Habían pasado dos días desde la última conversación de Iris con su madre, y la ansiedad la consumía poco a poco. No sabía cómo manejar las emociones que la asaltaban cada vez que pensaba en lo que estaba por enfrentar. Menos aún con Hugo cerca. Ni siquiera lo había invitado a su graduación, y ahora, con sus amigas y su madre creyendo en la supuesta relación, sería extraño que él no asistiera. Aunque todo fuera una farsa, no quería que lo juzgaran como un mal compañero.
Debía decírselo y, mientras tanto, cruzaba los dedos para que estuviera disponible la noche del jueves. Sin embargo, algo más la inquietaba, sabía muy poco sobre él. Más allá de que era oncólogo y poseía un auto que claramente no correspondía a alguien con problemas económicos, Hugo seguía siendo un misterio. Aún le parecía increíble que hubiese aceptado mudarse con ella, y la curiosidad comenzaba a consumirla.
Durante su descanso en el trabajo, Iris decidió buscar información sobre Hugo en internet. Tal vez había algo que le permitiera entender un poco más a ese hombre tan enigmático. Encendió la computadora, y mientras esperaba que cargara, su mente le jugaba una guerra. ¿Y si no
encontraba nada? ¿Y si descubría algo que no estaba preparada para saber?—Veamos qué podemos averiguar sobre ti, Hugo Barnard —murmuró, tecleando su nombre en el buscador.
Con un clic, aparecieron varios resultados al instante. No había demasiada información directa sobre él, pero sí sobre su familia. El apellido Barnard aparecía relacionado con artículos sobre riqueza y dinastías, pero fue un titular en particular el que atrapó su atención: "La tragedia de la familia Barnard".
Su corazón comenzó a latir más rápido mientras hacía clic en el enlace. Las palabras que leyó hicieron que su pecho se comprimiera.
"La familia Barnard pierde a su hijo mayor, Christopher Barnard, en un terrible accidente, dejando a su esposa, Clara Barnard, y a su pequeño hijo, Hugo Barnard, de tan solo tres años."
Siguió deslizando hacia abajo, incapaz de detenerse.
"Escándalo: la viuda del fallecido magnate de la farmacéutica Barnard Biotech se casa tan solo diez meses después de la muerte de su esposo, en una controversial boda y en medio de una disputa por la custodia del pequeño Hugo."
Las palabras parecían pesar más con cada línea. Iris sintió como si hubiera cruzado una línea invisible. ¿Hasta qué punto era correcto indagar en el pasado de Hugo? Cerró rápidamente el navegador, borrando cualquier rastro de su búsqueda. Se levantó de golpe, intentando sofocar la incomodidad que ahora se apoderaba de ella, y volvió a trabajar.
Sin embargo, las imágenes del artículo seguían rondando en su cabeza. Recordó la cicatriz que había visto en el pecho de Hugo aquel día en el baño. Cada pieza comenzaba a formar un rompecabezas que no estaba segura de querer completar. A pesar de su determinación por olvidar lo leído, el peso de esa información la acompañó durante el resto de su turno, dificultándole concentrarse.
Al llegar al final de la jornada, agradeció no cruzarse con Oliver en los vestuarios. No quería enfrentarse a sus comentarios o miradas inquisitivas. Quizá solo se había ido más temprano. Eso, al menos, le daba un respiro.
Mientras se acomodaba la chaqueta, la voz de Lila la sorprendió.
—Se acerca el gran día, ¿estás nerviosa? —preguntó con una sonrisa, acercándose a ella.
Iris tardó un segundo en responder, todavía distraída por los pensamientos que no la dejaban en paz.
—Un poco —respondió finalmente, esbozando una sonrisa tenue—. Es más presión de lo que imaginé.
Lila la observó con curiosidad, como si pudiera notar que algo más rondaba su mente, pero decidió no insistir.
