Mundo ficciónIniciar sesiónThalía Valentini busca respuestas sobre su amiga desaparecida… y la meten en la “Lista A”: subasta mafiosa de mujeres. Dean Hoffman la ve. El mafioso más salvaje. La quiere. Y la tendrá. Hija de un rey del crimen, Thalía lucha en un mundo de traiciones, deseo prohibido y sangre. ¿Su fin… o su adicción eterna?
Leer másLa lluvia golpeaba el parabrisas con fuerza, como si el cielo quisiera borrar el camino frente a mí. El chofer mantenía el silencio de siempre, atento a la carretera, mientras yo observaba cómo las luces de los faroles se desdibujaban entre las gotas. Afuera todo parecía gris, borroso, pero dentro de mi cabeza las imágenes eran nítidas: el rostro de Celine, su risa, y la última vez que la vi.
Había pasado un año desde su desaparición, y todavía no había un solo día en que no pensara en ella. Recuerdo el último mensaje que me envió, emocionada por aquella fiesta de la que su padre había oído hablar. “Dicen que es algo grande, Thalía. Distinto a todo. Deberías venir conmigo.” Había insistido tanto, que por un momento estuve a punto de ceder. Pero no lo hice. Nunca me gustaron ese tipo de fiestas… y mucho menos las organizadas por gente del círculo de mi padre. Él siempre decía que el poder era una moneda peligrosa, que había que saber usarla. Pero lo que nunca decía —aunque todos lo sabíamos— era que ese poder venía del miedo, de la corrupción, de cosas que nadie se atrevía a nombrar. Mi padre era un hombre temido, un hombre con demasiados secretos, y yo había pasado la vida entera aprendiendo a caminar sobre ellos sin tropezar. A veces me preguntaba si la desaparición de Celine no tenía algo que ver con todo eso. Si, de alguna manera, ese mundo podrido en el que había crecido también se la había tragado. Después de que desapareció, fui a su casa, buscando respuestas. Recuerdo la cara de su padre cuando me vio aparecer en la puerta, empapada por la lluvia, igual que hoy. Trabajaba para el mío, así que sabía perfectamente quién era yo. Su voz sonó tensa, cortante: “Será mejor que no te metas en lo que no te incumbe, Thalía.” Y cerró la puerta sin más. Desde ese día, fue como si Celine nunca hubiera existido. Nadie la mencionaba. Nadie preguntaba. Nadie parecía querer recordarla. Nadie, excepto yo. Miré mi muñeca, donde todavía llevaba el brazalete que ella me había regalado el día que prometimos ser mejores amigas por siempre. Apreté los dedos sobre él y murmuré para mí misma, apenas un susurro entre el ruido de la lluvia: —Te encontraré, Celine —murmuré, casi sin voz—. Te lo prometo. El auto se detuvo frente a la entrada principal. A través de la ventanilla empañada, vi algo que me hizo fruncir el ceño: había más autos de lo normal estacionados frente a la casa. Vehículos que no reconocía, algunos de ellos con vidrios polarizados. Mi padre odiaba recibir visitas sin aviso, así que algo no encajaba. Salí del coche, cubriéndome con la chaqueta, mientras la lluvia seguía cayendo sin piedad. Bonnie, el ama de llaves, ya estaba esperándome bajo el pórtico con un paraguas. —Buenas noches, señorita Thalía —me saludó con una leve inclinación, su tono más tenso de lo habitual. —¿Por qué hay tantos autos? —pregunté, sin ocultar la curiosidad. Miré hacia la entrada y vi las luces del despacho de mi padre encendidas—. ¿Está mi padre en casa? —pregunté, sacudiéndome el agua del cabello. —Sí, señorita. Está en una reunión en su despacho —respondió ella, bajando un poco la voz—. Y pidió no ser molestado. Asentí despacio, observando de nuevo los autos, intentando adivinar quiénes podían ser los invitados. No era la primera vez que mi padre hacía reuniones “privadas”, pero había algo distinto esa noche. Algo en el aire, quizás, o tal vez era mi propia paranoia alimentada por demasiadas sospechas. Desde el pasillo, podía oír vagamente el murmullo de voces provenientes del despacho, amortiguadas por las puertas cerradas. Subí las escaleras lentamente, con el sonido de la lluvia colándose por los ventanales. El pasillo estaba en penumbra, iluminado solo por las luces que venían desde abajo. Cuando llegué a la puerta de mi habitación, extendí la mano para abrirla… y me