Medea Vasiliev, hija de una poderosa familia millonaria, creía tenerlo todo: un esposo devoto, un hogar cálido y una hija a quien amaba con todo su ser. Pero su mundo se desmoronó tras un misterioso accidente automovilístico que la dejó ciega. Desde entonces, su esposo, Elian Carstairs, se volvió frío y distante. El verdadero golpe llegó cuando descubrió que su mejor amiga y sirvienta personal era la amante de Elian… y que la pequeña Alin, a quien ella crió con ternura, no era su hija biológica, sino fruto de esa traición. Destrozada, Medea idea un plan maestro: logra que Elian firme el divorcio sin saberlo y desaparece. Pero su sed de justicia no ha terminado. En su camino conoce a Kaien D'Arcy, el medio hermano bastardo de Elian y su enemigo más acérrimo. Unidos por el rencor, sellan una alianza que pondrá de rodillas a quienes los traicionaron… aunque el precio sea el corazón.
Leer másEl sonido del teléfono repicaba en el silencio de la habitación, uno, dos, tres tonos… Medea ajustó el auricular en su oído, aferrándose a la esperanza de que esta vez él respondería con calidez.
—¿Sí? —La voz de Elian sonó seca, sin emoción, como si hubiera contestado por obligación. —Elian… soy yo. —Medea apretó los labios, intentando que su tono sonara ligero—. Hoy tengo la cita con el oftalmólogo, ¿recuerdas? Dijeron que podrían intentar una nueva evaluación. Quizá haya una posibilidad… Hubo un breve silencio al otro lado. Después, solo indiferencia. —No puedo. Estoy ocupado. —Pero… no tengo quien me lleve. Pensé que... —Rogelio puede hacerlo —la interrumpió—. Él sabe manejar. La línea quedó en silencio por un segundo más, y luego el tono seco de la llamada terminada. Medea permaneció inmóvil, con el teléfono aún pegado a la mejilla. No lloró. No suspiró. Solo sintió cómo el espacio a su alrededor se encogía un poco más, como si su ceguera fuera ahora también emocional. Antes del accidente, Elian solía tomarse el día libre por ella. Solía reír, besar su frente y decirle que nada era más importante que su bienestar. Ahora…apenas parecía tolerarla. Medea dejó el teléfono sobre la mesa con cuidado y se levantó con lentitud, tanteando con la mano hasta encontrar el respaldo de la silla. Un par de pasos después, escuchó que alguien se acercaba. —¿Señora Medea? —La voz grave de Rogelio sonó a pocos metros—. ¿Está todo bien? Ella respiró hondo antes de hablar. Rogelio había trabajado para los Vasiliev desde antes de que ella naciera. Era como un padre, siempre presente, siempre respetuoso. Lo conocía lo suficiente para saber que esa pregunta no era mera cortesía. —No es nada, Rogelio. Solo… —vaciló, sin saber qué palabra usar—. ¿Podrías llevarme a la clínica Altamira? El doctor Suárez tiene hoy mi evaluación. —Por supuesto, señora. Voy por las llaves de inmediato. Antes de que pudiera dar un paso, ella añadió: —¿Podrías acompañarme también? Adentro. Quiero que escuches lo que diga el médico. Rogelio dudó un instante, luego respondió con la misma cortesía tranquila de siempre. —Claro que sí. Lo que usted necesite. *** El auto avanzaba en silencio por las calles húmedas, con el sonido de los limpiaparabrisas marcando un ritmo monótono. Medea mantenía las manos cruzadas sobre el regazo. Rogelio la miró de reojo en uno de los semáforos. —¿Está segura de que no le ocurre nada? —preguntó con suavidad. —Estoy bien —repitió ella, esta vez sin tanto convencimiento—. Solo quiero saber si hay una posibilidad… mínima siquiera, de recuperar la vista. —Elian debería estar aquí —murmuró él, más para sí que para ella. —No lo menciones —pidió Medea con una sonrisa forzada—. Estoy cansada de justificar su ausencia incluso ante mí misma. En la clínica, el doctor Suárez la recibió con una sonrisa amable que no intentó disfrazar su escepticismo. —Señora