—¿Qué clase de pregunta es esa, Lila? Los nervios de la graduación son la cosa más normal —dijo Theo, rodeando a Iris con un brazo y sonriéndole—. Pero estaremos ahí para apoyar a nuestra chica, ¿no es así?
—Gracias, Theo —respondió Iris con una sonrisa que no lograba ocultar del todo su cansancio—. La verdad es que he estado ocupada pensando en otras cosas.
Theo y Lila intercambiaron una mirada cómplice, como si hubieran estado esperando justo esa respuesta para provocar.
—Por supuesto, estás en tu luna de miel con el cara de ángel —dijo Lila con una sonrisa picarona, guiñándole un ojo.
Iris sintió cómo el calor subía rápidamente a sus mejillas. Sus amigas no dejaban de hacer suposiciones que, aunque no podía confirmar, tampoco podía desmentir. No podían saber la verdad, y esa necesidad de guardar el secreto la hacía sentirse aún más incómoda.
—No digas tonterías, Lila —intentó zafarse, desviando la mirada hacia su bolso.
—¿Y qué tal las cosas en el paraíso? —preguntó Theo con una sonrisa insinuante, alzando las cejas de forma exagerada.
—No pienso dar detalles, chicas —respondió Iris, intentando sonar firme mientras se apartaba suavemente de Theo—. A todo esto, ya debo irme. Tengo que repasar… unas cosas.
Theo soltó una risita burlona, pero no insistió.
—Te salvas de momento, vale. Pero queremos los detalles jugosos después.
Iris recogió sus cosas rápidamente, casi tropezándose con su bolso en el intento de marcharse lo antes posible.
—De todas formas, estaremos en tu casa el jueves temprano —le recordó Lila, sin dejar pasar la oportunidad de añadir un guiño cómplice.
Iris suspiró para sus adentros mientras les sonreía y se despedía con una mano. No solo tendría que lidiar con su familia en la graduación, sino también con sus amigas, que no dudarían en escarbar en su "relación" con Hugo. Sin duda, sería una noche de muerte.
No podía dejar de desear que existiera un control remoto mágico que le permitiera adelantar ese día y regresar directamente a la tranquilidad de su apartamento. Pero la tranquilidad no era algo que el destino pareciera tenerle reservado en los próximos días.
Iris daba gracias de que su jefa le hubiera concedido el miércoles de vacaciones. Al menos tendría un día para respirar antes de enfrentar el caos del jueves. Planeaba relajarse en casa con sales de baño, aunque no estaba segura de que existiera algo lo suficientemente fuerte como para calmarla.
Mientras caminaba hacia su auto, repasaba mentalmente todo lo que tenía pendiente: el peinado, el maquillaje, su vestido... y Hugo. Solo pensar en él hacía que su estómago se revolviera, no sabía si por nervios o por la constante incertidumbre que le generaba.
Tal vez ese baño con sales no fuera solo un lujo, sino una necesidad de supervivencia.
***
Al llegar al apartamento, las luces estaban encendidas, lo que significaba que Hugo ya había llegado. Iris se dirigió directamente a su habitación. No escuchó ningún ruido proveniente del cuarto de Hugo, así que asumió que estaba ocupado con algo.
Necesitaba un baño urgente. Se despojó rápidamente de su ropa y llenó la bañera con agua caliente. Agregó unas sales aromáticas y, con un suspiro, se sumergió en el agua. De inmediato sintió cómo su cuerpo se relajaba, liberándose del peso del estrés acumulado durante el día. De fondo, la suave voz de Julieta Venegas creaba el ambiente perfecto para desconectar.
Después de varios minutos, cuando se sintió completamente relajada, salió de la bañera. Dejó que el agua se fuera por el desagüe mientras se dirigía a su habitación. Como parte de su rutina, aplicó cuidadosamente sus cremas corporales, un ritual del que su hermana pequeña solía burlarse llamándolo "su ceremonia de spa".
