La Maquillista del Mafioso
La Maquillista del Mafioso
Por: LIZI TM
El arte del maquillaje.

MILA

—¡Tía Mila, despierta, despierta!

Siempre me ha encantado cómo Luca, mi sobrino, salta en mi cama cada mañana. Es su manera de asegurarse de que empiece el día llena de energía. Tan pronto como abro los ojos, me deleito en llenarlo de cosquillas.

—¡Basta, tía, o me haré pipí en tu cama! —dice entre risas.

La mención de “pipí” siempre me detiene, recordando nuestros pequeños accidentes pasados.

Ya lista, bajo a la cocina para echar una mano a mi hermana con el desayuno.

—Hola, preciosa —saludo a mi sobrina Gala, plantándole un beso en la mejilla mientras ella mastica su cereal con ojos adormilados.

—Hola, tía —responde con voz aún somnolienta.

—Luca se toma muy en serio eso de despertarte temprano —dice mi hermana Nahía, concentrada mientras fríe huevos para mi cuñado.

Después de que nuestros padres fallecieron, Nahía asumió el enorme desafío de ser hermana y madre a la vez. Puedo imaginar lo difícil que fue para ella, pero de alguna manera siempre logró que nunca nos faltara nada. Cuando Liam llegó a su vida, todo cambió para mejor. Su amor nos envolvió a las dos, y encontré en él una figura paterna que tanto necesitaba.

—Demasiado en serio, diría —respondo, sirviendo el café.

—Buenos días, familia —dice Liam, ajustándose el chaleco.

Es ingeniero y tiene el deber de revisar obras para su empresa. Su presencia siempre llena la habitación de calidez.

—Buenos días, papá —coreamos mis sobrinos y yo, provocando que su rostro se ilumine con una sonrisa.

—Hola, mi amor —saluda a mi hermana con un beso, atrayéndola a él en un tierno abrazo.

Son como algodón de azúcar, siempre tan dulces. Tras el desayuno, cada uno toma su camino: Nahía lleva a los niños a la escuela, Liam parte hacia su trabajo, y yo me dirijo a la agencia de servicios de belleza donde trabajo, un lugar que me permite sumergirme en mi verdadera pasión: el maquillaje.

Para mí, el maquillaje es mucho más que un simple oficio; es un arte complejo y expresivo. Cada rostro que veo es un lienzo en blanco, una oportunidad para crear algo maravilloso. Al aplicar las primeras pinceladas, siento una magia especial fluir por mis dedos, una conexión íntima con el color y la textura. La paleta de colores es mi manera de plasmar emociones y resaltar la belleza única que cada persona lleva consigo.

El maquillaje, en mi experiencia, tiene el poder de contar historias y no solo transformar el aspecto exterior, sino también elevar la confianza interior de quienes se sientan en mi silla. Mi trabajo me da la oportunidad de iluminar los días de mis clientes, una pincelada a la vez.

—¡Me encantó! —mi clienta exclama, sorprendida al verse en el espejo. Su belleza natural ya era cautivadora; solo acentué sus rasgos.

—No hice mucho, ya eres hermosa —respondo, sonriendo con modestia.

Ella se despide satisfecha y con tiempo de sobra; me permito un respiro junto a mis compañeras. El cotilleo lleno de risas el salón, hasta que un repartidor irrumpe con un toque inesperado de emoción.

—Disculpen, traigo esto para la señorita… Mila Sinclair.

Las miradas se vuelven hacia mí al unísono, cargadas de sorpresa y emoción. Mis compañeras sueltan gritos emocionados mientras me adelanto para firmar el recibo. El repartidor deja un arreglo floral deslumbrante sobre la barra de recepción.

Tomando la tarjeta con manos ligeramente temblorosas, leo en voz alta para deleite de todas:

“Cambiaste mi vida por completo; espero ser tu hombre correcto. Te amo. Sandro.”

—Es el indicado, cariño, no lo pienses tanto —Maggie me anima entre risas y aplausos.

—Créeme que si por mí fuera, ya estaríamos casados —respondo, el calor en mis mejillas delatando mi felicidad.

