Iris Lambert llegó a Nueva York con un sueño claro: abrir su propio spa. Con una herencia inesperada, un enorme apartamento vacío y muchas cuentas que pagar, decide rentar una habitación. Lo que no esperaba era que su nuevo inquilino fuera Hugo Barnard, un oncólogo brillante y reservado que parece tan fuera de lugar en su vida como en la caótica ciudad.Hugo busca algo sencillo: un lugar donde desconectarse del agotador ritmo de su trabajo y la presión de su familia. Pero convivir con Iris, con su energía imparable, su risa contagiosa y su capacidad para meterse bajo su piel, está lejos de ser sencillo. Hugo no esperaba terminar compartiendo casa con alguien tan colorida y desbordante de energía como Iris, mientras que ella no sabe cómo manejar a este hombre enigmático y de mirada intensa.Mientras los días en el 823 pasan entre momentos incómodos, pequeños actos de complicidad y miradas que dicen más de lo que deberían, ambos comienzan a darse cuenta de que quizá lo que necesitan no es solo un hogar, sino también alguien que los inspire a soñar más allá de sus propios límites."A veces, el lugar menos esperado es el mejor hogar para el corazón."
Leer másLlegar tarde se había vuelto un hábito en las últimas semanas. Pero todo se debía a un bien mayor, o eso se repetía una y otra vez Iris. Estaba a una semana de graduarse de la universidad, y los nervios y la ansiedad sobre lo que el futuro le depararía no la dejaban tranquila. Esa mañana había hablado con sus padres, quienes le recordaron lo orgullosos que estaban de ella. Aunque se graduaría con honores, Iris se sentía angustiada por no haber sobresalido aún más.
A pesar de todo, seguía sintiéndose feliz por su logro. No podía creerlo. Tan solo unos años atrás, aquello le parecía una locura, algo inalcanzable. Pero gracias al apoyo de sus padres y su abuelo, lo había logrado. Sin embargo, su aventura en la gran ciudad había comenzado de forma inesperada y con una gran pérdida. Su abuelo, quien le había heredado el apartamento donde llevaba casi cinco años viviendo, falleció antes de que pudiera compartir con él esa alegría. Aquel apartamento, según la carta que su abuelo le dejó, era especial. Le decía lo feliz que le hacía que fuera suyo, algo que incluso ni su hermano mayor había obtenido. ¿Por qué ella?, se preguntaba constantemente.
Iris llegó al café en su vieja camioneta de un marrón desgastado. El ruido del motor captó la atención de las personas dentro, incluido su amigo Max, quien la miró desde una mesa, señalando su reloj y negando con la cabeza. Iris salió apresurada, cerrando de golpe la puerta de la camioneta. En menos de un minuto ya estaba sentada frente a él.
Conoció a Maxwell en la universidad, y desde entonces se hicieron inseparables. Max era de pocas palabras, pero con Iris se sentía libre y no dudaba en mostrarse más extrovertido. A Iris nunca le preocupó que su amigo pudiera estar enamorado de ella, ya que sabía con certeza que no era así. Después de todo, él le hablaba constantemente de su amor imposible, una chica a la que ni siquiera conocía.
—Me disculpo una vez más por llegar tarde, Max —dijo Iris mientras se dejaba caer en la silla frente a él—. Me cogió el sueño. Toda la noche estuve organizando cosas para la semana que viene.
—Eh, tranquila. Respira —respondió Max con una pequeña sonrisa—. No quiero que te dé un infarto explicándome todo de golpe. Lo entiendo. Por si lo olvidaste, estamos en el mismo bote.
Iris se golpeó la frente al recordar que su amigo también estaba por graduarse.
—Soy la peor amiga del mundo —dijo, frustrada.
—Ni tanto. Estás aquí, y eso es lo importante.
—No seas tan comprensivo. Eso me lo hace más difícil.
—Uno de los dos tiene que serlo —bromeó Max, encogiéndose de hombros—. Pero dime, ¿por qué querías que nos viéramos hoy?
