8. Pelea de amantes
Elian llegó a la mansión hecho una furia. Acababa de regresar de visitar a su esposa y la rabia le hervía bajo la piel. Saphira venía con él, aunque durante todo el trayecto no le dirigió ni una sola palabra, ni siquiera una mirada.
—Elian, espera —lo alcanzó apenas cruzaron la entrada—. Hablemos, ¿quieres? ¿Qué fue lo que pasó?
Él no respondió. Subió las escaleras a zancadas hasta llegar a su despacho. Apenas cruzó la puerta, golpeó el escritorio con tal fuerza que los papeles temblaron, y luego se giró hacia ella, con los ojos encendidos de ira.
—¿Que qué me pasa? —espetó, respirando agitado—. ¡Me pasa todo, Saphira! ¿De verdad crees que esto es un maldito juego? ¡Estás poniendo en riesgo todo lo que hemos construido!
—¿Qué estás diciendo? —preguntó ella, desconcertada.
—No te hagas la inocente —la sujetó con fuerza por los brazos, hasta que ella se estremeció de dolor—. Medea lo sintió. Sintió cómo Alin la empujó por las escaleras. ¡Y no te atrevas a negarlo! ¡Sabes perfectamente