Mundo de ficçãoIniciar sessãoAvy, una joven marcada por la soledad y la adversidad, encuentra su único refugio en la rutina de un café londinense, donde trabaja con una timidez que esconde un gran corazón. Cada mañana, su vida se ilumina con la presencia de Ethan, un cliente cordial con quien forja una amistad pura e inesperada. Pero la conexión que crece entre el humilde café y el uniforme negro de Avy se basa en una dolorosa mentira. Ethan ha ocultado un secreto monumental: es el heredero de una fortuna, temiendo que la verdad ahuyente a la sencilla Avy. Cuando el engaño queda expuesto, la traición hiere a Avy hasta lo más profundo. Creyendo que todo ha sido una farsa, decide huir por completo, abandonando su trabajo y su hogar en Londres y Manchester. Ethan, consumido por el arrepentimiento, debe enfrentarse a las devastadoras consecuencias de su miedo. Pero su búsqueda desesperada por recuperarla revela una verdad ineludible: su encuentro no fue casualidad, sino que obedece a un propósito mucho más grande que una simple historia de amor.
Ler maisCAPÍTULO UNO: EN CASA ME ESPERA LA SOLEDAD.
Avy Taylor Se cumple un año desde que quedé completamente sola en este mundo. Primero fue mi padre; murió de un paro cardíaco fulminante. A los pocos meses, mi madre lo siguió. Se dejó llevar por la ausencia, la tristeza, y tal vez la soledad por la falta de su compañero. Su enfermedad tampoco ayudaba; la diabetes siempre se mantuvo elevada y los medicamentos nunca le hicieron el efecto que los médicos esperaban. Y, el día menos pensado, a mi madre le da un coma diabético que la lleva a la muerte. Desde entonces, vivo sola en una pequeña habitación modesta. Tengo lo necesario, sí: una cama donde dormir y una cocina eléctrica para preparar algo de comer. Del resto, me falta todo. Anhelo un comedor donde sentarme, un sillón donde pueda sentarme o acostarme cuando regrese del trabajo, cansada a más no poder. Miro a mi alrededor y agradezco lo poco y lo mucho que poseo. Con mi nuevo empleo, intentaré comprar lo que me hace falta, poco a poco. Vendí casi todo para saldar deudas; dos muertes seguidas me dejaron al borde de la calle. «Ni siquiera me queda una casa donde vivir», pienso con una punzada de tristeza que me aprieta el pecho. Salgo de debajo de las sábanas con esfuerzo. Cada vez que recuerdo a mis padres, el desánimo y la tristeza me invaden, pero me obligo a salir, por mí y por mi futuro. Me calzo las pantuflas, que, por cierto, ya están bastante desgastadas. «Necesito unas nuevas», pienso mientras me encamino directamente al baño a tomar una ducha. Dejo la ropa a un lado y me introduzco en el pequeño cubículo. El espacio es estrecho. Bajo la lluvia artificial, el agua cae, helada, sobre mi cuerpo. Mi piel se tensa inmediatamente al sentir la brusca temperatura. —¡Dios mío, qué fría está hoy! —exclamo, tiritando y abrazándome a mí misma. Salgo envuelta en la toalla y me cepillo los dientes con rapidez, tratando de que el frío no me congele el ánimo. No hay mucho que elegir en mi pequeño clóset. Elijo un vaquero azul algo desgastado, pues es el mejor que tengo en comparación con los otros, y luego una blusa de cuello abierto y manga corta de un rosa claro. Me visto rápidamente para luego peinar mi cabello. Tomo una liga y formo un moño medio alto, dejando caer el flequillo negro sobre mi frente. No tengo tiempo de prepararme un café, mucho menos de hacer desayuno, así que tomo mi cartera y salgo, cerrando la puerta detrás de mí con llave. Camino unas cuantas cuadras hasta llegar a la parada. Allí, espero el autobús un par de minutos hasta que este aparece en mi campo de visión. Saco el dinero de mi cartera. Suspiro, sabiendo que me queda poco de mis ahorros, deseando que llegue la semana de mi primer pago. Subo al transporte y tomo asiento en silencio. Ignoro los murmullos de los pasajeros, pego la cabeza al cristal y comienzo a ver pasar por todo el camino los edificios y locales, hasta que llego a mi destino. Mi estómago se aprieta. Es producto del hambre que cargo y solo deseo llegar pronto al trabajo y calmar este apetito voraz. Recuerdo que solo comí un pan con agua. El autobús se detiene, y es mi turno de bajar. Lo hago y camino un par de cuadras hasta llegar a "Coffee Coffee". Me adentro con pasos apresurados hasta llegar a la habitación del personal, sustituyendo mi ropa por el uniforme que me asignó el encargado. —Vamos, Avy, a