4. No es mi madre

Elian regresó esa noche más temprano de lo habitual, pero venía malhumorado. Se aflojó la corbata con rabia y arrojó su saco hacia el perchero. Tan bien que iba su día... hasta que apareció ese bastardo. Lo odiaba con toda su alma.

—Amor —Saphira se aseguró de que no hubiera nadie cerca y lo recibió con un abrazo y un beso—. ¿Cómo te fue?

Él la apartó bruscamente por los hombros, mirando a su alrededor.

—¿Estás loca? —gruñó—. Alguien podría vernos.

—Todos aquí saben lo nuestro, ¿qué hay que esconder?

—Pues ese maldito anciano no lo sabe —espetó—. Tienes que tener cuidado, es leal a Medea. Si nos ve, estamos acabados, así que compórtate.

Saphira frunció el ceño.

—¿Por qué estás enojado ahora? —le reclamó—. ¿Pasó algo en el trabajo? Cuando vienes insoportable, te quieres desquitar conmigo.

—No es de tu incumbencia —pasó junto a ella, fastidiado—. Iré a ver a Alin.

La dejó atrás y subió las escaleras. Al menos, ver a su pequeña hija le traía algo de paz y calma. Al entrar a su habitación, ella estaba sobre la cama dibujando.

—¡Papi! —exclamó emocionada—. ¡Llegaste!

Elian se agachó para recibirla cuando ella se lanzó a sus brazos. La levantó y le besó las mejillas con cariño.

—Cielo mío —murmuró—. ¿Qué haces despierta aún? Debes descansar. Mañana tienes escuela.

—Es que estaba terminando mi tarea.

—¿Saphira no te ayudó?

—Sí lo hice —en ese momento ella entró—. Pero ya sabes que le encanta jugar con los crayones.

—Mira, papi —Elian la bajó de sus brazos y ella corrió hacia la cama, tomó una hoja de papel y le mostró su dibujo—. Somos nosotros.

—Oye, qué lindo —dijo él al tomarlo—. A ver, señala a cada uno.

—Este eres tú —señaló un muñeco de palitos con traje—. Y esta es mi mami, y yo en el centro, tomada de sus manos.

—Cariño, me dibujaste muy pequeña —se rió Saphira—. ¡Parezco de tu edad!

—Pero mami es bonita —la abrazó, mimosa.

—Tú también eres hermosa, mi princesa —le respondió acariciando su cabeza—. Pero ya es hora de ir a dormir.

—Espera —Elian cambió el tono y su rostro se puso serio—. Alin, cariño, ¿has ido a ver a tu madre? Me refiero a Medea.

La niña frunció los labios, molesta, y se cruzó de brazos.

—Ella no es mi madre —refunfuñó—. ¿No dijiste tú y mami que no era su hija? ¿Por qué debería verla? Además mamá me dice...

—¿Qué le has estado diciendo, Saphira? —Elian la miró molesto—. ¿Quieres levantar sospechas o qué? Alin es hija de Medea para todos, así que deja de decirle tonterías. No arruines las cosas.

—Papá, no te enojes con mami —la pequeña tiró de la manga de su padre—. Todo está bien, mañana iré a verla. Actuaré como siempre y me mantendré callada. Solo así podremos ser felices.

—Buena niña —le sonrió él—. Ve a dormir ahora. Es tarde.

Alin asintió y se metió en la cama. Saphira guardó sus crayones y libros, pero luego salió tras Elian y lo tomó del brazo, furiosa.

—¿Qué te pasa? —cuestionó—. Alin es mi hija. ¿Y sabes qué? Me enoja mucho que tenga que seguir llamando madre a esa ciega inútil.

—Ya vas a empezar con la misma cantaleta. ¿Hasta cuándo? —ladró—. Han pasado varios malditos años, Saphira. Mantén las cosas como están. ¿Acaso quieres que todo se descubra? Un error puede costarnos todo lo que hemos construido. Medea es ciega, pero no tonta. Deja que Alin siga actuando como siempre y no le metas cosas en la cabeza solo porque estás celosa.

