Como si fuera Navidad, Iris se levantó más temprano que nunca. La adrenalina recorría su cuerpo, aunque no había hablado con sus padres sobre los planes que tenía para su hogar. Sabía que la cuestionarían y no estarían de acuerdo. Sobre todo, su padre, que si pudiera, le compraría dos establecimientos para que tuviera su propio spa.
A pesar de no haber reflexionado demasiado en ello, Iris se dio cuenta de que todo el tiempo había imaginado que sería un inquilino. Y confiaba en que Max lo lograría. Lo difícil sería mantener esa información solo para ella. Agradecía que su familia viviera en otro país, pues eso facilitaba las cosas. Sin embargo, sabía que las preguntas llegarían, sobre todo acerca de cómo había conseguido tanto dinero para el local. Tendría que idear algún plan para evitar un sermón familiar sobre cómo se había puesto en peligro, cuando claramente podría haber contado con ellos para lograrlo. Pero quería hacerlo a su manera y valerse por sí misma.
Recién salida de la ducha, Iris tomó su móvil y vio que no había recibido ningún mensaje de Max. Sin pensarlo, lo llamó, sin percatarse de lo temprano que era.
—Hola… —dijo Max, con voz somnolienta al otro lado de la línea.
—¡Maxxx! ¿Estás despierto? —gritó Iris, llena de emoción.
—Iris… ¿has visto la hora? —preguntó Max, algo molesto.
Iris miró el reloj de su habitación y se dio cuenta de que eran las seis de la mañana. Demasiado temprano para estar llamando a su amigo, quien le tenía una paciencia infinita.
—Lo siento, pero sabes que no podía esperar… —respondió Iris, algo avergonzada.
—Lo acabo de notar… —dijo Max, y ella pudo imaginar la cara que hacía al otro lado del teléfono. Lo conocía demasiado bien.
—A ver, quiero los detalles. ¿Quién es? ¿Lo conozco? —preguntó Iris, sin darle tiempo a contestar, lanzando una pregunta tras otra.
—Si me dieras la oportunidad, tal vez podría contarte los detalles… —respondió Max, divertido, pero también cansado.
—¡Lo siento, lo siento! ¡Cuéntame ya! Es que estoy muy ansiosa —dijo Iris, llevándose las uñas a la boca, comenzando a morderlas sin poder evitarlo.
—Te cuento si dejas de hacer eso —le advirtió Max, notando los pequeños ruidos de Iris masticando sus uñas, algo por lo que siempre la regañaba.
Iris, con su albornoz rosa, los rolos azules y la esponja rosa, se miraba al espejo mientras hablaba con Max. Estaba tan ansiosa por saber más sobre el nuevo compañero de piso que no podía quedarse quieta. Antes de que Max le contara más, sabía que debía dejar claras las reglas de la casa. No eran muchas, solo lo básico. Incluso había preparado un pequeño panfleto con las normas sobre lo que podía y no podía hacerse en el departamento.
—Bien, me he detenido. Ahora sí, puedes hablar —dijo Iris, al fin calmándose un poco.
—Bueno, has tenido suerte. No había absolutamente nadie que quisiera compartir piso, pero anoche uno de mis amigos me llamó porque necesitaba un lugar donde quedarse durante un buen tiempo. Le hablé de ti y de tu oferta, y le pareció una muy buena idea.
—¿Y cómo es? ¿Es gruñón? ¿No es un psicópata ni nada por el estilo, verdad? —preguntó Iris, algo asustada.
—¿Por qué sería amigo de algún psicópata, Iris?
—No lo sé, tal vez no lo conoces muy bien —dijo Iris, muy seria.
—De hecho, lo conozco muy bien. Hemos sido amigos desde que éramos niños. Es una de las pocas personas en las que confiaría a ciegas. No tienes de qué preocuparte, jamás dejaría que un psicópata se mude contigo, sobre todo sabiendo que le huyes hasta a una hormiga —dijo Max, carcajeándose del otro lado.
