Un fuerte ruido resonó fuera de la puerta, despertando a Iris. Sentía como si su cabeza fuera a estallar, una de las muchas razones por las que odiaba las resacas. Seguía con la misma ropa de la noche anterior y no tenía idea de cómo había llegado hasta su habitación. Antes de salir a averiguar la procedencia del ruido, entró al baño en su habitación.
Al mirarse en el espejo, vio lo terrible que estaba. El rímel se le había corrido, formando manchas oscuras bajo sus ojos.
Después de ducharse, se recogió el cabello en un moño alto y se puso un pijama. Luego buscó su albornoz rosa y sus pantuflas. Al salir de la habitación, se encontró con un hombre mayor reparando la cerradura de la puerta del baño. Estaba de espaldas, así que Iris se acercó a él con curiosidad.
—¡Buenos días! ¿Cómo ha entrado? —le preguntó Iris, arqueando una ceja.
El hombre se giró para mirarla.
—Buenos días, joven —respondió con una sonrisa cortés—. Su novio me dejó pasar.
Iris parpadeó, desconcertada.
—Oh, no… —balbuceó rápidamente, sintiendo cómo el calor le subía a las mejillas.
—¿Iris? —escuchó la voz de Hugo llamarla desde la cocina.
Iris caminó hasta la cocina y lo encontró preparando el desayuno. Al verla llegar, él levantó la vista, sonrió y le colocó un vaso de jugo frente a ella, junto con dos pastillas. Iris lo miró agradecida y le devolvió la sonrisa mientras se sentaba.
—Creo que puedo acostumbrarme a esto —dijo Iris en tono de broma, tomando las pastillas.
Hugo la observó con una ceja levantada, pero no dejó de sonreír.
—Que no se haga hábito, tomaste demasiado —comentó Hugo, dejando escapar un suspiro mientras observaba a Iris con una mezcla de reproche y preocupación.
—Descuida, no volveré a tomar —aseguro Iris.
—Todos hemos dicho eso después de una resaca —comentó Hugo, señalando su móvil sobre el sofá—. Tu móvil no ha dejado de sonar en toda la mañana.
Iris lo miró y suspiró, levantándose del asiento para acercarse al sofá. Cuando vio todas las llamadas perdidas de Oliver, sintió un nudo en el estómago. También vio los mensajes de Lila y Theo. Abrió el primero, el de Lila, y una sonrisa juguetona apareció en su rostro.
“¡Necesito detalles! ¿Quién era el hombre de casi dos metros con cara de ángel que llegó a recogerte anoche? Llámame.”
El siguiente mensaje, de Theo, la hizo soltar una risa ahogada.
“Lo que pasó anoche fue un desastre, pero recuerdo muy bien al guapo que te fue a recoger. Era tan imponente como mi dolor de cabeza.”
Iris se sentó en el sofá, sintiendo el peso de la resaca, mientras decidía cómo responder a sus amigas. No les reveló detalles, pues sentía que eso sería mejor para otro momento. Su dedo se detuvo sobre la pantalla del móvil cuando vio el número de Oliver. Después de pensarlo por un segundo, lo marcó. Tras varios timbres, finalmente contestó.
—Oli…—dijo Iris, con voz un poco ronca.
—¿Iris? ¿Estás bien? Me dejaste muy preocupado anoche, te fuiste con ese tipo. Dime que estás bien —Oliver hablaba rápido, como si hubiera estado esperando una respuesta.
—Estoy bien, no te preocupes —respondió Iris, mirando de reojo hacia la cocina. Vió a Hugo terminando de colocar los huevos fritos con bacon en los platos.
—Entonces… ¿están saliendo? —preguntó Oliver, con un tono algo desanimado.
—Oli…
—No te preocupes, no tienes que darme detalles. Solo quería saber que estabas bien. Ahora debo irme. Que tengas un buen día, Iris.
