Mundo ficciónIniciar sesión«La próxima vez que un Blackwood toque mi vida… será para arrodillarse.» Eso se repetía Emma Hartley cuando huyó de Nueva York embarazada, traicionada y con el corazón hecho trizas. Encontró a su esposo, Damián Blackwood,con su ex… y no necesitó escuchar explicaciones. Simplemente desapareció después de firmar el divorcio. Años después, vuelve convertida en la mujer que nadie vio venir, poderosa, temida, un huracán con tacones rojos… y con un hijo idéntico a él. Damián, el CEO más frío, inalcanzable y jodidamente atractivo de la ciudad, jamás imaginó que su pasado regresaría convertido en su mayor castigo… y en su tentación más peligrosa. Porque esta vez, quien tiene el poder es Emma. Y le tocará verla en su mejor, o peor versión.
Leer másEmma no sabía si quería correr o tirarse al piso a llorar… de felicidad.
Sus manos temblaban alrededor del sobre blanco que le habían entregado hacía apenas dos minutos, aunque para ella habían pasado horas.
—Ábrelo ya, Emma —susurró su mejor amiga a su lado.
—Tengo miedo, Mara…
—Miedo nada. Si sale positivo, vas a gritar. Y si sale negativo… vuelves a intentarlo. No te hagas.
Emma respiró hondo, aunque su corazón latiera como si quisiera escaparse del pecho. Abrió el sobre con movimientos lentos, temblorosos. Y entonces, lo vio.
POSITIVO.
La palabra brillaba como un milagro recién escrito.
—Mara… E-estoy embarazada.
—¡Puta madre, Emma! ¡Lo sabía!
El abrazo de Mara llegó de inmediato, desordenado y fuerte, casi tirando una maceta del mostrador. Emma cerró los ojos con un nudo de emoción. No eran lágrimas de miedo, ni de cansancio. Eran de alivio. De esperanza. De sentir que por fin algo se alineaba en su vida.
Meses intentando.
Ahora este bebé era la bendición que llegaba a tiempo.
Guardó la prueba en su bolso con cuidado.
—Tengo que decírselo.
—Claro que sí. Ve ya. Y me escribes, ¿eh?
Emma salió del laboratorio como si el mundo hubiera cambiado de color. Pasó por la cafetería y compró un muffin de chocolate, el favorito de Damián. Quería darle la noticia con algo dulce, algo que lo hiciera sonreír como antes.
Como cuando la miraba con ganas.
Al llegar al rascacielos del Grupo Black, subió al piso treinta y seis con la ilusión floreciendo dentro de ella, con el muffin en una mano y la noticia más importante de su vida en el bolso.
La secretaria de Damián no estaba en su lugar.
Mejor. Así podría sorprenderlo.
La puerta de su oficina estaba entreabierta. Emma levantó la mano para tocar, pero un sonido familiar la hizo detenerse.
La voz de Lydia Crane.
La mujer que se resistía a desaparecer.
Su corazón se encogió mientras escuchaba.
—Damián, por favor, no pongas esa cara de piedra. No vine a discutir. Vine a hablarte con honestidad, algo que últimamente te hace falta. Y sí, antes de que digas algo, tu madre me llamó hace dos días. Ella sigue pensando que tú y yo éramos la pareja perfecta. Hasta dijo que ojalá hubieras terminado conmigo y no… con esa.
Emma sintió el golpe seco de esa palabra.
—Lydia, ya te lo he dicho...
—Déjame terminar.
La interrupción cayó como un látigo. Lydia siempre hablaba como si cualquier emoción ajena fuera irrelevante.
Emma apretó el muffin sin darse cuenta, sintiendo sus uñas clavarse en el cartón.
—No te das cuenta, Damián, pero todos lo notan. Desde que te casaste, estás apagado, estresado, distante. Tu mamá lo ve, Bianca lo ve… y yo lo veo mejor que nadie. Siempre te he leído. Y no voy a mentirte, la gente sigue preguntándome por qué te casaste así, tan impulsivamente después de que terminamos, y con alguien sin apellido, sin historia, sin nada. Toda la universidad pensó que necesitabas una distracción, pero no… tú necesitabas estabilidad, alguien que realmente te entendiera. Y dime, ¿ella te entiende? ¿Ella puede ofrecerte lo que yo sí podía?