—¡Oye, eso no es cierto! Pero me dejas más tranquila al saber que confías en él. ¿Le conozco? —preguntó Iris.
—No, no es de nuestra universidad. De hecho, se graduó hace unos años.
—¿Qué edad tiene? No será algún señor mayor —cuestionó Iris, desconfiada.
—Iris, no soy un anciano. Y no, no es un señor mayor, tiene 28.
—Vale, lo pillo. ¿Y a qué se dedica? El alquiler por aquí es un poco más caro, ya sabes…
Max se rió al otro lado de la línea.
—El dinero es lo de menos para Hugo, no te preocupes.
Hugo. Compartiría piso con alguien llamado Hugo. A Iris le parecía un nombre agradable, y de repente se imaginó un rostro para él. Pero solo pensaba en un señor mayor y carraspeó, dándose cuenta de lo extraña que era su imaginación.
—¿Hugo? ¿Y su apellido? —volvió a preguntar, tratando de sonar lo menos interesada posible.
—A ver, ¿quieres el nombre de su madre también? Aunque mejor no invoquemos a esa señora —dijo Max, riendo.
—¿Y eso por qué? Sería una buena opción, así sabría a quién tengo en casa —bromeó Iris.
—Jamás, no creo que eso sea una buena idea. Pero, de todos modos, su nombre es Hugo Barnard y es oncólogo.
Iris se emocionó al saber que era alguien especializado en la salud, sobre todo en una profesión tan demandante como la oncología. Sin conocerlo, ya lo admiraba por ser tan valiente al ejercer esa carrera.
—Suena a alguien responsable.
—Lo es, demasiado podría decir. No debes preocuparte, además vivió conmigo hace unos años y era muy ordenado. Nunca me daba cuenta cuando estaba en casa, porque todo el tiempo estaba estudiando.
Eso le parecía un sueño: alguien organizado era perfecto. Aunque en ese caso, el problema sería ella, que era un caos tremendo. Solía dejar cosas por todo el departamento, tendría que trabajar en mejorar eso.
—¿Lo mandaste a sacar de algún catálogo de "el inquilino perfecto"? —bromeó nuevamente Iris.
—Se podría decir, y tiene sus razones. Bueno, otra cosa de Hugo es que es muy puntual y quiere mudarse lo antes posible, así que le he dicho que lo verías hoy.
Eso puso a Iris alerta. No estaba lista para dar ese paso. Aunque moría de ganas de ponerle un rostro al amigo perfecto de Max, también la aterraba la idea de ir y darle la llave de su apartamento, y tenerlo por toda la casa. Dormir cerca de alguien totalmente desconocido… Espantó esos pensamientos y trató de ser positiva.
—¿A qué hora? —preguntó Iris, tratando de evitar sonar nerviosa.
No podía ser. Eso estaba pasando, y su idea loca cada vez era más real.
—Dentro de una hora te enviaré la ubicación. Así lo conoces y llegas a un acuerdo, o lo que sea que tengas que decirle.
—De acuerdo, creo que tengo tiempo de alistarme y llegar a tiempo.
—Muy bien, él lo apreciará —dijo Max—. Iris...
—Sí... —respondió Iris, algo distraída.
—No te preocupes, todo irá bien. Luego no querrás que se vaya. Es una pasada como compañero de piso —la tranquilizó Max.
—Ya lo veremos —respondió Iris, mientras colgaba la llamada para poder alistarse.
Tras cortar la comunicación, Iris dio vueltas por su habitación, buscando qué ponerse. Eligió una chaqueta marrón que le había regalado su hermana pequeña y una bufanda de color amarillo pastel. Después de quitarse los rolos del cabello, se hizo una coleta alta. Su cabello era abundante, muy rizado, algo que claramente había heredado de su padre, quien también era pelirrojo cobrizo y de ojos muy azules.
Una vez lista, salió de su habitación y le dio de comer a Bingo. Por suerte, era su día libre, lo que le daba tiempo para conocer a Hugo y luego hacer algunas compras para la casa.
