MILA Siempre había anhelado este momento. Ver a las novias vestirse era mi parte favorita; la felicidad les desbordaba los rostros, seguida de lágrimas de gozo, elogios y las felicitaciones de amigas, hermanas y padres. Para una novia, sin duda, es un instante mágico. Hoy, en cambio, es el peor día de mi vida. Debí haberme negado en cuanto escuché aquellas peticiones, que ya entonces me parecieron ridículas. Como pude, me puse el vestido. Me quedaba largo, pues mi estatura no ayudaba, pero por suerte tenía un corsé ajustable. Había un par de zapatillas para elegir; opté por las más altas para no arrastrar la tela. Una vez lista, me miré en el espejo. «Diablos, es hermoso», pensé, a pesar de todo. Al salir de la habitación, el corpulento guardia hablaba por teléfono, mientras otros dos custodiaban la puerta. —Es impresionante lo que acabas de hacer, Mila, excepto por esos ojos grises —dijo el guardia calvo, quien parecía ser el líder del grupo. Sus compañeros me observ
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