De repente, la puerta se abre con un portazo y nuestra subjefa, Yina, irrumpe, su rostro pálido como papel. La alegría se transforma en inquietud.

—¡Chicas, chicas! —su voz entrecortada hace eco en la sala, llenándola de tensión.

—¡Calma, Yina! ¿Qué ocurre? —pregunta Maggie, su voz cargada de preocupación.

—¡La jefa acaba de chocar! —anuncia, su voz trémula.

El silencio es ensordecedor. La noticia nos paraliza, un escalofrío recorriendo el ambiente.

—¿Pero está bien? —pregunto, un nudo formándose en mi garganta, puesto que se ha ganado nuestro cariño y respeto.

—No lo sé. Pero debemos cubrir a la novia que iba a maquillar; es una novia élite —responde Yina, sus ojos fijos en mí—. Y creo que debes ser tú, Mila.

—¿Yo? —repito, sorprendida.

—Sí, tú siempre la cubres en cualquier emergencia. Hoy no es la excepción —insiste con firmeza.

—Está bien —respondo, sintiendo cómo los nervios me invaden.

—Prepárate bien. Con esta clienta será diferente. Vendrán por ti por la puerta trasera; es una boda privada —me explica—. La jefa ya firmó el acuerdo de confidencialidad, así que haz el favor de ser discreta.

Mientras asimilaba los detalles, me concentré en organizar el equipo. Yina sugirió que llevara el equipo grande, y no le discutí. Las novias de alta élite preferían lo exclusivo y perfecto. Apenas terminé de empacar cuando el sonido de mi móvil rompió el silencio.

«Sandro», pensé; una sonrisa se dibujó en mis labios.

—Hola, guapo —dije como siempre, porque realmente lo era. Esos ojos color miel me tenían completamente derretida, y su abrazo fuerte me hacía sentir segura y querida. Y ni hablar de su manera de besarme, de amarme.

—Hola, nena —su voz era una caricia al otro lado—, ¿recibiste mi regalo?

—Sí, aunque no deberías acostumbrarme a estos detalles. Me dolerá el día que dejes de hacerlo —contesté.

—El día que deje de hacerlo será cuando esté bajo tierra —dijo con sinceridad—. Mientras respire, encontraré la forma de mostrarte lo importante que eres para mí. Te amo, y lo sabes.

Sus palabras llenaron mi corazón de una cálida nostalgia.

—Y yo a ti, guapo —respondí suavemente.

—Te veo esta noche —propuso con suavidad.

—Claro.

Colgué y aspiré profundamente el dulce aroma de las flores. Me dirigí a la puerta trasera con Yina a mi lado.

—En todos mis años aquí, nunca nos han pedido algo así —comentó Yina, llevándome uno de los maletines.

—¿Te refieres a salir por la puerta trasera o al acuerdo de confidencialidad? —pregunté, siguiéndola.

—Ambas cosas. Estoy muriendo de curiosidad por saber quién es —admitió Yina.

—Debe ser algún artista —murmuré, intentando darle sentido a las curiosas peticiones de la clienta.

Al salir del edificio, una camioneta negra de lujo brillaba bajo la suave luz del día.

—Ese debe ser mi carruaje —comenté con una sonrisa misteriosa, despidiéndome de Yina.

—Suerte —replicó ella, guiñándome un ojo—. Nos vemos en unas horas.

Subí a la camioneta, que arrancó con suavidad, y poco a poco nos fuimos alejando del bullicio de la ciudad. El paisaje urbano fue cediendo espacio a amplias áreas abiertas, y mi curiosidad comenzó a agitarse en mi interior.

Cuando la camioneta se adentró en el bosque silencioso, las hojas crujían bajo las ruedas, una banda sonora que acompañaba el latido acelerado de mi corazón. A medida que avanzábamos, una mezcla de nervios y anticipación se apoderó de mí; el encanto del misterio estaba en el aire.

Y entonces, como salida de un cuento, una majestuosa mansión blanca surgió entre los árboles. Su presencia, resplandeciente y enigmática, capturó mi atención instantáneamente, transformando mis nervios en pura fascinación.

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