Mundo ficciónIniciar sesiónEl mundo de Emma se detuvo.
Literal.
Sintió como si todo hubiera sido puesto en pausa mientras un pensamiento se estrellaba tras otro en su cabeza.
“Así que este es el motivo por el que no me toca desde hace meses. Qué fácil es reemplazarme.”
Sintió un vuelco tan violento en el estómago que por un segundo pensó que iba a vomitar ahí mismo. No sabía si era por el embarazo… o porque justo frente a sus ojos su vida se estaba derrumbando con una claridad brutal.
El beso duró apenas un par de segundos.
Dos segundos que bastaron para reducir a cenizas la mañana más esperanzadora que había tenido en meses.
La prueba POSITIVA.
El muffin de chocolate.
Su plan torpe para recuperar lo que se estaba perdiendo.
Todo se hizo polvo en segundos.
Damián reaccionó enseguida, aunque para ella se sintió eterno.
Se apartó de Lydia con brusquedad, tomándola por los brazos como si recién hubiera comprendido la clase de desastre que estaba ocurriendo.
Para Damián, la presencia de Lydia significaba problemas. Estaba empeñada en volver a su vida como si nada, a pesar de que en el pasado lo dejó por su mejor amigo. Y para colmo, se valía de la buena relación que tenía con su madre para aparecer cuando quería.
Ella conocía cosas que nadie más sabía, por haber estado cerca de su familia toda la vida, y llevaba tiempo usándolo a su favor.
Por eso llevaba meses actuando con prudencia, cuidando cada paso, intentando resolverlo sin que nada de eso tocara a Emma.
Él solo intentaba ganar tiempo.
—¿Esto es lo que quieres, Lydia?
Lydia asintió lentamente, como si saboreara el momento. Y sin pudor, sabiendo perfectamente que Emma estaba allí, deslizó sus manos por el pecho de Damián, con una familiaridad que ella no veía desde la universidad, cuando Lydia era su novia…
—Claro que sí y lo sabes. Ya sabes lo que te conviene. Tú decides, Damián.
Emma observó esa escena como si estuviera viendo a dos extraños…
Damián se alejó de Lydia, dio un paso atrás y entonces por fin vio a Emma.
De inmediato lo invadió el temor de que ella malinterpretara todo justo ahora.
Sus ojos se abrieron tensos, casi asustados, como si no esperara encontrarla ahí, como si él no fuera el protagonista del infierno que ella estaba viviendo.
Pero ya daba igual.
Y Emma, a pesar del temblor en las manos, a pesar del peso del muffin en la bolsa, a pesar de la prueba de embarazo que ardía en su bolso como un secreto ilusionado… levantó el rostro y sostuvo la mirada de ambos con una serenidad que no sabía de dónde estaba sacando.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Damián con su tono más gélido.
Emma parpadeó incrédula, como si necesitara un segundo para asegurarse de haber escuchado bien.
¿Qué estás haciendo aquí?
¿Eso era lo primero que tenía para decirle?
Después de todo lo que ella había cargado esa mañana.
Después de venir con la noticia más hermosa de su vida guardada en el bolso
Después de meses intentando salvar un matrimonio que él ya había decidido abandonar sin avisarle
La pregunta retumbó en su cabeza una y otra vez, desmoronando todo lo que quedaba de esperanza.
De pronto ella se hizo la misma pregunta.
¿Qué hago aquí?
¿Qué hacía aún al lado de un hombre que la había dejado de mirar?
¿Qué hacía mendigando atención?
Y entonces lo vio todo claro.
El desinterés disfrazado de estrés, las excusas torpes, las noches en las que él se daba la vuelta sin tocarla, los silencios largos que ella justificaba.
Todo estaba ahí, frente a ella.
La estaba engañando con su ex.
Se veían con frecuencia, tenían contacto, Lydia lo había dicho: Y sé que aún sientes algo por mí, de lo contrario no seguirías en contacto conmigo.
Las lágrimas presionaron detrás de sus ojos, pero Emma las contuvo con una fuerza que no sabía que tenía.
No iba a llorar allí.
—Ahora lo entiendo todo.
Él no respondió, no negó nada, ni pidió disculpas y ni siquiera dio explicaciones.
Detrás de ella, la secretaria de Damián apareció nerviosa, pálida como si hubiese visto un fantasma.
—Di-disculpe, señor… no me percaté de que la señora Blackwood estaba aquí…
Emma la observó apenas un segundo, y esa mirada fue suficiente para entenderlo todo sin que nadie dijera una palabra.
Todos lo sabían.
Todos la habían visto caminar hacia el precipicio con un muffin en la mano y una ilusión en el corazón, mientras él se encerraba con su ex a darle pie a una conversación que no debía de existir y que él jamás detuvo, así como ese beso…
Y quién sabe que más le ocultaba.
—Increíble… todos me vieron la cara de estúpida.
La secretaria, roja de vergüenza, se dio la vuelta y desapareció de la oficina.
Emma se quedó de pie, sintiendo cómo se deshacía por dentro, pero sin moverse.
—Vete a la casa, Emma. Allá hablaremos —ordenó Damián, usando ese tono frío que usaba cuando quería evitar un escándalo.
Como si ella fuera un inconveniente menor.
Como si él tuviera derecho a “hablar” de algo después de esto.
Por supuesto que no iba a seguirle el juego, no iba a buscar respuestas.
Ya las tenía todas.
No había nada de qué hablar.
—No, Damián, no hablaremos en la casa. Ni aquí, ni en ningún lugar. No me interesa escuchar tus explicaciones. Ni me interesa saber por qué Lydia está aquí. Ya vi suficiente.
Lydia resopló como si la conversación fuera un espectáculo que la divertía.
—¿De verdad vas a hacer un drama por un beso? Por favor, Emma, todos en la universidad sabían que yo era la mujer para él. Hasta tu suegra lo sigue diciendo. Tú nunca encajaste en este mundo. No te sorprendas… era cuestión de tiempo.
Emma la fulminó con una mirada que podría haber detenido un tren.
—Tú cállate. No estoy hablando contigo.
—A mí no me estés callando… —Lydia avanzó como si fuera a encararla, pero Damián la detuvo, sujetándola por la cintura, porque ella era un peligro que él no podía desatar en ese momento, y menos delante de Emma.
Él intentó hablar, pero Emma levantó una mano para callarlos.
—Este matrimonio termina aquí, Damián.
Y mientras ellos apenas reaccionaban, Emma se quitó el anillo sin que notaran el temblor en sus dedos.
Lo dejó con delicadeza sobre el escritorio, como un símbolo de todo lo que había terminado y salió con el corazón en mil pedazos.