Emma sintió el aire espesarse.
—¿Viniste a decirme lo mismo de siempre, Lydia?
—¿Y qué quieres que diga? ¿Que tu matrimonio funciona? Claro que no. El mundo entero sabe que ella no es para ti. No eres ni la sombra del hombre que eras conmigo. ¿Recuerdas quién eras en la universidad? Eras fuego, ambición, deseo. Me deseabas tanto que me hacías gemir en cada rincón donde encontrabas un espacio para nosotros. ¿O ya olvidaste lo bien que la pasábamos? No me digas que no lo extrañas, porque yo sí lo extraño. Extraño al hombre que hacía que mis piernas temblaran con solo mirarme. No a este hombre apagado, atrapado en un matrimonio sin vida.
Emma sintió un frío intenso recorrerle los brazos.
—Lydia…
—Te di los mejores años de mi vida, Damián. Y sé que aún sientes algo por mí, de lo contrario no seguirías en contacto conmigo. Lo que tú y yo teníamos era real. Lo que tienes ahora… bueno, seamos sinceros, nadie sabe si ella está contigo por amor o por el apellido Blackwood. Muchos apostaron a que va detrás de tu dinero, ¿lo sabías? Pero entiendo, eres bueno, te dejas llevar por el corazón. Y ella supo aprovechar ese lado tuyo.
El nudo en la garganta de Emma se volvió insoportable.
—Ya basta, Lydia. Ya sé a dónde quieres llegar…
—Mírame a los ojos y dime que nunca pensaste que cometiste un error. Solo dímelo y me voy. Pero no puedes. Porque lo nuestro tenía sentido. Porque tú eras feliz conmigo. Porque pertenecemos al mismo mundo, tú lo sabes… y no puedes seguir fingiendo. ¿Por qué no lo admites de una vez? Divórciate de ella y retomemos lo nuestro, Damián. Casarte con Emma fue un error y lo sabes.
Ese fue el límite.
Empujó la puerta, pero no entró.
Damián estaba de espaldas, mirando la ciudad con los hombros tensos y una postura rígida.
Una sonrisa que decía gané.
Antes de que él pudiera reaccionar, Lydia dio un paso adelante, lo tomó del cuello de la camisa y se pegó a él.
—Sé que aún me amas como yo te amo a ti.
Y lo besó.
Emma Hartley nunca pensó que volvería a cruzar esas rejas.Honestamente, si alguien le hubiera dicho hace un año que regresaría a la Villa Hartley con el corazón partido, el maquillaje corrido y la dignidad en terapia intensiva, se habría reído en su cara.Pero allí estaba, en el asiento trasero de un taxi, respirando como si el aire de su infancia pudiera sofocarla.El auto avanzó lentamente, como si quisiera darle tiempo para arrepentirse.Maldita sea, ojalá pudiera.La Villa Hartley seguía siendo igual de intimidante que siempre, con fuentes resplandecientes, jardines tan perfectos que daban ganas de pedirles disculpas por pisarlos y una arquitectura francesa que gritaba “aquí vive gente importante”.Y lo peor es que Emma formaba parte de esa gente. O al menos lo había hecho… antes de tirar todo por amor.Qué divertida la vida.Divertidísima.Cuando el auto se detuvo frente a la entrada, Emma respiró hondo.No estaba lista. Ni mental, ni emocional, ni espiritualmente lista para vol
Emma permaneció unos segundos dentro del coche con la frente apoyada en el volante, respirando como si recién hubiera salido de una pelea que no pidió.Había llorado hasta quedarse seca.Cuando por fin pudo mover la mano, buscó el teléfono y marcó a la única persona que podía sostenerla sin preguntas.Mara contestó antes del segundo timbre.—¿Em? ¿Todo bien? Pensé que me mandarías mensaje, estaba preocupadísima. ¿Cómo salió todo?Emma cerró los ojos. Su amiga siempre sonaba como un abrazo.—Mal, Mara… Fue peor de lo que imaginé.—¿Qué pasó?Emma tragó, como si tuviera vidrios en la garganta.— Encontré a Damián con Lydia. Juntos. Besándose. Ella me dijo de todo. Él no… él no me defendió.Mara guardó silencio unos segundos, los suficientes para que Emma escuchara cómo apretaba los dientes al otro lado de la línea.— Ese malnacido… Dime que estás fuera de ese edificio.—Sí. Estoy en el auto.—Perfecto. Escúchame bien, cariño. No quiero que pases ni un minuto más respirando aire Blackwoo
