5. Deber forzado
Medea se removió en la cama como pudo, pero su esposo se le subió encima, inmovilizándola. En ese instante, le frustraba más que nunca no poder ver, no poder defenderse como deseaba.—¡Suéltame, Elian! —bramó, llena de terror, asco y dolor, al sentir sus besos forzosos sobre la piel desnuda—. Por favor… no lo hagas.—¿Y por qué no habría de hacerlo? —replicó él, sin prestar atención a sus súplicas—. Eres mi esposa, Medea. ¿Desde cuándo te niegas? Siempre me has complacido.—Hoy no quiero —susurró con la voz entrecortada—. Nunca me has obligado, Elian. No lo hagas ahora.—¿No quieres estar conmigo? —empezó a irritarse, y su humor se tornó más oscuro—. ¿Tienes a alguien más acaso?Al escuchar sus propias palabras, Elian soltó una carcajada. Le pareció absurdo.—Qué estupidez. Nadie se fijaría en una ciega como tú —le abrió las piernas con rudeza, sin una pizca de ternura—. Soy el único que puede amarte como deseas. ¿Para qué complicarlo?—¡Elian, por favor...! —sollozó ella, parpadeando
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