Vasiliev, hemos revisado sus últimos estudios. El nervio óptico sigue comprometido por el trauma, pero… hay una leve mejoría en la respuesta a ciertos estímulos. Aún es pronto para generar expectativas, pero si sigue así, podríamos considerar un procedimiento experimental en unos meses. Medea sintió una punzada de algo parecido a esperanza. No era certeza, pero sí una grieta en la oscuridad que sentía desde aquel día maldito. —¿Entonces hay una posibilidad? —Mínima, pero sí. Y eso ya es más de lo que teníamos hace seis meses. Rogelio se mantuvo en silencio, pero su mano tocó brevemente el hombro de Medea al salir. Un gesto simple, pero que decía más que las palabras frías que su esposo le dedicaba últimamente. —Gracias por venir conmigo —susurró ella mientras caminaban por el pasillo. Rogelio respondió con lo único que sabía dar con total sinceridad: —Usted no está sola, señora Medea. Aunque algunos hayan olvidado lo que eso significa. El regreso a casa fue tranquilo, aunque en el interior de Medea se agitaban emociones dolorosas. La esperanza tenue del doctor se mezclaba con una tristeza silenciosa y profunda. A medida que Rogelio abría la puerta principal, ella enderezó los hombros, componiendo el rostro en una máscara serena. —Bienvenida, Medea —la voz de Saphira resonó cálida desde el vestíbulo—. Estaba a punto de llamarte. ¿Dónde estuviste? Medea abrió la boca para responder, pero algo la detuvo. Una fragancia familiar, penetrante, masculina. La colonia de Elian. No en el aire, no en el ambiente... en ella. Pegada a Saphira, como si hubiera estado demasiado cerca de su esposo. Como si... El pecho de Medea se tensó sutilmente. No frunció el ceño ni se mostró alterada. Solo aferró el bastón con más fuerza, disimulando el estremecimiento de su mano. —Fui a ver al oftalmólogo —respondió, finalmente—. El doctor dice que no hay avances. Todo sigue igual… o peor. Saphira soltó un suspiro suave y se acercó unos pasos. —Oh, Medea… lo siento tanto. Pero ya sabes lo fuerte que eres. Esa luz que tienes no necesita ojos —dijo con falsa ternura. Medea inclinó ligeramente la cabeza, sin dejar de percibir el rastro de esa colonia que tanto conocía. Elian la usaba desde que estaban comprometidos. Siempre decía que le recordaba su juventud… y que a ella le gustaba. Ahora ese aroma le resultaba casi ofensivo. —¿Y Alin? —preguntó, deseando alejar sus propios pensamientos. —Llegó de la escuela hace un rato. Está en su habitación, dibujando. Le dejé una merienda en la mesita —respondió Saphira—. No tienes de qué preocuparte, ve a descansar. —Gracias… —susurró Medea. Y sin más, avanzó lentamente por el pasillo, guiándose con el bastón. No dijo nada más. Pero algo dentro de ella… se había movido. Sentía que algo en el ambiente había cambiado. *** A altas horas de la noche, Medea se despertó sobresaltada tras una pesadilla espantosa en la que veía a su esposo siéndole infiel. Tenía la frente húmeda por el sudor, y ese nudo que había sentido en el estómago desde la tarde seguía allí, punzante e insistente. Extendió la mano hacia el otro lado de la cama y notó que él no estaba. ¿Aún no regresaba de la empresa? Le pareció extraño. Se había quedado dormida más temprano de lo habitual, pues últimamente el sueño la vencía con facilidad. Sin embargo, a esa hora Elian solía estar en casa. Encendió la lámpara de noche con torpeza y buscó su bastón, pero no lo encontró por ningún lado. Con un suspiro resignado, decidió dejarlo y se incorporó lentamente, apoyándose en la pared para poder avanzar hacia la puerta. Salió al pasillo, dejándose guiar por la textura familiar de los muros. No sabía con certeza qué hora era, pero el silencio espeso y el lejano chirrido de los insectos en el jardín le indicaban que era bastante tarde. Conociendo de memoria cada