detuve. Mi muñeca estaba vacía. El brazalete ya no estaba. Lo busqué con la mirada, girando sobre mí misma. Revisé los bolsillos del abrigo, mi bolso, incluso el suelo. Nada. Un nudo me apretó el pecho. Ese brazalete no era solo un objeto; era lo único que me quedaba de ella. Sin pensarlo dos veces, di media vuelta y bajé corriendo las escaleras. Bonnie, que seguía en el vestíbulo, me miró sorprendida. —¡Señorita Thalía! ¿A dónde va con esa lluvia? —preguntó, abriendo los ojos de par en par. —Perdí mi brazalete —dije, sin frenar—. Tengo que revisar el auto. Bonnie dejó escapar un suspiro resignado y tomó un paraguas antes de seguirme. Salimos al aguacero, y en cuestión de segundos el frío se coló por mi ropa empapada. Revisamos los asientos, el piso, entre los huecos de las puertas. La linterna del celular iluminaba pequeños destellos, pero no había rastros del brazalete. —No está —murmuré, frustrada, apartándome el cabello mojado de la cara. —Iré a hablar con Seth, quizá él lo vio cuando bajó su equipaje —dijo Bonnie, alzando la voz sobre el ruido de la lluvia. Asentí, y ella corrió hacia la entrada. Me quedé unos segundos más bajo la lluvia, mirando el coche con impotencia, sintiendo cómo el frío me calaba hasta los huesos. Después respiré hondo y volví a la casa. El silencio me envolvió en cuanto crucé la puerta. La luz cálida del vestíbulo contrastaba con el exterior oscuro, pero no alcanzó a tranquilizarme. Todo estaba demasiado quieto. Fue entonces cuando lo vi. Un hombre de pie, de espaldas a mí, cerca de la mesa del recibidor. Su cabello castaño estaba perfectamente peinado y su postura proyectaba seguridad, control absoluto del espacio. Llevaba un traje oscuro y unos lentes oscuros que le ocultaban los ojos. Mis pasos se detuvieron. No lo reconocía. No era uno de los hombres de seguridad ni alguien que hubiera visto antes. Di un paso sin querer, y un pequeño crujido de la alfombra alertó al hombre. Se giró lentamente, con la cabeza levantada, manteniendo la compostura. En su mano derecha, el brillo familiar del brazalete me paralizó. —Mi brazalete… —susurré, más para mí que para él. El corazón me golpeaba el pecho con fuerza, y por un momento, no supe si debía avanzar o retroceder. Él estaba allí, solo, impasible, sosteniendo lo que me pertenecía, y yo no tenía idea de cómo había llegado hasta ahí.La emoción de saber que habían llegado me inundó el cuerpo de golpe, caliente y abrumadora… y, sin embargo, se desvaneció en un parpadeo, reemplazada por una presión en el pecho, como si el aire hubiera decidido abandonarnos.Entonces ocurrió. La puerta de la habitación de Celine se abrió de golpe y chocó contra la pared con un estruendo que hizo vibrar el suelo bajo nuestros pies. Enzo fue el primero en cruzar el umbral. Su presencia llenó el espacio de inmediato: erguido, imponente, con la mirada dura y un silencio que pesaba más que cualquier grito. Detrás de él entró Seth, seguido por varios hombres cuyos rostros inexpresivos parecían tallados en la misma sombra.Sentí un nudo cerrarse en mi garganta.—No… no volverás a alejarnos —gritó Celine, con la voz quebrada pero firme, mientras daba un paso atrás, y luego otro. Sus manos temblaban, pero sus ojos no se apartaron de Enzo. Había miedo en ellos, pero también algo más peligroso: determinación. El tipo de determinación que nace c
Me había quedado dormida apoyada contra la pared, con la mejilla fría contra el cemento, como si de alguna manera aquello pudiera acercarme más a Celine. Como si, si cerraba los ojos con suficiente fuerza, pudiera derribar lo que nos separaba. El cansancio me había vencido sin darme cuenta, arrastrándome a un sueño inquieto, lleno de imágenes rotas.La habitación estaba en silencio. Una calma engañosa.Entonces escuché mi nombre.—Thalía…Era apenas un susurro. Tan bajo que pensé que lo estaba imaginando.—Thalía…Sonaba cerca… y al mismo tiempo lejano, como si atravesara capas de sueño y dolor para llegar hasta mí. Mi respiración se aceleró. Abrí los ojos sobresaltada, el corazón golpeándome con fuerza en el pecho, y estuve a punto de gritar cuando una mano cubrió mi boca con rapidez.—Shhh… tranquila —susurró una voz femenina—. Soy yo.La habitación se iluminó con una luz tenue. Parpadeé varias veces, tratando de enfocar, y cuando vi su rostro… sentí que el aire volvía a mis pulmone
