La humillación

La mansión estaba adornada con luces doradas, arreglos florales lujosos y mesas rebosantes de platos finos que ningún invitado terminaría. La música flotaba en el aire con notas elegantes, y las risas falsas llenaban cada rincón. Era la fiesta de cumpleaños de Li Zhen, el padrastro de Eva, y como cada evento organizado por él, la opulencia importaba más que el afecto.

Eva se sentía como un objeto más de la decoración, con su vestido rojo sangre, largo hasta el suelo, el cabello recogido en un moño perfecto y maquillaje impecable. Todo estaba en su sitio, excepto su corazón.

—No olvides lo que acordamos —le susurró Li Zhen al oído, al pasar junto a ella con una copa de vino en la mano y su eterna sonrisa cínica—. No quiero escenas ni dudas esta noche. Ren Luo estará aquí. Deja el espectáculo de niña enamorada y compórtate como la mujer que va a salvar a su madre y familia de la quiebra.

Eva contuvo el impulso de arrojarle el vino que tenía en la mano, pero se contuvo, no era momento de pelear.

Su corazón estaba hecho pedazos, una lagrima rodo por su mejilla, la limpio sin dudar, no era momento de dudar, su madre dependía de ella.

—Estoy aquí, ¿no es suficiente? —murmuró entre dientes.

—No, querida. No es suficiente hasta que renuncies a esa ilusión barata llamada Kevin Park. Piensa en tu familia y no seas una maldita egoísta, al menos agradéceme por cuidarte todos estos años.

Sus ojos brillaron con rabia, pero se tragó las palabras. No podía arruinarlo todo ahora. Su madre estaba en el hospital. Su hermana dependía de ella. Su familia pendía de un hilo podrido y, aun así, ella era quien debía sostenerlo todo.

Mientras el salón se llenaba de música y los invitados comenzaban a bailar, Eva se sentó en una de las esquinas, rodeada de desconocidos que solo hablaban de dinero, contactos y poder. Su pecho ardía, cada segundo le pesaba como una eternidad.

Y entonces, el mundo se detuvo.

Kevin entró por la puerta principal acompañado de su jefe, el señor Wu, un empresario que había trabajado con la familia Zhen en el pasado. Eva abrió los ojos con sorpresa y miedo. No lo esperaba. No debía estar allí.

Se veía más guapo de lo usual. Traje negro, camisa blanca, cabello peinado hacia atrás. Kevin ya no era el chico del jardín, con las manos sucias de tierra y el rostro lleno de sol. Estaba más maduro, más serio… y aun así, seguía siendo suyo.

El corazón de Eva latió con fuerza. Quiso correr, esconderse, desaparecer.

Kevin la vio casi de inmediato.

Sus ojos se encontraron.

Y la sonrisa que se formó en sus labios fue suficiente para que ella sintiera el alma hecha trizas.

Se acercó entre la multitud, con la emoción brillando en su mirada.

—Eva… —susurró, deteniéndose a medio metro de ella—. Sabía que vendrías. Estás hermosa.

Eva retrocedió un paso. Sentía que le faltaba el aire.

—¿Qué haces aquí? —preguntó con frialdad, mirando hacia los lados, esperando que nadie los notara.

—Mi jefe me invitó. Dijo que era una buena oportunidad para conocer personas importantes, además soy su asistente. Pero cuando te vi, supe que había otra razón… —Kevin sonrió, dando un paso más—. ¿Te pasa algo? ¿Por qué no me contestas los mensajes?

—No deberías estar aquí —dijo ella, en voz baja, helada. —deberías de marcharte. Este lugar no es para personas como tú.

—¿Por qué no? —frunció el ceño—. ¿Pasó algo? Eva, ¿estás bien?

Pero antes de que pudiera seguir hablando, una risa cercana hizo que varias personas giraran la cabeza hacia ellos. Y Eva lo supo. Había llegado el momento.

El corazón se le partió en dos. Sus manos temblaban, pero disimulo.

Respiró hondo.

—¿De verdad no lo entiendes, Kevin? —dijo en voz alta, atrayendo la atención de varios invitados—. Lo nuestro fue un juego. Una distracción. Nada más. Déjame tranquila.

El silencio cayó de golpe en el salón.

—¿Qué…? —Kevin abrió los ojos, confundido—. ¿Qué estás diciendo Eva?

—¿De verdad pensaste que iba a escaparme contigo? ¿Casarme con el hijo del jardinero? —Eva sonrió, forzando el desprecio en su rostro, mientras una nueva lágrima se le escapaba—. Lo nuestro nunca fue real. Solo estaba aburrida y quería hacer enojar a mi madre.

Las miradas se clavaron en él como cuchillas. Murmullos. Risas ahogadas. Una mujer se cubrió la boca para no reír. Un hombre le susurró a otro: “Pobre iluso” “Una belleza como Eva jamás se fijaría en un muerto de hambre” “Conoce tu lugar perdedor”

—¿Eso crees de mí? —Kevin preguntó en voz baja, su rostro palideciendo—. ¿Después de todo lo que hemos vivido? Solo significo un juego para ti.

—Estoy comprometida con Ren Luo —dijo ella, levantando el mentón con altivez—. Y no pienso perder mi tiempo con alguien como tú. Búscate una sirvienta, Kevin. Alguien a tu nivel. Yo jamás podría estar con un don nadie.

El golpe no fue físico, pero dolió más.

Kevin retrocedió un paso.

Luego otro.

Sus labios temblaron, sus manos se cerraron en puños. ¿Dónde estaba la mujer dulce de la que se había enamorado?

—Lo entiendo —murmuró con la voz rota—. Pero algún día, Eva… algún día te vas a arrepentir de esto. Y te juro… que vas a pedirme perdón. De rodillas. Déjame decirte algo, yo si te amo y para mí fue real.

