Kevin se encontraba en la sala de estar, con la camisa desabrochada y una copa de whisky en la mano. Había bebido demasiado, tanto que el amargor del licor ya no lograba entumecerle el alma. La chimenea crepitaba frente a él, lanzando sombras danzantes en las paredes, y cada chispa parecía recordarle un instante de su pasado con Eva.
—Ella tuvo un hijo con Ren… —murmuró para sí, golpeando la copa contra la mesa—. Maldita sea, sigo siendo un idiota.
El cristal tintineó y parte del líquido se derramó sobre la alfombra. Kevin hundió el rostro entre sus manos. No entendía cómo, después de todo lo que había pasado, esa mujer seguía clavada tan hondo dentro de él. La odiaba… o al menos eso se repetía todos los días, como un mantra. Pero en el fondo sabía que era una mentira piadosa para su propio corazón.
El sonido de la puerta al abrirse lo sacó de sus pensamientos. Levantó la vista y la vio. Eva se quedó inmóvil por unos segundos en el umbral, su silueta recortada por la luz del pasillo.