—Es una larga historia…
—En ese caso, resúmela —contestó Max, mirando su reloj antes de cruzar los brazos.
—¿Estás ocupado? —preguntó Iris, ladeando la cabeza con curiosidad.
—En cierto modo. Hay alguien esperándome, pero puedo hacer que espere. Quiero saber que todo está bien contigo.
El gesto de su amigo la conmovió. Max siempre encontraba formas de demostrar cuánto la apreciaba, y por eso Iris quería que él le ayudara con su nuevo plan: encontrar un inquilino para una de las habitaciones de su apartamento.
—Bien, ya te he hablado un montón de veces sobre cuánto quiero abrir mi propio spa, ¿cierto? —dijo Iris, inclinándose ligeramente hacia él.
Max negó lentamente, con una expresión seria.
—La verdad, no recuerdo… —respondió con calma.
—¡Max! —exclamó Iris, golpeándole suavemente el brazo.
—¡Oye! ¿Y eso por qué? —protestó él, llevándose la mano al lugar donde ella lo había golpeado.
—Por supuesto que lo recuerdas. Lo digo todo el tiempo.
—Está bien, está bien. No lo podría olvidar, aunque quisiera —admitió, alzando las manos en señal de rendición—. ¿Pero qué tiene que ver eso con que quisieras verme hoy?
—Bueno, he encontrado el lugar perfecto para abrir mi negocio. Está abandonado, pero tiene mucho potencial. El problema es que necesita muchas reparaciones, y no tengo suficiente dinero para cubrir todo.
Max frunció el ceño, asintiendo lentamente.
—¿Necesitas dinero? —preguntó, con la mano ya buscando algo en su mochila.
—¡No! ¿Qué haces? —Iris lo detuvo antes de que sacara nada—. No quiero dinero prestado. Necesito que me ayudes de otra manera.
Max dejó su mochila y la miró con curiosidad.
—¿De qué manera?
—Quiero alquilar una de las habitaciones de mi apartamento para tener ingresos extra. Pero no quiero hacerlo sola. Eres la única persona en la que confío plenamente, y quiero que seas tú quien me ayude a encontrar a alguien adecuado.
Max se quedó mirándola por unos segundos, procesando lo que acababa de decir.
—Entiendo... Entonces, ¿quieres que te ayude a buscar a alguien? ¿Por qué crees que soy bueno para esa tarea?
—Porque sé que elegirías a alguien en quien confíes, y eso me daría tranquilidad —respondió Iris, sonriendo con confianza.
Max suspiró, pasándose una mano por el rostro.
—No tengo a nadie en mente, pero haré lo posible. No te prometo nada, pero te llamaré esta noche con alguna idea.
—Gracias, Max. Sabía que podía contar contigo.
Ambos siguieron conversando mientras bebían su café y se ponen al día sobre cómo, en una semana, ambos estarían graduados y lograrían culminar uno de sus sueños.
Después de despedirse de Max, Iris se dirigió directamente a su trabajo. Tenía dos años trabajando en el spa medico Lumière Retreat, donde se desempeñaba como terapista de masajes. Iris se llevaba muy bien con sus compañeros, incluida su jefa, Lenora.
El día pasó bastante rápido. En su horario de almuerzo, aprovechó para ir a su apartamento y asegurarse de que Bingo, su mascota, estuviera bien. Lo había rescatado cuando era tan solo un bebé. Nunca entendió cómo alguien podía ser tan cruel como para dejarlo tirado en una autopista. Cuando lo encontró, tenía una fractura en una de sus patas delanteras. Por suerte, el veterinario pudo salvarla.
Bingo se emocionó al verla llegar y se tiró al suelo para recibirla, moviendo la cola con entusiasmo mientras le daba lengüetazos en las mejillas.
—Tranquilo, ya estoy aquí. Aunque debo irme rápido, solo quería ver que estabas bien, pequeño —dijo Iris, mientras Bingo la miraba como si entendiera cada palabra.
Iris le cambió el agua y llenó su plato de comida antes de volver al trabajo. Mientras Bingo comía, ella aprovechó para comerse un sándwich. Se apresuró, ya que no quería llegar tarde y correr el riesgo de que le llamaran la atención.
