Emma dio media vuelta con el corazón hecho añicos y la respiración temblorosa, aferrándose a la única razón que la mantenía erguida.Su bebé.Su hijo.Su pequeño milagro.La única vida que merecía que ella siguiera caminando.Sus pasos avanzaron hacia el elevador casi por inercia, pero su mente seguía en la oficina, rebotando entre imágenes que le desgarraban el alma.El beso, la conversación, las manos de Lydia sobre el pecho de Damián, el tono gélido con el que él le preguntó ¿qué estás haciendo aquí?Una lágrima rebelde rodó por su mejilla, pero la limpió con rabia.Justo cuando estaba a punto de entrar al pasillo de los elevadores, una voz femenina y desagradable que recordaba de fiestas, cenas familiares y comentarios que siempre llegaban en forma de veneno disfrazado de cortesía.—Emma, espera —llamó Lydia, avanzando con pasos apresurados y una sonrisa perfecta… tan perfecta que parecía hecha de plástico.Emma se detuvo, no porque quisiera escucharla, sino porque algo dentro de
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