desayunar —comenta mi compañera Nicoll. Le sonrío y asiento, porque la verdad es que ya no aguanto más el hambre. Nicoll es la única persona con la que me siento en confianza desde que entré a trabajar aquí. Con ella siento que no me mira de esa manera con la que me miran los demás, con lástima o juicio. —Está delicioso —expreso con una sonrisa genuina. Siento satisfacción en todo mi cuerpo y, al mismo tiempo, las energías renovadas para comenzar el día. Los viernes es cuando más fluyen los clientes en este local. —Es lo mismo de siempre —comenta Nicoll, restándole importancia. Y sí, es cierto, es lo que comemos a diario, pero con hambre todo cambia. No le respondo y sigo comiendo hasta terminarlo todo. —Toma, comete esto —me pasa un croissant, y la miro dudando. —¿Segura? —le pregunto, dudando en tomar el pan. Me sonríe y asiente. Lo tomo y me lo como también, quedando exageradamente llena. Nos levantamos de la mesa y salimos. En el pasillo, nos encontramos con nuestro supervisor, Joel. —Avy y Nicoll —nos saluda a ambas—, tomarán la entrada principal, ya que sus compañeras no han podido ocupar su puesto. De reojo, miro a Nicoll y luego asiento aceptando. Es la primera vez que ocuparé esa área. Es mi oportunidad de hacer bien mi trabajo, ascender y ganar un poco más. Inicié detrás del mostrador, supliendo a una trabajadora, y hoy soy camarera. Veo cómo mi compañera Nicoll quita el seguro de la puerta de cristal y la abre para dar paso a los clientes que esperaban afuera. Espero un segundo y sigo con la mirada a una señora que toma asiento. Aparece mi oportunidad; me acerco y le doy mi saludo cordial. —Buenos días, señorita —digo, mi voz sale suave. Hago un gesto gentil y risueño, nada exagerado—. ¿Qué desea ordenar? Ella me devuelve la amabilidad y responde con un café con leche y tiramisú, y para llevar, un croissant y un capuchino. Le digo que enseguida, y voy a entregar la orden. Entonces, se me ocurre la gran idea de tomar nota de todos los pedidos y hacer la entrega después. Así lo hago: anoto cada nota con el número de la mesa para llevar el control. Hago la entrega de los pedidos y recibo la primera orden. El ir y venir me da el tiempo de entregar cada orden sin mucha demora. La mañana fluye. Entrada y salida. Me siento abrumada. Pienso que no puedo con tanto movimiento yo sola y que habrá quejas. Pero fue todo lo contrario; los clientes se portan a la altura o, tal vez, hice bien mi trabajo. —Te felicito, Avy —manifiesta Joel al llegar al mostrador para hacer otra entrega de un pedido—. Creí que iba a tener que auxiliar te. —Gracias —digo con timidez, y siento mi rostro ruborizado. No estoy acostumbrada a los elogios; se siente bien y extraño a la vez. Con estas palabras, me siento con mucho más ánimo. La mañana fluye sin descanso. Es agotador y me mantiene ocupada, y me gusta. Así estoy en constante movimiento, y aunque después estaré muy cansada, al final de cuentas valdrá la pena. Llega la hora del mediodía y no puedo almorzar aún. «¡Qué bueno que comí suficiente!», pienso, pues no habrá un respiro para mí sino cuando entre el personal del segundo turno. Nicoll y yo jadeamos al mismo tiempo. Ambas nos miramos y soltamos una discreta carcajada. Almorzamos en silencio, tratando de mantener el control de no devorar la comida en un solo bocado. —Quiero agradecerles a ambas por su labor y desempeño allá afuera —manifiesta Joel, elogiando nuevamente nuestro desempeño—. Ha sido una mañana muy movilizada, y quiero pedirles si pueden continuar hasta que cerremos —propone y lo miro—. Les pagaremos las horas extras y tendrán transporte y la cena asegurada. ¿Qué dicen? —Me quedo —anuncio sin pensarlo. En casa nadie me espera, solo la soledad entre cuatro paredes. Estoy dispuesta a hacer todo por el todo para salir adelante y surgir.CAPÍTULO CINCO: SIN DUDAS Ethan Cooper.La puerta de cristal se abre ante mí justo cuando llego frente a ella. La joven que se encuentra dentro me ha dado el pase.—Gracias —digo con un asentimiento de cabeza.Paso por su lado y me encuentro con otra empleada que no había visto antes. Llevo una semana visitando el lugar; mejor dicho, desde que salí de la universidad aquel día de mi inscripción. La tensión es la misma, aunque me doy cuenta de que ni la encargada de la entrada ni la camarera son las mismas de la semana pasada.«Eso no importa. La atención es la misma», me digo a mí mismo, intentando tranquilizarme.Avanzo hacia una mesa y observo que el lugar está un tanto solitario en comparación con otras ocasiones. Miro la hora en mi reloj de mano y me doy cuenta de que falta una hora para las diez.Tomo la carta y miro con dudas, sin saber qué pedir en esta ocasión. Estoy distraído, debatiendo mi pedido, cuando una dulce voz llena mis oídos. No es conocida, porque nunca la he escuc