Y con los ojos llenos de odio y el corazón destrozado, se dio la vuelta y salió de la fiesta.

Eva se quedó inmóvil.

Fuerte por fuera. Muerta por dentro.

Y mientras todos reían y volvían al baile, una parte de ella supo que esa noche… había matado su propia felicidad.

Kevin corrió.

No supo por cuánto tiempo ni hacia dónde, pero corrió hasta que sus piernas no pudieron más. Cuando por fin cayó de rodillas en medio del sendero trasero de la mansión, el mundo entero le pareció cruel. La tierra bajo sus manos temblaba con su llanto, un llanto amargo, desgarrador, de esos que salen del alma cuando se te rompe en mil pedazos.

Eva.

La mujer que amaba.

La que le había prometido un futuro.

Lo había mirado a los ojos y lo había pisoteado como si fuera basura frente a sus amigos ricachones.

Su padre lo encontró tiempo después, sentado en un banco del parque, con el rostro enterrado entre sus manos. El hombre mayor se sentó a su lado sin decir palabra al principio. Solo le ofreció silencio y una mano sobre el hombro.

—Hijo… —susurró después de un largo rato—. No vale la pena que sufras por alguien así.

Kevin alzó el rostro, los ojos enrojecidos, la mandíbula tensa.

—Papá… luché tanto. ¿Sabes cuánto me esforcé por ser alguien digno para ella? Acepté ese trabajo miserable como asistente del señor Wu solo porque quería mostrarle a Eva que podía darle una vida mejor. No me importaba el dinero, no me importaba nada… Solo quería que estuviéramos juntos.

Su padre apretó los labios con dolor.

—No es culpa tuya, hijo. Algunos nacen en jaulas de oro y no saben amar sin condiciones. Pero tú sí lo sabes. Y eso te hace más valioso de lo que ella jamás entenderá.

Kevin bajó la cabeza.

—Me humilló delante de todos. Me trató como si no fuera nada. Como si no le importara. Y lo peor… es que todavía la amo. —La voz se le quebró al final—. Pero te juro… que esto no se va a quedar así. Voy a levantarme. Voy a hacerme un nombre. Y un día, ella me va a mirar… y se va a arrepentir. Y va a pedirme perdón. De rodillas.

Mientras tanto, en la mansión, la noche había terminado con una tragedia silenciosa.

Eva caminaba entre copas vacías, con la mirada perdida, tropezando con las palabras que nadie le decía en voz alta, pero todos murmuraban a sus espaldas. Se había vuelto un fantasma de sí misma, vestida de rojo, pero desangrada por dentro.

En el bar, tomó una copa tras otra.

Vino, champaña, whisky. No importaba el sabor. Solo quería dejar de sentir. Quería olvidar su voz, sus ojos dolidos, la promesa que le hizo antes de marcharse. Quería borrar todo lo que le recordara que acababa de traicionar al único hombre que la había amado de verdad.

—¡Otra! —gritó al camarero, tambaleándose.

—Eva, basta —dijo una voz suave a su lado—. Ya fue suficiente.

Su mejor amigo, Alexander, apareció entre la multitud. Alto, elegante, con ese toque sofisticado y tierno que siempre la acompañaba. Su mirada estaba cargada de preocupación.

—No puedes seguir bebiendo así —dijo mientras le quitaba la copa de la mano.

—¿Por qué no? —soltó ella con una sonrisa rota—. Ya lo arruiné todo. Ya no hay nada que proteger.

En un mal paso, perdió el equilibrio. Intentó apoyarse en la barra, pero empujó una copa, que estalló en el suelo. Un trozo le cortó la palma de la mano derecha. Sangre. Dolor. Gritos lejanos.

Y oscuridad.

🌹🌹🌹🌹

Despertó en la sala de emergencias, con una venda blanca cubriéndole la mano y la luz de los fluorescentes zumbándole en la cabeza.

—¿Qué pasó…? —murmuró, apenas consciente.

—Te desmayaste, sangrabas mucho —dijo Alexander, sentado a su lado, tomándola de la mano sana—. Te llevé al hospital de inmediato.

Una doctora entró con una carpeta en la mano.

—Señorita Yang —dijo con formalidad—. Antes de que se vaya, debemos informarle algo… inesperado.

Eva parpadeó, confundida.

—¿Qué cosa?

—Al hacerle el análisis para revisar la pérdida de sangre, descubrimos que está embarazada.

Silencio.

Eva sintió que el mundo giraba en sentido contrario.

—¿Qué…? Esto no es posible.

—Tiene entre cinco y seis semanas —dijo la doctora, cerrando la carpeta—. No parece haber riesgo, pero le sugerimos que empiece los controles lo antes posible.

Cuando la puerta se cerró, Alexander se quedó mirándola, sin palabras.

Eva temblaba.

—Es de Kevin… —susurró, con la voz rota—. ¡Dios, Alex… es de él! Esto no está bien.

—Tranquila, respira. Todo tiene solución.

—No aplica para este caso, nadie puede saberlo Alex, de lo contrario… —su rostro palideció.

La vida era tan injusta en algunas ocasiones, su corazón dolía.

Alexander la abrazó fuerte.

—No tienes que decirle nada… —le susurró al oído—. Si decidiste alejarlo para protegerlo, este será nuestro secreto. Te lo juro, Eva. Nadie lo sabrá. Ni siquiera él. Lo guardaré hasta el día de mi muerte.

Eva asintió, mientras apretaba el vendaje ensangrentado contra su pecho. Su alma estaba hecha trizas. Su corazón, partido. Pero había algo que ahora debía proteger más que a nadie.

Su hijo.

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