Antes de salir hacia la cafetería, revisó su móvil para ver la ubicación y luego echó un vistazo a su hogar. El que ahora debía compartir con alguien más. No imaginaba a otra persona en ese espacio, pero debía hacerle lugar a esa idea, porque ya era un hecho. Con cada minuto que pasaba, se volvía más real.
—Ya no seremos solo dos, Bingo. Tenemos que hacer espacio para uno más —le dijo, mientras acariciaba la barriga de su perro.
Al salir, cerró con llave y se dirigió al estacionamiento. Prendió la camioneta y comenzó el trayecto hacia la cafetería, un camino que se le hacía eterno. O tal vez tenía que ver con el hecho de que conducía muy despacio, como si pudiera alargar ese momento, esperando llegar antes que él y no darle una mala impresión.
Cuando finalmente llegó a la cafetería, estacionó fuera y, antes de entrar, le marcó a Max.
"¿Cómo sabré quién es? No me dijiste cómo luce ni me enviaste una foto."
Esperó una respuesta, mientras miraba la cafetería a través de las ventanas polarizadas. No podía ver nada de lo que había dentro, pero probablemente él ya la había visto. Esperaba, al menos, que no supiera que era ella aún.
"Él lleva un suéter azul marino y es difícil no reconocerlo. Mide casi dos metros."
Iris quedó mirando ese mensaje, y para su sorpresa, se preocupó aún más. Tendría frente a ella a un hombre que no solo le ganaría en fuerza, sino que también era descomunalmente alto. La idea de salir corriendo cruzó por su mente, pero se armó de valor y caminó decidida hacia la cafetería.
Al entrar, el cálido aroma a café la envolvió, y en el aire flotaba un murmullo de voces suaves. La cafetería estaba tranquila, con pocas personas repartidas por las mesas. Iris buscó por todo el lugar, hasta que finalmente lo vio, al fondo. Él estaba allí, abstraído en sus pensamientos, mirando hacia el exterior. Una taza de té descansaba sobre la mesa, y su muñeca reposaba cerca de ella. Llevaba un reloj plateado de encaje, y su suéter azul marino estaba ligeramente remangado, lo que dejaba ver la forma de sus brazos.
Iris se quedó petrificada en la entrada. Estaba segura de que podría escuchar el latido de su corazón retumbando en sus oídos. ¿Cómo podía ser posible que Max tuviera un amigo tan descomunalmente alto, tan… perfecto? Hugo parecía sacado de una portada de Vogue. No solo era guapo, sino que su atractivo era insoportable. Alto, médico, organizado... ¿De dónde rayos había sacado Max a ese hombre? Sabía que eran amigos, pero nunca le había mencionado nada acerca de él.
Se giró, como queriendo salir corriendo, pero el pensamiento de por qué estaba allí la detuvo. No podía echarse atrás. No pensaba hacerlo.
Así que, con el corazón golpeándole en el pecho, comenzó a caminar hacia él. Con cada paso, sentía como si el sonido de sus pisadas retumbara en su cabeza. Estaba segura de que una cascada de sudor se formaba en su espalda. Cuando finalmente llegó frente a su mesa, carraspeó, tratando de llamar su atención.
Al levantar la mirada, Hugo la miró directamente, y en ese instante, Iris sintió que se le escapaba el aire de los pulmones. Si antes pensaba que era guapo, ahora no podía creer lo que veía. Su mirada era penetrante y encantadora, e Iris no podía apartar la vista de él. No sabía cuántos minutos pasaron antes de que Hugo se levantara de su asiento.
—Tú debes ser Iris, ¿cierto? —preguntó amablemente.
Iris asintió, incapaz de articular una palabra. Hugo notando la incomodidad de ella, le hizo un gesto cortés, ofreciéndole asiento.
—Así es... gracias —dijo Iris, con la voz un poco temblorosa mientras le tendía la mano.
Hugo la estrechó con firmeza y luego tomó asiento.
—Encantado, Iris. Soy Hugo —dijo, con una calma que solo aumentaba el nerviosismo de Iris.