Capítulo 4

Hugo rápidamente posó las manos sobre su parte delantera y corrió a tomar una toalla. Iris llevó las manos desesperadamente a sus ojos y salió corriendo hacia la cocina. Estaba convencida de que ahora Hugo pensaría lo peor. Comenzó a caminar de un lado a otro, nerviosa, lanzando miradas al pasillo, esperando que Hugo apareciera furioso en cualquier momento. Escuchó sus pasos acercándose y, como pudo, llegó hasta la mesa y se sentó, preparándose para enfrentarlo.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Hugo, visiblemente molesto.

—No es lo que parece... —respondió Iris, con un tono parecido al de una niña pequeña siendo regañada.

     —Entonces, explícate —inquirió Hugo, cruzándose de brazos.

Iris intentó encontrar las palabras adecuadas, pero Hugo, impaciente, continuó hablando.

     —¿Cómo se te ocurre abrir la puerta mientras me estaba duchando? Sabías que yo estaba ahí. Mi regla también aplica cuando estoy en el baño —dijo, recalcando cada palabra—. Mi. Espacio. ¿O es que acaso eres una voyerista?

—¡No, claro que no! —respondió Iris rápidamente, sonrojándose—. Quería saber qué te gustaría comer, pero olvidé un pequeño detalle: la puerta. El cerrojo está dañado, y no lo recordé. No he tenido tiempo de arreglarlo estos días con mi graduación y todo... —explicó, apretando las manos en su regazo.

Hugo se quedó en silencio, sin saber qué decir. Iris lucía visiblemente afligida por el bochornoso momento que acababan de vivir. Ninguno de los dos habló, creando un silencio incómodo que llenó la cocina. Iris seguía sentada, evitando mirarlo a los ojos, mientras Hugo no apartaba la vista de ella, lo que la ponía aún más nerviosa.

—Lo siento, no debí llamarte voyerista —rompió finalmente el silencio Hugo, con un tono más suave.

Iris asintió, levantándose con torpeza.

—Iré a llamar al cerrajero para que lo repare —dijo rápidamente antes de dirigirse a su habitación.

Hugo se quedó atrás, observándola mientras se marchaba. Una vez en su habitación, Iris cerró la puerta y se recostó contra ella. Si ya pensaba que la convivencia sería difícil, ahora estaba convencida de que sería casi imposible. La imagen de Hugo seguía grabada en su mente, y no creía que podría deshacerse de ella fácilmente. Era un hombre muy varonil y atractivo, y luego estaba su... No le gustaba hacia dónde iban sus pensamientos, así que buscó rápidamente su móvil. Pero, en lugar de llamar al cerrajero, marcó el número de otra persona.

El teléfono de su amigo Max sonó varias veces antes de que él contestara finalmente.

—¡Irisssss! —respondió Max, demasiado alegre.

—¿Por qué no me lo dijiste? —preguntó Iris, claramente enojada.

—Mmm... ¿Decirte qué? —replicó Max con una inocencia exagerada.

—Que Hugo era tan… tan…

—¿Atractivo? ¿Guapo? Y no olvidemos, ¿un adonis? —Max se carcajeó al otro lado de la línea.

—Yo diría que es más Don Serio, es un amargado —respondió Iris.

Aunque quería darle la razón a su amigo, Don Serio era muy guapo, y bien podía competir con el mismo Adonis de la mitología. Sin embargo, no estaba dispuesta a admitirlo en voz alta.

—Don Serio no es un apodo común para referirse a Hugo, pero supongo que hay excepciones. ¿Ha sido muy gruñón contigo? —preguntó Max.

—Yo diría que más que un gruñón —contestó Iris mientras se sentaba en su cama y jugueteaba con la bufanda que llevaba en las manos.

—Está reacio. Te acaba de conocer, es normal en él. Pero no es mala persona, te aseguro que en unos días la convivencia irá bien —la tranquilizó Max.

Iris no creía que eso fuera posible después de lo que acababa de pasar. Dudaba si contarle o no a Max, pero finalmente suspiró y decidió decirle.

—Ha pasado un pequeño accidente —empezó a decir con cautela.