Desperté con la sensación de que algo no estaba bien.No podía ver.Un peso oscuro me cubría los ojos y, al intentar moverme, el pánico me atravesó al sentir las manos atadas a la espalda y los tobillos firmemente sujetos. El vehículo se encontraba en movimiento; lo supe por el vaivén constante, por el ruido sordo del motor y las vibraciones que recorrían el suelo bajo mi cuerpo.La cabeza me latía con fuerza. Cada sacudida hacía que el dolor se intensificara, recordándome los tirones brutales de Mia, el golpe seco, la sangre deslizándose por mi rostro.Respiré hondo, tratando de no perder el control.Me estaban llevando lejos. Podía sentirlo. Cada minuto que pasaba me alejaba más de Dean. Pensé en él despertando, buscándome, preguntándose en qué momento todo se había roto otra vez.Mia había sido la obsesión convertida en odio, la necesidad retorcida de poseer a alguien a cualquier costo. Todo lo que fue capaz de hacer para mantenerlo cerca, incluso destruir a quien se interpusiera e
—¿Yo? —dije, avanzando un paso más dentro de la habitación, sin apartar la mirada de ella. Sentía el enojo subir lentamente por mi cuerpo, lento pero firme, denso, como una marea caliente que me apretaba el pecho—. Nada.Mi voz salió tranquila, casi peligrosa.—Pero veamos cómo reacciona Dean cuando se entere de que todo este tiempo has sido la soplona de Seth —continué, sosteniéndole la mirada—. Entonces veremos qué decide hacer él al respecto.Me di media vuelta, dispuesta a salir. Cuando un grito desgarró el silencio a mi espalda.No tuve tiempo de reaccionar.Algo pesado chocó contra mi cabeza. El impacto fue seco, brutal, y el mundo pareció volcarse sobre sí mismo. Una explosión de luz blanca me atravesó la visión, seguida de un zumbido ensordecedor que anuló cualquier otro sonido. Perdí el equilibrio y el suelo vino a mi encuentro, implacable, mientras una sensación caliente comenzaba a deslizarse por mi frente, bajando lentamente hasta mi mejilla.Sangre.Intenté incorporarme,
Me quedé allí, hecha un ovillo en el mismo lugar donde me había dejado. No supe cuánto tiempo pasó. El suelo estaba frío, duro, y aun así no me moví. Era como si levantarme significara aceptar que Dean no iba a volver.Las horas se estiraron de una manera extraña. Al principio lloré. Lloré hasta que me dolió el pecho, hasta que la garganta se me cerró y las lágrimas me quemaron los ojos. Después… ya no quedaba nada.No había lágrimas.Solo dolor.Un dolor sordo, constante, que se me instaló en el pecho y no se movía. Sentía la cabeza punzante, como si alguien apretara desde dentro. Los párpados me pesaban, hinchados, ardidos por no haber dormido en toda la noche. Cada vez que cerraba los ojos, lo veía a él alejándose.Había perdido la noción del tiempo. Solo sabía que seguía allí, abrazándome las rodillas, respirando por inercia, porque el cuerpo insiste en vivir incluso cuando el corazón ya no quiere.Lo más cruel de todo era que esto… esto era lo que yo creía que quería al principio
Dean se sentó frente a mí, encorvado, con la mirada baja. Tomé su rostro entre mis manos, buscando que me mirara, pero él se negaba. Su barbilla descansaba sobre el pecho y su voz apenas salió, quebrada.—Ha sido mi culpa… debí… debí protegerlas mejor —susurró.Mi corazón se contrajo ante su vulnerabilidad. Lo había visto fuerte, impenetrable, incluso duro, pero ahora estaba roto, humano.—Desde que perdí a mi padre… —dijo al fin, con la voz quebrada— sentí un vacío que creí imposible de llenar. Este mundo, Thalía… este mundo sucio, te lo arrebata todo. No distingue lo sagrado de lo desechable. Un padre, un hijo… nada importa.Lo escuché en silencio, y mis dedos se aferraron un poco más a su rostro. Su dolor era inmenso; aun así, tenía la entereza de sentarse frente a mí y ponerlo en palabras.—Después de perderlo —continuó— encontré apenas un destello de felicidad. Creí que podría dejar todo eso atrás, como lo hicieron mis padres. Y aunque sabía cómo había terminado para ellos… pensé
Último capítulo