Se soltó de su agarre, dispuesto a irse, pero ella lo detuvo de nuevo.

—Espera, ¿no pasarás la noche conmigo hoy? —le dijo ahora con tono coqueto—. Ven a mi habitación, te estaré...

—Estoy cansado hoy. Dormiré con Medea. No puedo permitir que sospeche algo —gruñó—. Ve a dormir ya.

Luego se fue y la dejó en medio del pasillo. Saphira apretó la mandíbula con rabia. Elian era así, cuando estaba de mal humor la trataba como basura, y cuando estaba de buen humor, el hombre más maravilloso. Pero ya estaba cansada. Todo lo que había hecho para conseguir lo que tenía comenzaba a hartarla.

—Maldita seas, Medea, ¿por qué no moriste en ese accidente? Me habrías ahorrado todo esto —maldijo en voz baja para sí misma—. Me desharé de ti muy pronto. Tu lugar me pertenece.

Rabiosa, regresó a su habitación.

Por otro lado, Elian entró a su recámara, hastiado. Aún recordaba la cara de ese maldito Kaien en su empresa, y el estómago se le revolvía. Estaba enojado por eso.

No vio a su esposa en la cama, solo notó el bastón cerca de la puerta del baño y entonces comprendió que se estaba bañando. ¿Lo hacía sola? Bueno, aunque era ciega, no era inútil.

Una chispa de deseo despertó en él en ese momento. El aroma a flores de Medea lo envolvió y lo excitó. No era que no la deseara: Medea era hermosa y provocativa, pese a no tener vista. El problema era que Elian siempre había tenido un complejo de inferioridad hacia ella, y sentía que la odiaba. Solo había fingido amor todos esos años por conveniencia financiera. Gracias a haberse casado con ella, pudo levantar su empresa en quiebra.

Le puso seguro a la puerta y se quitó la camisa y los zapatos, quedando solo en pantalones. Se asomó a la puerta del baño y la vio: Medea tenía los ojos fijos en un punto indefinido mientras se masajeaba el cuello, los senos y los brazos. Elian tensó la mandíbula. Le daba rabia desearla como mujer. En la cama era buena, igual que Saphira, pero el odio hacia su esposa seguía ahí, camuflado.

—Hola —entró al baño, haciendo que su esposa se sobresaltara—. ¿Te ayudo?

Sabía perfectamente que Medea no se atrevería a decirle que no. Después de todo, ella lo amaba. Eso era lo que lo hacía sentirse poderoso: que Medea se muriera de amor por él. Y aunque su devoción a veces le resultaba fastidiosa, también le proporcionaba una retorcida satisfacción. Era consciente de esos sentimientos contradictorios que siempre había tenido hacia ella. Lo tenía todo: amor, dinero, una esposa hermosa, una amante sensual y una hija encantadora.

Sí, no iba a permitir que el recuerdo de Kaien perturbara su mente.

—Elian... —murmuró ella—. No, estoy bien así. Puedes ir a descansar. No sabía que hoy vendrías temprano.

—El trabajo en la empresa terminó antes —se acercó a la bañera, y Medea pudo sentir sus pasos—. Quiero relajarme. ¿Puedo entrar contigo?

—Ya iba de salida —tragó saliva—. No me siento bien hoy.

Elian apretó la mandíbula, furioso.

—Bien, como quieras —respondió antes de salir del baño.

Medea soltó un suspiro de alivio. No iba a permitir que ese asqueroso la tocara con las mismas manos con las que había tocado a Saphira. Le daba repulsión.

Salió envuelta en una toalla, tanteando la pared mientras avanzaba. Sin embargo, justo al poner un pie fuera, sintió un fuerte tirón en el brazo. Poco después estaba en la cama, desnuda, la toalla había volado por el aire.

—¿Elian? —preguntó, asustada—. ¿Qué haces?

—Necesito que me sirvas esta noche, esposa —dijo él, y ella escuchó el sonido de su bragueta bajándose—. Nunca te ha costado abrirme las piernas. Esta noche no será la excepción. Estoy necesitado.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP