Leandra bajó de su auto con pasos seguros y elegantes, el taconeo de sus zapatos resonando sobre el pavimento húmedo. Cada movimiento estaba calculado, como si el mundo girara a su alrededor y ella fuera la reina indiscutible de aquel escenario. Se encaminó hacia el departamento de Kevin con la certeza de que nadie podía interponerse entre ellos. Su corazón latía con fuerza, pero no por miedo, sino por la emoción de verlo, estaba enamorada de él.
Al llegar al umbral de la puerta, giró el pomo y empujó suavemente, esperando encontrarlo solo, podrían beber un par de copas y dejarse llevar por la noche. Pero su sonrisa se congeló. Allí, en medio de la sala, una mujer estaba sentada en el sofá, con la espalda recta y la cabeza ligeramente inclinada hacia abajo, llorando en silencio. Sus lágrimas reflejaban la luz de la tarde, y el aroma de perfume caro flotaba en el aire, mezclándose con la tensión del lugar.
Leandra apretó los puños con fuerza. No podía creer lo que veía. Kevin no tenía