—Ya debo irme, pequeño. Nos vemos luego. Te extraño, y no me he ido aun —añadió mientras acariciaba la cabeza de Bingo.
El tráfico, para su sorpresa, estaba fluido, y llegó rápidamente al spa. Algunos clientes que reconocía ya la estaban esperando. Deseaba con todas sus fuerzas estar en su cama, comiendo un bowl de nachos con queso. Dejó sus cosas en su taquilla y se dirigió a la habitación donde la esperaba uno de los clientes.
La señora estaba lista para iniciar su masaje, e Iris no podía evitar contar las horas para que aquel día terminara.
Completó la rutina de masaje de la señora y continuó atendiendo a otros clientes durante el resto del día. Sentía que había sido la jornada más larga de su vida. Lo único que la desesperaba más era esperar con ansias la llamada de Max. Necesitaba alquilar su piso con urgencia; no quería perder la oferta de aquel local que tanto le interesaba. Tenía el dinero inicial, pero necesitaba seguir ahorrando por algunos meses para poder cubrir la remodelación, y el alquiler del piso le ayudaría bastante.
Al finalizar el día, se dirigió al área de lockers, donde todavía quedaban algunos de sus compañeros. Lila, Oliver y Theo la saludaron al verla llegar. Oliver, en particular, levantó la vista de inmediato y le ofreció un apretón de manos para saludarla.
—¿Cómo estás? —le preguntó Oliver.
—Agotada, ha sido el día más largo de toda mi vida. ¿Qué tal estás tú? —respondió Iris con una sonrisa amable, aunque claramente cansada.
—No me puedo quejar, los números no me dejan espacio —bromeó Oliver.
Oliver era el encargado de la administración y las finanzas del spa. A pesar de que a ella le daba dolor de cabeza el solo pensar en números, solía ver a Oliver tarareando alguna canción mientras sacaba cálculos. Era evidente que era muy apasionado con las cosas que hacía, y las finanzas no eran la excepción. A Iris le resultaba curioso que alguien pudiera disfrutar tanto entre hojas de cálculo y balances. Para ella, los números solo eran motivo de atención si faltaban en sus cheques.
Siguieron conversando mientras salían hacia el estacionamiento. Lila y Theo se iban juntas en el auto de Lila, mientras Oliver acompañaba a Iris hasta el suyo.
—Te acompañaría a casa, pero luego no tendría cómo volver si dejo mi coche aquí —comentó Oliver, algo nervioso.
Iris sabía que Oliver sentía algo más que amistad por ella. Sin embargo, él también era consciente de que ella no lo veía de esa forma. A pesar de ello, Oliver siempre era caballeroso, aunque supiera que no había posibilidades entre ellos.
—No te preocupes, gracias por acompañarme hasta mi auto —le dijo Iris mientras lo abrazaba—. Hasta mañana, Oli. ¡Descansa!
—Tú también —respondió Oliver, despidiéndose con la mano antes de cerrar su puerta.
Iris condujo de regreso a casa tranquilamente, pero no podía dejar de mirar el móvil. Ya eran las once de la noche y no había recibido ni un mensaje ni una llamada de Max. Aquello le daba escalofríos; tenía miedo de no encontrar a nadie interesado en alquilar su piso y perder esa oportunidad tan importante. Se sentía frustrada. No quería pedirles dinero prestado a sus padres, y mucho menos a Max. Había trabajado duro para conseguir el dinero, pero le faltaba bastante para la remodelación.
Se sentía acorralada y casi derrotada. Al llegar a su edificio, salió de su auto y se dirigió al apartamento. Al detenerse frente a la puerta de su piso, miró el grabado: Piso 823. Por primera vez, se fijó con atención en los detalles. Las letras relucían y las pequeñas piedras incrustadas brillaban más que nunca. Sin saber por qué, sintió la necesidad de hablarle.
—Creo que ya he perdido la cabeza, pero por favor, que Max encuentre un inquilino para nosotros —murmuró Iris, refiriéndose al piso como si este tuviera vida.