rincón de la mansión, caminó hasta la habitación de Saphira con la intención de pedirle que llamara a su esposo. Pero se detuvo en seco al escuchar unas risas suaves y voces apagadas. —Basta, tonto —dijo la voz de Saphira entre risitas—. Me haces cosquillas. —Es que te ves preciosa con esa lencería —era la voz de Elian. La voz de su esposo. Medea se tapó la boca con una mano, sus ojos se abrieron de par en par—. Me estás volviendo loco. Trata de no hacer ruido, podrías despertar a alguien. —La tonta de Medea debe de estar profundamente dormida con las pastillas que le puse en el agua. Y nuestra hija... ya sabes que duerme como una roca. Aquello último la dejó paralizada. ¿"Nuestra hija"? ¿A quién se refería? La única niña en esa casa era Alin. Su hija. —Tienes razón —rió Elian, y Medea sintió que algo dentro de ella se rompía—. Es tan estúpida que no se da cuenta de nada. Además de ciega, es completamente inútil. —Qué cruel eres —ronroneó la voz de Saphira, quien durante años se había hecho pasar por su amiga y sirvienta—. ¿Ni un poco la quieres? —Eres tú la que me vuelve loco. Lágrimas silenciosas comenzaron a deslizarse por el rostro de Medea. Estaba tan inmóvil que por un momento creyó haberse convertido en piedra. Aquel era su esposo. Y esa, su supuesta amiga. La puerta cerrada no bastaba para impedirle escuchar todo. Poco después, los gemidos y palabras obscenas que brotaron desde dentro hicieron que le faltara el aire. Ahora lo comprendía todo. Ahora entendía por qué Saphira siempre olía a la colonia de Elian. Todo ese tiempo... habían estado acostándose a escondidas.[...]Una habitación envuelta en penumbras, apenas iluminada por un resplandor rojo y tenue. Una cama amplia, jadeos entrecortados y una mano posesiva rodeando su cuello, impidiéndole escapar.Nayla intentó hablar, pero una boca voraz devoró la suya con un hambre feroz, cargada de pasión. Unas manos recorrían su pecho, su corazón latía asustado, confundido. Todo era demasiado difuso hasta que alzó la mirada y se topó con unos ojos de un azul letal, casi sobrenatural.—Mía —susurró una voz profunda.Nayla se incorporó de golpe en la cama, con la frente empapada de sudor. Sus ojos, abiertos de par en par, recorrieron la habitación con pánico. Poco a poco, su respiración se calmó al reconocer las paredes familiares de su cuarto. Solo había sido otro sueño. Otra de esas pesadillas que la acosaban noche tras noche.¿Por qué siempre soñaba con eso? No era un recuerdo, sino una maldita pesadilla que se repetía como un disco rayado. Estaba agotada de lidiar con ellas.—¿Hija? —La voz de su ma
[...] Medea dejó escapar un quejido al incorporarse del taburete. Estaba sola en casa ya que Nayla había salido con los abuelos al parque, Luna tenía una cita romántica con Salomón y Kaien había desaparecido desde la mañana rumbo a quién sabe dónde.Como pudo, llegó hasta la nevera y sacó el cuenco de frutas con leche condensada que había guardado desde temprano para que se enfriara. Volvió al mesón con el tazón en la mano, pero permaneció de pie; aquella panza enorme le hacía imposible sentarse con comodidad. Sentía las costillas presionadas y la espalda baja ardiendo de dolor.Se llevó un trozo de manzana a los labios mientras tachaba nombres descartados en la libreta que descansaba sobre el mesón.Kaien y ella ya habían elegido cómo llamar a sus bebés, pero a Medea le emocionaba anotar más opciones. Era, por el momento, su única distracción, ya que su estricto esposo no le permitía hacer gran cosa.«Apolo y Helios», pensó con una sonrisa al ver los nombres de sus mellizos enmarcad
