Mundo ficciónIniciar sesiónMila es una talentosa maquilladora acostumbrada a transformar rostros, su vida dará un giro inesperado que la obligará a transformar su vida. En un mundo de lujo y peligro, Mila debe equilibrar su sentido de supervivencia y su creciente confusión emocional por el enigmático hombre al que ahora debe llamar esposo. Mientras intenta desentrañar los secretos ocultos detrás de la fachada de Lucio Montessori, descubre que no todo es lo que parece, y que el verdadero enemigo podría estar más cerca de lo que imagina. Atrapada en una red de mentiras y traiciones, Mila deberá confiar en su instinto y habilidades para sobrevivir y proteger su verdadera identidad. Pero a medida que la tensión crece y las lealtades se tornan borrosas, ¿podrá Mila escapar con su vida y su corazón intactos? A veces las máscaras no siempre ocultan los verdaderos rostros, sino las almas.
Leer másMILA —¿Secreto? —mascullé, incrédula. —Descuida, no se lo diré a nadie —añadió, sonriendo brevemente, antes de retomar su postura rígida. Señal inequívoca de que Lucio estaba cerca. Segundos después, se alejaron al mismo tiempo que mi mirada se encontró con la suya: esa mirada infernal y dominante que parecía taladrarme el alma. Lucio se detuvo frente a mí, su presencia eclipsando el bullicio a nuestro alrededor. Vestido con un traje a medida de un tono carbón profundo, su elegancia era tan afilada como su mandíbula. Era un hombre que en apariencia parecía cincelado por la ambición y el poder, y cada movimiento suyo lo demostraba. —Espero que no hayas elegido más de lo mismo —espetó, su voz un susurro ronco pero autoritario, mientras su mirada me recorría con un juicio silencioso y posesivo. Negué con la cabeza de inmediato inhalando el aire a mi alrededor. Sé perfectamente cómo distinguir la fragancia de una mujer y la de un hombre. Cuando se acercó a mí para abrir mi p
MILA Luchaba para que mis manos no sudaran del nerviosismo que me causaba. Gracias al timbre de su teléfono, mi nerviosismo se desvaneció un poco. Al ver la pantalla, se detuvo en seco, soltando mi mano un segundo después. Pude jurar que una fugaz sonrisa se dibujó en sus labios rosados antes de que apartara la vista. Omitió la llamada y, sin mediar palabra, extrajo una tarjeta dorada de su cartera y me la tendió. —Toma, compra lo que necesites. Te veo en una hora. Se marchó con la misma indiferencia con la que me había dejado plantada, no sin antes ordenar con arrogancia y autoridad a Tony y al capitán, que no me perdieran de vista, su mirada hacia mí era fría. En cuanto su figura desapareció, me giré hacia mis carceleros, la impotencia burbujeaba en mi pecho. —¿Qué diablos le dijiste a mi hermana? —exigí, sintiendo cómo la urgencia tensaba mi voz. Tony se limitó a girar los ojos, como si mi ansiedad fuera un simple capricho. —Calma, mujer. Tu hermana cree que tu je
MILA. En cuanto salió de la habitación, me lancé al vestidor. Mis manos temblaban mientras urgaba entre la ropa, buscando desesperadamente algo, cualquier cosa, que me permitiera quitarme este maldito vestido y escapar. La esperanza se desvaneció casi al instante: solo encontré ropa de hombre. A regañadientes, me puse unos pants y una camiseta que me quedaban enormes. Abrí el ventanal con el mayor sigilo posible y me asomé al balcón. El aire frío de la noche me golpeó la cara. Y ahí estaba, para mi absoluta y maldita sorpresa: Tony, el guardia pelón, vigilaba el jardín, justo debajo de mi ventana. Nuestras miradas se encontraron. La suya fue un fulgor instantáneo de triunfo. Apreté los labios con rabia contenida, sintiendo un nudo de coraje y repudio en el estómago. «Maldito Tony». Él y su compañero, al que apodan Capitán, intercambiaron una mirada y se echaron a reír a carcajadas, disfrutando de mi frustración. El sonido de su burla me taladró los oídos. Vencida, volví a en
MILA El beso forzado terminó, pero su cálido aroma permaneció cerca de mi rostro. De repente sus ojos, oscurecidos por una ira apenas contenida, me perforaron. —¿Podrías quitar esa cara de funeral y fingir que me adoras, al menos por dos horas más? Me aparté de él, instintivamente, sintiendo un escalofrío de repulsión por él y por lo que me hizo sentir. Pero la libertad fue efímera. El maldito guardia pelón me lanzó una mirada amenazante, una orden silenciosa: acércate a Lucio, tu esposo. Aunque, a decir verdad, en esta farsa, yo soy la esposa impostora. Sin más remedio, como una marioneta, volví a tomar su mano. Él me miró, y una sonrisa perfectamente ejecutada se dibujó en sus labios. Le devolví el gesto, una mueca cargada de sarcasmo que esperaba que notara. Salimos de la capilla, donde el aire todavía olía a incienso y mentiras, y nos dirigimos al opulento salón de la mansión. Una vez dentro, Tony, el guardia de seguridad rompió su silencio para revelarme su nombre y
MILA Siempre había anhelado este momento. Ver a las novias vestirse era mi parte favorita; la felicidad les desbordaba los rostros, seguida de lágrimas de gozo, elogios y las felicitaciones de amigas, hermanas y padres. Para una novia, sin duda, es un instante mágico. Hoy, en cambio, es el peor día de mi vida. Debí haberme negado en cuanto escuché aquellas peticiones, que ya entonces me parecieron ridículas. Como pude, me puse el vestido. Me quedaba largo, pues mi estatura no ayudaba, pero por suerte tenía un corsé ajustable. Había un par de zapatillas para elegir; opté por las más altas para no arrastrar la tela. Una vez lista, me miré en el espejo. «Diablos, es hermoso», pensé, a pesar de todo. Al salir de la habitación, el corpulento guardia hablaba por teléfono, mientras otros dos custodiaban la puerta. —Es impresionante lo que acabas de hacer, Mila, excepto por esos ojos grises —dijo el guardia calvo, quien parecía ser el líder del grupo. Sus compañeros me observ
MILA. Si el exterior era impresionante, el interior era aún más deslumbrante, como si la realeza misma hubiera dejado su impronta en cada rincón. Los ventanales enormes dejaban entrar la suave luz del sol, que jugaba con las cortinas resplandecientes. —Por aquí, señorita —dijo un guardia, uno de muchos que parecían más numerosos de lo necesario para resguardar la mansión. «Millonarios», pensé mientras subía las escaleras, mis pasos resonando suavemente en el elegante pasillo. —Aquí es —anunció el guardia, abriendo la puerta con cortesía. —Señorita Katya, ha llegado su estilista —informó, colocando mi equipo cuidadosamente al lado del tocador. La novia, absorta en sus pensamientos frente a su vestido, apenas giró la cabeza para responder: —Bien, que nadie nos interrumpa, por favor. Ponte cómoda —añadió con una voz que intentaba ser amable, pero cargada de una melancolía inconfundible. —Gracias —respondí, notando de inmediato sus ojos hinchados, indicios claros de que habí
Último capítulo