Retiró lentamente la mano de la puerta y, negando con la cabeza, la abrió y se adentró en el apartamento. Apenas cruzó el umbral, Bingo empezó a saltar por todos lados. Pero Iris estaba tan agotada que no pudo más y se dejó caer en el sofá de la sala. Dejó su bolso en una esquina, recostándose mientras el sueño comenzaba a apoderarse de ella.
Estaba cayendo profundamente en un sueño cuando sintió la vibración de su móvil. Era un mensaje de Max. Una ráfaga de adrenalina le recorrió toda la columna. Nerviosa, desbloqueó el teléfono y leyó el mensaje en voz alta:
"He conseguido un posible inquilino. Te llamo temprano para darte detalles. Descansa.
-Max."
Iris no pudo contenerse y empezó a saltar de alegría por toda la sala. Luego corrió hacia Bingo con una enorme sonrisa.
—¡Tenemos un posible inquilino, Bingo! Ahora seremos tres aquí. ¿Qué dices? —le habló al animal como si pudiera entenderla. Bingo, en respuesta, simplemente movió la cola con entusiasmo.
Finalmente, volvió a recostarse en el sofá, esta vez con una mezcla de emoción y ansiedad. Anhelaba que llegara la mañana para escuchar los detalles, aunque la idea de compartir su apartamento con un desconocido también la aterraba.
—¡Gracias! —murmuró Iris en voz baja, sin saber exactamente a quién le dirigía esas palabras.
Hugo frunció el ceño y bajó la mirada, como si apenas en ese momento lo notara. El oficial se les acercó con paso rápido, aún con la tensión del momento vibrando en el aire.—¿Está herido? —preguntó con tono firme, ya evaluando la mancha roja.—Estoy bien —respondió Hugo de inmediato, aunque Iris lo miró con una mezcla de incredulidad.—Estás sangrando —dijo Iris, con voz más alta, tomando con suavidad su brazo.Un hilo rojo manchaba la tela de su camisa, extendiéndose lentamente desde el hombro hacia el codo.—Solo es un rasguño —repitió él, como si con eso bastara para convencerla.El oficial miró a ambos por un momento, luego asintió y sacó una libreta.—Antes de que lo lleven, necesito una declaración breve. Usted fue quien lo detuvo, ¿cierto?—Sí —dijo Hugo, sin apartar la vista de Iris—. Me encargué de quitarle el arma antes de que pudiera herir a alguien más. Forzamos por unos segundos, hubo dos disparos, pero no creo que haya impactado a nadie directamente.—Señor Barnard —dij
—¿Por qué? —murmuró, entre dientes—. ¿Por qué estás aquí? ¿Por qué sigues detrás de mí?Él rio por lo bajo.—¿Por qué? Porque tú me lo quitaste todo.Dio un paso hacia ella, y la tensión en el cuarto se hizo insoportable.—Por tu culpa me echaron del equipo. —su voz ahora era más áspera, con un deje casi histérico—. Cuando Cian se enteró de que había sido yo quien te empujó aquella noche… me rompió la pierna a golpes. Estuve meses sin poder caminar bien.Iris parpadeó, sintiendo que el aire se le escapaba de los pulmones.—¿Qué…?—Y después… —continuó él, con una carcajada rota— tuve que ir a la cárcel. Un maldito año ahí dentro, y habría sido más si no fuera porque mis padres pagaron para que saliera antes. Mientras tú… tú estabas en coma. Nunca supiste nada, ¿verdad? Porque tu hermanito se encargó de que nadie te lo dijera. Sabía que no te protegió. Sabía que era un hermano de mierda. Y la culpa lo destrozó tanto… que prefirió largarse antes de tener que mirarte a los ojos.Las últi