Iris apenas tuvo tiempo de decirle nada, ya que Oliver colgó sin darle opción a más. No quería contarles a sus amigos que Hugo era su inquilino, pero tampoco quería mentirles diciendo que había algo entre ellos, cuando no era así… ¿Verdad?
Iris caminó hacia la mesa del comedor, mientras Hugo colocaba los platos para ambos. Podría acostumbrarse a su compañía. Después de todo, llevaba cinco largos años viviendo sola en ese apartamento tan grande.
—No tenías por qué hacerlo —le dijo Iris mientras miraba el delicioso plato.
—No tengo por qué hacerlo, pero es mi forma de… —Hugo hizo una pausa, la miró con una ligera sonrisa y añadió—: …hacer que tu mañana sea un poco más fácil.
—En ese caso, estás tratando de comprarme por el estómago —dijo Iris mientras le daba un bocado a su tostada—. Y te está funcionando.
Hugo le sonrió, satisfecho al ver que le gustaba el desayuno. Ambos continuaron desayunando, ignorando por completo el ruido de fondo. Después de unos minutos, el cerrajero entró en la cocina y los vio. Ya había terminado su trabajo y esperaba por su pago.
—¿Cuánto le debo? —preguntó Iris mientras se levantaba de la mesa y se dirigía hacia el señor.
—Oh, no debe preocuparse, señorita. Su novio ya me ha pagado. Solo quería que verificara que todo esté bien —dijo el cerrajero.
Iris miró a Hugo.
—¿Por supuesto? Vamos —respondió Iris, fulminando a Hugo con la mirada.
El cerrajero los guió hasta la puerta y les mostró el nuevo cambio de la cerradura. Iris lo inspeccionó desde fuera, pero el señor le indicó que debían probarlo desde dentro para asegurarse de que funcionara correctamente. Al entrar, Hugo la siguió y cerraron la puerta detrás de ellos.
—Intentaré abrir —dijo el señor, mientras ellos cerraban la puerta desde adentro.
El señor hizo fuerza contra la puerta, pero el cerrojo permaneció intacto, dejándoles claro que ya estaba reparado y que no habría más inconvenientes. Precisamente, el inconveniente de casi dos metros que estaba parado detrás de ella, observando el cerrojo con atención.
—Yo creo que funciona —dijo Iris, mirando a Hugo.
—Se ve que está bien, ahora ya puedo bañarme a gusto, sin que una fisgona me vaya a ver desnudo —bromeó Hugo, sonriendo.
—Oye, sabes que no fue intencional…
—Creo que nunca me recuperaré de ser visto de esa manera —respondió Hugo, sin dejar de sonreír.
—¡Hugo! —exclamó Iris, golpeándole ligeramente.
Hugo se carcajeó, y por primera vez, Iris vio esa hermosa sonrisa. Ella lo había provocado. Ahora podía decir que todo estaría bien entre ellos, que "Don Serio" ya no sería un dolor de cabeza. Pero, justo en ese momento, el cerrajero tocó la puerta, devolviéndola a la realidad. Iris intentó abrir la puerta para salir y decirle que su trabajo estaba hecho, pero la puerta no se movía. Pensó que tal vez lo estaba haciendo mal.
—¿Qué pasa? —preguntó Hugo, acercándose a ella.
—La puerta no quiere abrir, el cerrojo está atorado —respondió Iris, frustrada.
—Déjame intentarlo —dijo Hugo, poniéndose en posición para abrirla él mismo.
Hizo fuerza contra el cerrojo, pero no cedía. El cerrajero, al otro lado, también intentó hacer fuerza, pero solo empeoraba la situación, haciendo que el cerrojo se atorara aún más.
—Ha habido un error en la alineación, tendré que llamar a mi compañero para que venga a repararlo —les informó el señor desde el otro lado de la puerta, su voz se oía lejana mientras sacaba su teléfono para hacer la llamada.
—¿No tiene las herramientas necesarias para hacerlo? —preguntó Hugo.