—Iris…

—No te vayas a exaltar, ¿ok? Promételo —le pidió, ansiosa.

—No prometo nada, pero cuéntame.

Iris inhaló profundo y soltó de golpe:

—Le he visto desnudo a tan solo unos minutos de haber llegado a casa.

Aunque Max no podía verla, Iris cubrió su rostro, roja de la vergüenza. Esperaba que su amigo se alterara, considerando lo sobreprotector que solía ser, pero en su lugar escuchó una carcajada. Confundida, se alejó el móvil del oído para comprobar que no estaba alucinando.

—Debo confesar que no pensé que fuera a pasar algo tan rápido —dijo Max entre risas.

—¿Espera, pensaste que pasaría algo entre nosotros? —preguntó Iris, molesta.

—¿Por qué no? Ambos son jóvenes, tú eres guapa, él es atractivo. Hombre. Mujer… —respondió Max con tono despreocupado.

¿Qué le pasaba a su amigo? Pensó Iris, incrédula. ¿Por qué no la estaba regañando por haber visto a su nuevo inquilino desnudo? Tal vez tenía que ver con el hecho de que eran amigos, y por eso lo defendía y veía todo con tanta ligereza.

—No es lo que crees, fue un accidente —aseguró Iris con firmeza.

—Por supuesto —respondió Max, aunque su tono indicaba claramente que no le creía del todo.

—No pasó nada entre nosotros y no pasará. Esto es meramente con un propósito, Maxwell Bennett, y te lo demostraré —dijo Iris antes de colgarle el móvil.

Iris empezó a dar vueltas por su habitación. ¿Qué se creía Max? Ella era muy profesional. Que Hugo fuera guapo no significaba que se lanzaría a sus brazos. No era ese tipo de mujer, y estaba segura de que podrían convivir. Si tenía que ignorar lo atractivo que era, lo haría. Podría ser cordial y nada más.

Un par de horas después salió de su habitación. La puerta de Hugo seguía cerrada, así que caminó directo a la cocina. Decidió que lo esperaría para discutir los términos de la convivencia y el acuerdo de pago.

La espera le pareció eterna, pero finalmente Hugo apareció. Estaba vestido con elegancia, como si estuviera por salir. Su perfume, una mezcla de cuero y tabaco, inundaba la estancia de una forma agradable. Hugo terminaba de abrocharse el reloj cuando sus miradas se cruzaron. A Iris le costó fingir que no sabía cómo lucía debajo de toda esa ropa. Se obligó a mirar directamente a sus ojos.

—¿Estás bien? —preguntó Hugo al llegar hasta ella.

—Perfectamente —respondió Iris, señalándole que tomara asiento—. Quiero que hablemos del acuerdo de pago y las labores de la casa.

Hugo revisó su reloj. Parecía tener prisa.

—¿Tiene que ser ahora?

—Será rápido, así podrás irte y dejaremos todo cerrado.

—Bien. ¿Cuánto debo pagar? —preguntó Hugo, sentándose frente a ella.

—Esperaba que tú propusieras una cifra —respondió Iris.

—Eres una mala negociante, Iris.

La manera en que enfatizó su nombre envió una descarga por todo su cuerpo. Iris no entendía qué le pasaba, mucho menos por algo tan trivial como escuchar su propio nombre de esa forma. Alejó esos pensamientos rápidamente y se enfocó en lo importante. Tenía que ser profesional.

—Soy profesional, soy profesional —murmuró para sí misma.

Pero olvidó un pequeño detalle: lo había dicho en voz alta. Hugo la observó con una mezcla de sorpresa y diversión, como si se hubiera vuelto loca.

—No he dicho lo contrario, Iris.

Y ahí estaba de nuevo, esa manera peculiar de pronunciar su nombre.

—¡Deja de llamarme así! —gritó Iris, poniéndose de pie abruptamente.

—¿No es tu nombre, Iris? —preguntó Hugo, con una media sonrisa que delataba que disfrutaba su jueguito.