Se puso una bata de seda y, por encima, su cómodo albornoz rosa. Antes de salir de su habitación, se aplicó una mascarilla facial de pepino. Con una vela en una mano y una manta en la otra, se dirigió a la sala.
Colocó la manta en el suelo frente a la mesa del televisor y se arrodilló para encender la vela. Justo en ese momento, escuchó la puerta del apartamento abrirse. Era Hugo.
Llevaba dos bolsas en las manos y se quedó parado en la entrada, claramente sorprendido al verla. Iris, aún con el encendedor en una mano y la vela en la otra, lo miró con total tranquilidad.
—¿Por qué estás encendiendo una vela? —preguntó Hugo, levantando una ceja—. ¿Y qué llevas en la cara?
—Es una vela para relajarme —respondió Iris, como si fuera lo más obvio del mundo. Luego señaló su rostro con naturalidad—. Y esto es una mascarilla de pepino.
Hugo parpadeó varias veces antes de dejar las bolsas sobre la mesa. Se cruzó de brazos, mirándola con una mezcla de incredulidad y diversión.
—Creo que la vela ha creado la atmósfera perfecta para nuestra siguiente fase —dijo, sentándose cerca de ella.
—¿Siguiente fase? ¿A qué te refieres? —Iris frunció el ceño con curiosidad.
—A la fase de conocernos mejor. No podemos ir por ahí diciendo que somos pareja sin saber nada el uno del otro —explicó Hugo con una leve sonrisa.
Tenía razón. Ninguno sabía realmente nada del otro. Iris sintió una mezcla de intriga y nerviosismo. Moría de ganas por conocerlo mejor, pero no quería parecer demasiado entusiasta ni vulnerable.
—Tienes razón —dijo, acomodándose sobre la manta—. ¿Por dónde empezamos entonces?
—Tú eres la autora de esta historia, así que te doy la libertad de comenzar —respondió Hugo, sacando el sushi de las bolsas.
—Antes de empezar, iré a buscar algo de comer. No he comido nada en horas —dijo Iris, levantándose.
—No hace falta. He traído sushi. No sabía qué te gustaría, así que compré una selección variada. ¿Está bien? —preguntó Hugo, mostrando los platos.
Iris se detuvo en seco, sorprendida por el gesto. Luego sonrió y volvió a tomar asiento.
—Me parece perfecto. Gracias —respondió, mientras él le pasaba un plato con una pequeña sonrisa.
—Bien, ataca —dijo Hugo en tono juguetón.
Iris miró el sushi por un momento, preguntándose si debía preguntarle primero sobre sus gustos o simplemente disfrutar del momento. Decidió no darle tantas vueltas.
—Vamos con las fáciles primero —contestó, recostándose un poco más sobre la manta—. No quiero que me asustes tan pronto.
Hugo se cruzó de brazos, tomando aire.
—De acuerdo. Mi película favorita... es un clásico de terror: El resplandor. ¿Y la tuya?
Iris lo miró, sorprendida por su elección.
—¡Vaya! No lo esperaba de ti. La mía probablemente sería algo mucho más ligero. Tal vez Batman y Robin. Aunque la critica la destruyo, no volví a ser la misma después de ver a Uma Thurman en ese traje.
—¿En serio? —Hugo sonrió, divertido—. No te pega para nada.
—Bueno, no todo en mí es lo que parece —respondió Iris, guiñándole un ojo.
—Eso es... interesante —dijo Hugo mientras ella tomaba un bocado de sushi—. ¿Y tú? Eres terapeuta, ¿no?
—Sí, soy terapeuta —respondió Iris, fijando la mirada en la vela de lavanda mientras se acomodaba en el suelo.
—¿Y te gusta? —preguntó Hugo con genuino interés.
Iris lo miró, sorprendida. Nadie le había preguntado antes si realmente disfrutaba de su trabajo. Siempre lo había hecho por pasión, pero nunca había tenido una conversación profunda sobre ello.