Habían pasado unos días desde aquella noche. No todo estaba resuelto, pero la calma había regresado poco a poco, como una tregua silenciosa entre dos corazones aún heridos.Iris caminaba con absoluta tranquilidad, como si no supiera el efecto que causaba. Llevaba puesta una bata de satén corta, de un rosa suave que contrastaba deliciosamente con su piel. Con cada paso, el brillo tenue de la tela y el movimiento de sus piernas, creaban un espectáculo. Su cabello caía con suavidad sobre los hombros, y en su rostro había una expresión serena… pero con ese destello pícaro que Hugo conocía demasiado bien.Él estaba en el sofá, con su portátil sobre las piernas y Bingo recostado plácidamente en su regazo, dormitando con una de sus orejas tapándole medio rostro.Al verla, Hugo levantó la mirada… y se rió. Una risa baja, cómplice.—¿Quieres matarme, Lambert? —murmuró Hugo, con una risa incrédula mientras la seguía con la mirada—. Porque así es como se mata a un hombre lentamente.—¿Y quién di
Hugo respiró hondo, como si las palabras le quemaran la garganta. Bajó la mirada, luchando por mantener el control, y cuando volvió a alzarla, sus ojos encontraron los de Iris con una mezcla de arrepentimiento.—Perdóname… —dijo por fin, su voz quebrada, apenas un susurro—. Sé que… sé que con palabras no voy a reparar lo que te hice. Irme así. Sin decir nada. Sin darte ni siquiera una explicación…Iris apretó los labios, luchando por mantener la compostura, mientras él se acercaba un poco más.—Esa noche… —continuó—. Recibí la llamada de Max. Me dijo que Isabela estaba mal. Que teníamos que sacarla del país para operarla de urgencia en una clínica en Suiza. No había tiempo. Solo… solo me fui con ella. Y todos estos días… he estado con el corazón en un puño, esperando que saliera con vida.Sus manos se tensaron en los bolsillos mientras una amarga sombra pasaba por su rostro.—Y me culpaba, Iris. Porque sentía que… que de alguna manera todo era mi culpa.Ella lo miró largo rato. Entonc
Max levantó la cabeza lentamente, y sus ojos se encontraron con los de ella, horrorizados. Como si la sola pregunta le repugnara. Su ceño se frunció y negó con la cabeza de inmediato, con una firmeza casi desesperada.—No. —negó de inmediato, con un tono grave, firme—. No, Iris. No ahora. Eso… pasó hace meses. La primera semana que él se mudó contigo. Cuando todavía no había nada entre ustedes… cuando solo era tu inquilino.Las palabras de Max cayeron sobre ella como una corriente cálida, apagando de golpe el miedo que le oprimía el pecho. Sintió un alivio recorrerla desde lo más profundo, como si finalmente pudiera respirar después de tanto tiempo conteniendo el aire.Su mano aflojó la tensión con la que sostenía el bolso sobre su regazo, y su mirada volvió a la ventana. El corazón le latía fuerte, pero ya no con angustia, sino con una calma extraña.Max inspiró hondo, su rabia todavía visible en cada línea de su rostro.—Yo no lo sabía. Me acabo de enterar… y por eso… por eso reacci
Isabela bajó la mirada, vencida por su propia confesión.—Hugo es un hombre maravilloso, y desde que lo conocí, supe que venía con sombras con las cuales también tendría que lidiar. No me asustaron. Estuve dispuesta a aceptarlas, incluso cuando esas sombras tenían tu nombre. Pero tú… tú sabías que él no te amaba. No lo tienes encadenado, Isabela, pero lo has hecho sentir culpable durante años. Eso no es amor. Es egoísmo. Amar a alguien también es saber cuándo dejarlo ir. Y tú no has tenido el valor de hacerlo —afirmó Iris, con una convicción implacable.Isabela sostuvo la mirada de Iris durante unos segundos, sin parpadear.—¿Y tú crees que es tan fácil? —dijo con voz baja, casi un susurro, pero cargada de emoción—. ¿Crees que simplemente se deja ir a la única persona que alguna vez te hizo sentir viva? Tú lo ves claro porque estás del otro lado. Porque tienes lo que yo perdí.Hizo una pausa, con una sonrisa triste.—No lo obligué a quedarse, Iris. Solo me aferré a su culpa, porque es
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