CAPÍTULO CUATRO: REGRESO A CASA.Ethan Cooper.—¡Mamá, por favor! —exclamo con fastidio. Ruedo los ojos cuando mi madre nuevamente insiste en retenerme de cualquier modo—. No insista más, ya está decidido. Quiero acabar mis estudios en Londres —manifiesto una vez más.Manchester es una ciudad muy linda, pero aún no me he acostumbrado, a pesar del tiempo que hemos permanecido aquí. No sé exactamente qué es lo que me disgusta de estar aquí. Tal vez soy yo el que está mal y le busca miles de defectos. Londres es Londres y es la ciudad donde nací y me crié.«Es normal que quiera regresar a mi ciudad», pienso, justificando mi decisión. Hundo mis hombros, restándole importancia a mis propios pensamientos.Miro a mi madre. Tiene la cara molesta y, a la vez, con resignación. Yo me siento satisfecho porque por fin puedo ganarle una batalla a mi decisión.—Está bien, esta vez tú ganas, Ethan —dice con la voz más suave, lo cual me alerta—. Un mínimo de problema allá, te regresas de inmediato y e
CAPÍTULO TRES: NO HAY EXCUSAS PARA RECHAZAR LO QUE NECESITO.Avy Taylor.FLASHBACK.—Aquí tiene —dice la encargada, extendiendo el sobre blanco hacia mí.Mis ojos van al sobre y luego a sus ojos. Siento temor al tomarlo, desconociendo qué es.—Tómalo, es tu pago.—Pero, si todavía no se cumple la fecha —exclamo, sorprendida.—Ciertamente es así, Avy —concuerda conmigo—. Pero estas son las horas extras del día de ayer y el doble por el día de hoy, ya que tu horario es de lunes a viernes. Eso quiere decir que tu semana aún sigue sin cancelar hasta que se llegue la fecha pautada.Asiento, comprendiendo. Por un momento creí que me estaban liquidando en tan poco tiempo. Ahora puedo respirar con tranquilidad.—Dios, qué susto —exclamo en un susurro, llevándome las manos al pecho.Mely sonríe. Agarro el sobre, le doy las gracias y salgo de la oficina.—¿Todo bien, Avy? —pregunta Nicoll con cara de preocupación.Asiento.—Sí, esto era para darme esto —digo, mostrando el sobre.—Ah, sí, eso —m
CAPÍTULO DOS: EL CHICO DE LOS OJOS AZULESAvy Taylor.La tarde transcurre igual de ajetreada, pero esta vez somos cuatro camareros en la sala y dos personas detrás del mostrador. Esto genera menos presión, aunque de igual manera estamos en un constante ir y venir. Siento mis músculos tensos y el cuerpo me vibra por el esfuerzo, pero la adrenalina, como siempre, me mantiene activa.Miro el reloj de pared, sintiendo un ardor en la planta de los pies. «Solo falta una hora para terminar el turno», pensé con un suspiro mental, imaginando la gloriosa sensación de llegar a mi cama y dejarme caer sin ninguna restricción.Justo en ese momento, un chico aparece en el umbral de la puerta. Nicoll, que acababa de entrar, lo mira y le hace un coqueto y discreto guiño. Ruedo los ojos, conteniendo una sonrisa pícara, por sus insinuaciones descaradas.«No tiene remedio», pensé con algo de burla. «No puede ver a un hombre guapo porque enseguida se le nota que le echa el ojo».Pero, para mi sorpresa, su
CAPÍTULO UNO: EN CASA ME ESPERA LA SOLEDAD.Avy Taylor Se cumple un año desde que quedé completamente sola en este mundo. Primero fue mi padre; murió de un paro cardíaco fulminante. A los pocos meses, mi madre lo siguió. Se dejó llevar por la ausencia, la tristeza, y tal vez la soledad por la falta de su compañero. Su enfermedad tampoco ayudaba; la diabetes siempre se mantuvo elevada y los medicamentos nunca le hicieron el efecto que los médicos esperaban. Y, el día menos pensado, a mi madre le da un coma diabético que la lleva a la muerte.Desde entonces, vivo sola en una pequeña habitación modesta. Tengo lo necesario, sí: una cama donde dormir y una cocina eléctrica para preparar algo de comer. Del resto, me falta todo.Anhelo un comedor donde sentarme, un sillón donde pueda sentarme o acostarme cuando regrese del trabajo, cansada a más no poder. Miro a mi alrededor y agradezco lo poco y lo mucho que poseo. Con mi nuevo empleo, intentaré comprar lo que me hace falta, poco a poco.
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