—Sí, siempre me ha apasionado ayudar a las personas a recuperar su movilidad y bienestar. Ver cómo alguien mejora con el tratamiento es realmente gratificante —respondió, buscando su mirada.
Hugo asintió, señal de que estaba prestando atención.
—¿De qué parte de Inglaterra eres? —preguntó Iris, con curiosidad.
—Oxford —respondió Hugo con sencillez.
—Tiene sentido —comentó Iris.
Hugo la miró con curiosidad.
—¿Por qué?
—Porque eres muy sofisticado. Tómalo como un cumplido —dijo ella antes de que él pudiera responder.
Después de terminar el sushi, Hugo le pasó un postre y fue a buscar algo de beber. Iris empezaba a acostumbrarse a su compañía, y la hora de la cena se había convertido en su momento favorito del día. Hugo volvió con dos copas de vino y las dejó sobre la mesa.
—Listo. Continúa —dijo Hugo, inclinándose ligeramente hacia ella.
Iris dejó la copa sobre la mesa y se acomodó, pensativa.
—Mi madre es española y mi padre irlandés, pero ambos viven en Irlanda. Mi padre se dedica al negocio pesquero y mi madre se encargó de criarnos.
Hugo la observó con atención, sorprendido por la calidez con la que hablaba de su familia.
—¿Y cómo se conocieron tus padres?
—Mi padre era mochilero. No quería asumir su puesto en el negocio familiar, así que se fue a España. Allí conoció a mi madre, se enamoraron y terminó sentando cabeza. Mi abuelo paterno le agradeció a mi madre de haberlo hecho “sentar cabeza”, aunque mis abuelos maternos no estaban muy contentos con que se llevara a su única hija tan lejos —sonrió Iris, divertida.
Hugo le devolvió la sonrisa, pero algo en el ambiente cambió. La calidez de la conversación se disipó un poco y una ligera tensión flotó en el aire. Iris recordó lo que había leído esa tarde. No quería traer el tema a colación, no si él no estaba dispuesto a hablar de ello.
—¿Y cómo conociste a Max? —preguntó Hugo, cambiando de tema con naturalidad.
Iris se acomodó en su asiento, recordando el momento con una pequeña sonrisa.
—Ambos estábamos en el mismo club de voluntariado. Nos hicimos inseparables casi de inmediato. Fue una de esas amistades que nacen sin esfuerzo, como si ya nos conociéramos de antes.
Hugo asintió, intrigado por la facilidad con la que Iris hacía amigos.
—¿Y qué tal él? ¿Es como un hermano para ti?
Iris lo miró, sin darse cuenta del pequeño destello de celos que cruzó fugazmente los ojos de Hugo. La pregunta, aunque simple, hizo que su pecho se apretara ligeramente, como si hubiese tocado una fibra sensible.
—Sí, más o menos —respondió Iris con un toque de nostalgia. —Es un poco como el hermano mayor que nunca tuve. Siempre está ahí cuando lo necesito. Aunque, bueno, tengo un hermano mayor... pero Max tiene esa manera de estar siempre disponible, como si fuera la versión más relajada de lo que mi hermano podría ser.
Hugo no dijo nada, pero la forma en que miró al suelo mientras se acomodaba en su asiento hizo que Iris sintiera que algo se movía en su interior, como si algo estuviera cambiando en la dinámica entre ellos.
El silencio se alargó, cargado de una tensión sutil pero presente. Iris luchaba con sus pensamientos, buscando la forma de aligerar la atmósfera que se había vuelto algo incómoda. La dinámica que compartían hasta el momento, tan relajada y natural, había quedado suspendida por un instante. Recordó entonces que aún no le había preguntado algo importante, algo que llevaba rondando en su cabeza desde hace días: si quería acompañarla a su graduación. Se armó de valor, y levantó la vista para plantear la pregunta, pero en ese momento, sus ojos se encontraron con los de Hugo.