Iris entendió lo que estaba haciendo y decidió darle una dosis de su propia medicina. Se levantó y caminó lentamente hacia él. Posó su mano en su brazo, inclinándose lo suficiente como para invadir su espacio personal. Hugo no se movió, pero sus ojos la seguían con atención.

Iris se acercó aún más, hasta que sus rostros quedaron tan cerca que apenas había espacio entre sus respiraciones.

—Entonces, ¿qué cantidad estás dispuesto a pagar, Hugo? —preguntó, con voz baja y retadora.

Hugo bajó la mirada a sus labios antes de volver a mirarla a los ojos. Pero el brillo de picardía que había tenido antes desapareció, dando paso a su habitual expresión seria. Se echó hacia atrás y se levantó de la silla.

—Pon una cifra razonable y estaré de acuerdo. En cuanto a las tareas, haz una lista y me ajusto a ellas. Ahora, si me disculpas, tengo una reunión importante.

Sin más, Hugo salió de la cocina, dejando a Iris con el rostro ardiendo. Se sentía completamente alterada y necesitaba una ducha urgente. Pensó en salir con Theo y Lila, pero recordó que Hugo aún no tenía llaves de la casa. Tendría que dejar la puerta abierta. Para su suerte, vivía en uno de los lugares mas seguros de new york.

Escribió a Max para pedirle el número de Hugo. Pocos minutos después, Max se lo envió. Iris le escribió un mensaje breve y directo:

"Es Iris. He dejado la puerta abierta porque tal vez estaré dormida cuando regreses."

Después de enviar el mensaje a Hugo, Iris decidió relajarse. Se metió a la ducha y llenó la bañera con sales de baño. El aroma la envolvió, ayudándola a despejar la mente. Tras una larga ducha, se colocó su albornoz rosa favorito y se dirigió a la cocina, con Bingo siguiéndola como siempre.

Sacó un paquete de nachos, los vertió en un bowl y calentó queso para acompañarlos. Tomó una copa, una botella de vino rosado y regresó a su habitación. Revisó su móvil, pero no tenía respuesta de Hugo. Probablemente ya había visto el mensaje, pensó, y decidió no darle más vueltas. Encendió la televisión y puso Pushing Daisies.

A medida que avanzaba el maratón de capítulos, el vino desaparecía lentamente de la botella, y los nachos del bowl. Finalmente, entre copas y episodios, Iris se quedó profundamente dormida.

Unas horas después, un ruido proveniente de la sala la despertó sobresaltada. Buscó el reloj en la mesa de noche y vio que eran las tres de la madrugada. Se preguntó por qué Hugo habría regresado tan tarde.

Se levantó despacio, abrochándose el cinturón del albornoz, y salió de su habitación. Las luces estaban apagadas, pero los ruidos venían claramente de la habitación de Hugo. A medida que se acercaba, el sonido se hacía más nítido, hasta que quedó completamente claro de qué tipo de ruido se trataba.

Hugo no estaba solo. Los gemidos resonaban en toda la sala.

Iris retrocedió, aturdida, sin saber qué hacer. Por un momento, pensó en tocar la puerta y decirle que el ruido la estaba molestando, pero decidió no hacerlo. Mejor lo confrontaría en la mañana; le pediría que fuera más discreto.

***

A la mañana siguiente, Iris se levantó temprano como de costumbre. Se alistó para el trabajo y se plantó frente a la puerta de Hugo. Respiró hondo, intentando decidir cómo abordarlo. Podría explicarle que su "ruido nefasto" la había desvelado, pero cada vez que intentaba tocar, los nervios la paralizaban.

Después de más de media hora, se rindió. Buscó un post-it y un bolígrafo para escribir una nota.

Tras meditar unos segundos, redactó algo rápido y directo. La dobló y comenzó a deslizarla por debajo de la puerta de Hugo.

Sin embargo, justo cuando la soltaba, la puerta se abrió de golpe. Hugo, completamente arreglado y listo para el día, apareció frente a ella. Sus ojos bajaron al suelo y se detuvieron en la nota que Iris acababa de deslizar. Con una mezcla de sorpresa y diversión, se inclinó para recogerla.

Iris se quedó petrificada, con el rostro ardiendo de vergüenza.

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