Emma dio media vuelta con el corazón hecho añicos y la respiración temblorosa, aferrándose a la única razón que la mantenía erguida.Su bebé.Su hijo.Su pequeño milagro.La única vida que merecía que ella siguiera caminando.Sus pasos avanzaron hacia el elevador casi por inercia, pero su mente seguía en la oficina, rebotando entre imágenes que le desgarraban el alma.El beso, la conversación, las manos de Lydia sobre el pecho de Damián, el tono gélido con el que él le preguntó ¿qué estás haciendo aquí?Una lágrima rebelde rodó por su mejilla, pero la limpió con rabia.Justo cuando estaba a punto de entrar al pasillo de los elevadores, una voz femenina y desagradable que recordaba de fiestas, cenas familiares y comentarios que siempre llegaban en forma de veneno disfrazado de cortesía.—Emma, espera —llamó Lydia, avanzando con pasos apresurados y una sonrisa perfecta… tan perfecta que parecía hecha de plástico.Emma se detuvo, no porque quisiera escucharla, sino porque algo dentro de
El mundo de Emma se detuvo.Literal.Sintió como si todo hubiera sido puesto en pausa mientras un pensamiento se estrellaba tras otro en su cabeza.“Así que este es el motivo por el que no me toca desde hace meses. Qué fácil es reemplazarme.”Sintió un vuelco tan violento en el estómago que por un segundo pensó que iba a vomitar ahí mismo. No sabía si era por el embarazo… o porque justo frente a sus ojos su vida se estaba derrumbando con una claridad brutal.El beso duró apenas un par de segundos.Dos segundos que bastaron para reducir a cenizas la mañana más esperanzadora que había tenido en meses.La prueba POSITIVA.El muffin de chocolate.Su plan torpe para recuperar lo que se estaba perdiendo.Todo se hizo polvo en segundos.Damián reaccionó enseguida, aunque para ella se sintió eterno.Se apartó de Lydia con brusquedad, tomándola por los brazos como si recién hubiera comprendido la clase de desastre que estaba ocurriendo.Para Damián, la presencia de Lydia significaba problemas.
Emma no sabía si quería correr o tirarse al piso a llorar… de felicidad.Sus manos temblaban alrededor del sobre blanco que le habían entregado hacía apenas dos minutos, aunque para ella habían pasado horas.—Ábrelo ya, Emma —susurró su mejor amiga a su lado.—Tengo miedo, Mara…—Miedo nada. Si sale positivo, vas a gritar. Y si sale negativo… vuelves a intentarlo. No te hagas.Emma respiró hondo, aunque su corazón latiera como si quisiera escaparse del pecho. Abrió el sobre con movimientos lentos, temblorosos. Y entonces, lo vio.POSITIVO.La palabra brillaba como un milagro recién escrito.—Mara… E-estoy embarazada.—¡Puta madre, Emma! ¡Lo sabía!El abrazo de Mara llegó de inmediato, desordenado y fuerte, casi tirando una maceta del mostrador. Emma cerró los ojos con un nudo de emoción. No eran lágrimas de miedo, ni de cansancio. Eran de alivio. De esperanza. De sentir que por fin algo se alineaba en su vida.Meses intentando.Meses sintiendo su matrimonio apagado.Meses preguntándos





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