—¿Quieres preguntarme algo? Ya conozco esa mirada —dijo Hugo, con una sonrisa ligera que dejaba entrever cierta complicidad.
Iris se quedó en silencio, sorprendida. Solo habían pasado seis días desde que se conocieron, y Hugo parecía leerla como si llevaran años compartiendo secretos. Algo en su interior se removió, una mezcla de sorpresa y curiosidad. ¿Cómo podía saberlo?
—Quería saber si podrías ir a mi graduación, es el jueves en la noche —soltó Iris, su voz temblorosa por la ansiedad que sentía. La idea de compartir un evento tan importante con Hugo la inquietaba.
Hugo la miró durante unos segundos, como si estuviera evaluando su respuesta.
—Sí —respondió Hugo.
—Porque ya sabes, sería muy extraño que no vayas si somos pareja —respondió Iris, sin haber oído que Hugo ya le había dado una respuesta afirmativa.
Hugo la miró, intentando contener una sonrisa divertida, y repitió con calma:
—Iris, he dicho que sí.
Iris se detuvo, sorprendida por su repetición. Se sintió un poco tonta por no haber escuchado bien, pero al ver la expresión serena de Hugo, su ansiedad se disipó un poco.
—¿De veras? —preguntó con incredulidad, buscando confirmar lo que escuchaba.
Hugo asintió, una sonrisa genuina se dibujó en su rostro, y sus ojos brillaron con una suavidad que la hizo sentir más tranquila.
—Sí —respondió Hugo con un tono que no dejaba lugar a dudas.
Iris, aliviada, no pudo evitar sonreír con la misma intensidad. Sin pensarlo, se lanzó hacia él, envolviéndolo en un abrazo lleno de gratitud y emoción.
—Gracias, gracias, Hugo —murmuró, su voz temblando ligeramente, mientras su pecho se sentía tan ligero como nunca.
Hugo la sostuvo firmemente por la cintura, pero al notar cómo ella empezaba a soltarse, se mantuvo allí, evitando que se distanciara por completo. Iris, al darse cuenta de lo cerca que estaban, se separó lentamente, sus manos aún descansando sobre sus brazos, y lo miró a los ojos, buscando algo que no sabía qué era.
El aire entre ellos se volvió pesado, como si el mundo alrededor desapareciera. Iris sintió cómo su corazón latía más rápido de lo normal, cómo la cercanía de Hugo la hacía más consciente de cada pequeño detalle.
Sus ojos cayeron a los labios de Hugo, que estaban tensos, casi como si se estuviera conteniendo. El silencio entre ellos se alargó, lleno de una tensión que ninguno de los dos se atrevía a romper.
Iris sintió un cosquilleo recorrer su piel, su cuerpo completamente alerta, esperando algo que no sabía cómo pedir, pero que ambos sentían.
—Ya es muy tarde, Iris —dijo Hugo, su voz suave pero firme, como si quisiera poner fin a la incomodidad.
El calor subió a su rostro, y una especie de vergüenza la envolvió. Algo había cambiado, pero no sabía qué. Solo asintió, sintiéndose un poco tonta.
—Tienes razón —respondió, sin atreverse a mirarlo.
Dando un paso atrás, se alejó lentamente, como si al distanciarse pudiera escapar de la intensidad del momento. El ambiente, que antes había sido tan cómodo, ahora era denso, lleno de preguntas que no se atrevían a salir.
Hugo se levantó sin decir nada más. Aunque sus movimientos eran tranquilos, Iris pudo sentir la distancia entre ellos como nunca antes. Lo observó irse, sintiendo cómo las dudas empezaban a llenar el espacio que antes compartían.
Él se fue en silencio, dejándola con la sensación de estar atrapada en un rincón de su mente, sin respuestas a las preguntas que ni siquiera había formulado. El silencio convirtiéndose en algo pesado, casi insoportable.