La fiesta terminó y los invitados se retiraron. Luna y Rogelio se encargaron de recoger el desorden que quedó en el jardín, mientras Bernardo y Chester se fueron juntos luego de haber bebido vino hasta el cansancio para celebrar la gran noticia del embarazo.Nayla terminó en su cama, arropada por su madre. Tenía los ojos apagados y las pestañas le pesaban.—Duerme, pequeña, hoy ha sido un día bastante movido para ti —le dijo con voz amorosa su madre—. ¿Te divertiste mucho?—Sí, mami —respondió somnolienta—. Me gustó mucho mi fiesta de Rapunzel.—Me alegra, cariño. ¿Quieres que encienda tu lámpara de cristal?La niña asintió de inmediato. Medea encendió en la mesita de noche aquel regalo que Theodore le había dado a Nayla. La flor emitió una luz dorada y hermosa, bañando tenuemente la habitación.—Es bonita —sonrió Nayla, cerrando lentamente los ojos—. Debería darle un regalo también a ese ogro...Se quedó dormida y Medea sonrió, dándole un beso en la frente antes de salir de la habita
***Medea estaba nerviosa por dos grandes razones. La primera, porque ese día su pequeña Nayla regresaría a casa después de un mes en el hospital. La segunda, un test de embarazo que había dejado escondido en el baño desde la mañana y cuyos resultados aún no se atrevía a mirar.—¡Cariño, todo listo por aquí! —gritó Kaien desde el jardín.Ella terminó de empacar los regalos y salió de su trance. Una enorme sonrisa iluminó su rostro al ver la carpa en tonos rosa pastel y blanco que cubría gran parte del jardín, adornada con guirnaldas delicadamente colgadas.Un arco de globos morados, blancos y rosados enmarcaba un letrero que decía: “Feliz cumpleaños, princesa”. Toda la decoración estaba inspirada en Rapunzel, la princesa favorita de Nayla.—Te quedó precioso —lo elogió, acercándose a su sudoroso esposo, que claramente había puesto todo su empeño—. Nayla va a estar feliz cuando lo vea.—Lo sé. No pudimos celebrar su cumpleaños en la fecha, pero ahora sí… y será inolvidable.Orgullosa d
El fuerte olor a medicamentos se filtró por las fosas nasales de Medea cuando recuperó la consciencia. De inmediato supo que estaba en un hospital y, poco a poco, sus recuerdos se hicieron nítidos.Todo su cuerpo dolía, en especial el rostro. Al intentar moverse, su mano rozó un mechón de cabello y notó que alguien estaba a su lado. Kaien estaba allí, recostado contra la camilla, como si se hubiera quedado dormido acompañándola.—Kaien... —murmuró.Su esposo levantó la cabeza de inmediato al escucharla. Se frotó los ojos y sonrió al verla despierta.—Cariño —dijo, sentándose en el borde de la camilla—. Estás despierta.—¿Cuánto tiempo ha pasado?—Llevas inconsciente desde ayer —respondió, apretando una de sus manos entre las suyas—. El doctor dijo que fue la conmoción, pero estás fuera de peligro. Solo tienes algunas heridas en el rostro y moretones en el cuerpo.Ella intentó llevarse la mano a la cara, pero él la detuvo.—No lo hagas —suplicó—, tienes parches puestos. Y no te preocup
Medea estaba aterrada. Saphira no pensaba con claridad, y aunque la policía se acercaba, solo era cuestión de segundos para que apretara el gatillo contra Elian y luego contra ella. O al revés.—Saphira... —Elian tragó saliva y levantó lentamente las manos a la altura de sus hombros—. Baja esa arma, por favor.—Eres un miserable, Elian —la castaña lloraba desconsolada, las lágrimas inundaban su rostro—. ¿De verdad creíste que podrías dejarme atrás? ¿Que serías feliz sin mí? ¡No voy a permitirlo!Las sirenas se escuchaban cada vez más cerca.—Las autoridades están aquí, Saphira. Tenemos que irnos —dijo con un tono conciliador—. Podemos arreglarlo después, entre nosotros. ¿Quieres terminar en la cárcel?—Ya no tengo nada... —sus hombros temblaban mientras soltaba una risa dolida—. Perdí a mi hija, mis comodidades, mi familia... hasta a ti. Lo perdí todo, ¿y aún crees que podemos arreglarlo?—Sí, claro que sí... —intentó acercarse, pero Saphira tensó el dedo en el gatillo.—No te acerque
Último capítulo