Leandra bajó las escaleras con paso lento pero seguro, el eco de sus tacones resonando en el mármol. Había pasado toda la noche sin pegar un ojo, atormentada por la escena de Kevin marchándose a dormir sin siquiera mirarla. Ni una caricia, ni un beso, mucho menos el amor al que ella estaba acostumbrada.
Esa indiferencia era como una bofetada invisible, y Leandra no estaba dispuesta a tolerarlo.
Cuando llegó al pasillo que conducía a la cocina, un aroma inesperado la envolvió: pan recién tostado, café humeante y especias. Se detuvo en seco, con el ceño fruncido. Kevin jamás permitía que nadie se quedara en el departamento. Ni las sirvientas. Él era reservado hasta el extremo.
Entonces… ¿qué hacía esa mujer allí?
Avanzó con cautela, y al entrar a la cocina la vio.
La mujer estaba de espaldas, con el cabello recogido en un moño sencillo, un delantal que apenas ocultaba la blusa ajustada y una falda que dejaba ver sus piernas tonificadas. Su piel parecía de porcelana, tersa, impecable. Un