Secreto descubierto.
MILA
Luchaba para que mis manos no sudaran del nerviosismo que me causaba.
Gracias al timbre de su teléfono, mi nerviosismo se desvaneció un poco. Al ver la pantalla, se detuvo en seco, soltando mi mano un segundo después. Pude jurar que una fugaz sonrisa se dibujó en sus labios rosados antes de que apartara la vista.
Omitió la llamada y, sin mediar palabra, extrajo una tarjeta dorada de su cartera y me la tendió.
—Toma, compra lo que necesites. Te veo en una hora.
Se marchó con la misma indiferencia con la que me había dejado plantada, no sin antes ordenar con arrogancia y autoridad a Tony y al capitán, que no me perdieran de vista, su mirada hacia mí era fría.
En cuanto su figura desapareció, me giré hacia mis carceleros, la impotencia burbujeaba en mi pecho.
—¿Qué diablos le dijiste a mi hermana? —exigí, sintiendo cómo la urgencia tensaba mi voz. Tony se limitó a girar los ojos, como si mi ansiedad fuera un simple capricho.
—Calma, mujer. Tu hermana cree que tu je