…?

—Así como lo oyes. —Kevin se reclinó con calma—. No me interesa solo la empresa. Te quiero a ti también. Como parte del trato. Como un objeto más de mi colección.

—¡Estás enfermo!

—¿Enfermo? No, preciosa. Solo estoy cobrando una vieja deuda. ¿O pensaste que te fuiste así como así, sin consecuencias? Me dejaste cuando más te necesitaba. Me cambiaste por otro. Fuiste una desgraciada. Y ahora, el karma te trajo de vuelta a mí… arruinada, desesperada y rogando por dinero. Justo como lo imaginé.

Eva apretó los puños. Su corazón latía desbocado. Las lágrimas querían salir, pero no se lo permitiría.

—No soy una cosa. No soy parte de ninguna colección.

Kevin se inclinó hacia ella, tan cerca que podía sentir su aliento.

—No aún. Pero lo serás… Tu reputación esta por los suelos y no estas acostumbrada a vivir de migajas, no es verdad.

Sintió que el mundo se le venía encima. Tenía dos caminos: su dignidad… o la vida de su hijo.

—Tómate tu tiempo —añadió él, con una sonrisa cruel.

El contrato seguía ahí. Sobre la mesa. Pesado, tentador, maldito.

Y Eva… no tenía salida.

🌹🌹🌹🌹

Eva caminaba por el pasillo del hospital con la carpeta en la mano, los ojos nublados por lágrimas contenidas. El contrato pesaba más que cualquier otra cosa que hubiese cargado en su vida. Apretaba los dedos contra el cuero del portafolio como si eso le diera fuerza para no desmoronarse.

Alexandre la vio desde la sala de espera. Al verla pálida, temblorosa, se acercó de inmediato.

—¿Qué pasó? —preguntó preocupado, posando una mano en su hombro.

Eva no respondió. Solo le entregó el contrato.

Él lo abrió, leyó los primeros párrafos y frunció el ceño con una mezcla de confusión y rabia.

—¿Esto es una broma?

—No tenía opción —murmuró ella, con la voz rota—. Kevin me odia…

—¿Y tú piensas aceptar esto? —exclamó, alzando el contrato—. ¿Venderte a él como si fueras una propiedad?

—No me deja alternativa —susurró, mirando al suelo—. Lo único que le importa es castigarme.

—Habla con él, Eva. Explícale lo que pasó. Dile que...

—Lo intenté, Alex —lo interrumpió ella, levantando la mirada—. Lo miré a los ojos y supe que no hay nada en él… solo rencor. Me ve como una traidora. Como una cualquiera. Y no lo culpo.

—¡Pero tú lo amabas! ¡Y te obligaron a dejarlo! Él tiene que saberlo.

—No quiere saber la verdad. —Las lágrimas brotaron, silenciosas—. Él cree que lo traicioné. Y quizás... quizás lo hice. Me fui sin pelear. Me rendí. No me defendí. No lo busqué. Lo dejé solo. Él recuerda eso… no mis razones.

Alexandre apretó los dientes, impotente.

—Dime que no vas a aceptar esta locura.

Eva desvió la mirada, sus manos temblaban.

—Mi hijo está muriendo, Alex. ¿Qué otra opción tengo? Kevin puede pagar el tratamiento. Pero solo si yo me convierto en su… pertenencia.

—¡No eres una pertenencia, Eva!

—Pero él no lo cree así. Para Kevin, yo le debo algo. Y esta es su forma de cobrárselo.

Alex se acercó más a ella, con una desesperación que no podía ocultar.

—¡Eva, escúchame! ¡Ese niño no solo es tu hijo! ¡Es suyo también!

La mirada de Eva se congeló. Por un segundo, el mundo pareció detenerse.

—Juraste guardar el secreto —le recordó ella con un hilo de voz—. Juraste que nunca se lo dirías.

Alexandre bajó la cabeza. Sí, lo había jurado. Años atrás. Cuando Eva, con el corazón roto y el vientre creciendo, le suplicó que guardara silencio. Él la amaba como a una hermana y juro guardar el secreto… era el amigo leal, el confidente, el que calla, aunque por dentro se rompa.

—Lo hice por ti… y por Oliver. Pero tal vez… ya no es momento de callar. Tal vez decirle la verdad sea la única forma de salvarlos.

Eva negó con la cabeza, con la voz temblorosa:

—Kevin no debe de saber de mi hijo, es lo mejor, si quiere destruirme puede hacerlo, no me importa.

—Esto es injusto Eva y lo sabes, no puedo quedarme callado.

Eva se derrumbó. Cayó de rodillas, tapándose el rostro mientras sollozaba sin consuelo. Alexandre se agachó a su lado, envolviéndola en un abrazo que no podía curarla, pero al menos le recordaba que no estaba sola.

—Lo extraño, Alex… —susurró, entre lágrimas—. Lo extraño tanto… pero no queda nada de él. Ya no es el hombre que yo amé. Ese Kevin… está muerto.

—Quizás —dijo él suavemente—. Pero a veces… solo hace falta una chispa para revivir lo que el odio ha apagado.

Ella alzó la mirada, hecha pedazos.

—¿Y si no hay chispa?

Alexandre suspiró.

—Entonces, Eva… tendrás que convertirte en fuego.

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