Kevin regresó al departamento al anochecer.
El eco de sus propios pasos fue lo primero que notó. Ese silencio… ese maldito silencio que antes le había parecido descanso, ahora le resultaba insoportable.
Miró a su alrededor. El lugar estaba impecable, demasiado ordenado, demasiado vacío.
Eva se había marchado.
Lo sabía. Lo sintió apenas cruzó la puerta.
Faltaba algo… no, faltaba ella.
Su ropa ya no estaba en la habitación, ni las pequeñas flores que siempre colocaba en el jarrón del comedor. Tampoco estaba su taza de café favorita en la cocina, aquella que siempre dejaba en el mismo rincón.
Kevin sintió que la casa no tenía alma.
Se apoyó contra la pared, mirando el suelo sin saber qué hacer con ese vacío extraño que le oprimía el pecho.
Había pasado meses odiándola, culpándola, convenciéndose de que ella había destruido su vida. Pero ahora que no estaba, todo se sentía hueco.
La música que ella solía poner mientras limpiaba… las risas que él fingía ignorar pero que secreta