—Sí, pero he estado teniendo problemas en el pulso. Mi compañero es más joven y él podrá venir y repararlo mejor —respondió el señor, haciendo una pausa en sus palabras, como si se disculpara por no poder hacer más.
Hugo miró a Iris, ambos sorprendidos por la situación. El malentendido había dejado todo mucho peor de lo que esperaban, y ahora tendrían que quedarse encerrados hasta que el compañero del cerrajero llegara para hacer el arreglo.
—¿Y cuánto demorará? —preguntó Hugo, soltando un suspiro de frustración, pasando una mano por su rostro mientras se apoyaba contra la pared del baño.
—El taller está a unos cuarenta y cinco minutos de aquí —respondió el señor, mientras el sonido de sus pasos se alejaba ligeramente, indicando que estaba esperando la respuesta de su compañero.
Iris, con una mueca, se dejó caer en el suelo del baño, estirándose mientras miraba al techo. Hugo, por otro lado, se frotó la cara y resopló, claramente molesto por la espera.
—Al menos no tengo que ir a ningún lado —dijo Iris, tratando de hacer una broma mientras estiraba los brazos sobre el suelo.
Hugo, al parecer no tan contento con la situación, continuó mirando la puerta, sus dedos tamborileando sobre la superficie de la pared.
—¿Por qué le has pagado? —le preguntó Iris, levantando la vista hacia él con una ceja arqueada, aún algo sorprendida.
—Ambos usamos el baño, así que me pareció bien hacerlo —respondió Hugo, sin mirarla, y con un tono ligeramente evasivo mientras se recargaba contra la pared con los brazos cruzados.
Iris no dijo nada más. Ya entendía cómo Max y Hugo eran amigos; ambos tenían la misma tendencia a querer solucionar los problemas de los demás. Aunque Hugo tenía razón, ambos usarían el baño. Era comprensible que él se hiciera cargo de pagar la reparación, pero al final ella era la casera, y la cerradura llevaba días dañada. Así que, en realidad, era su responsabilidad. Aun así, apreciaba su amabilidad y el hecho de que tomara la iniciativa.
El tiempo parecía dilatarse sin fin, y no tenían forma de saber cuánto había pasado. Para Iris, sin embargo, cada minuto se sentía como una eternidad. Hugo, con su suéter negro, comenzaba a sudar ligeramente, y una pequeña capa de sudor se formaba en su frente. Cansado de estar de pie, finalmente se dejó caer al lado de Iris.
—¿Cuánto tendremos que esperar? —gritó Hugo, esperando una respuesta del señor del otro lado de la puerta.
—Lo siento, pero hay mucho tráfico —respondió el cerrajero desde fuera.
—Estás muy sudado, deberías quitarte el suéter —sugirió Iris, mirando cómo el sudor perlaba en la frente de Hugo.
—Si quieres verme nuevamente desnudo, puedes decirlo directamente —respondió él, arqueando una ceja con una sonrisa juguetona.
—Sabes, solo estaba preocupada de que pudieras deshidratarte —replicó Iris, evitando mirarlo directamente.
Hugo la observó fijamente, y ella, incómoda, miró hacia otro lado. Con un suspiro, él se quitó el suéter, dejando al descubierto su pecho cubierto por una ligera capa de sudor. Pero algo más capto su mirada, había una gran cicatriz en su pecho, la cual se extendía hasta debajo de su axila. Iris, sin poder evitarlo, lo miró de reojo.
—¿Mejor? —preguntó Hugo, con una ligera sonrisa de desafío.
Iris optó por no responder, desviando aún más la mirada. No estaba segura de cuánto tiempo había pasado, pero podía sentir cómo la ansiedad se apoderaba de ella, especialmente con Hugo semi desnudo a su lado. Intentaba no mirarlo, pero su presencia se sentía demasiado tentadora. No quería darle la razón a Max; quería pensar que podían ser solo roomies, sin complicar las cosas.
Hugo permaneció en silencio, aunque su sudor aumentaba con cada minuto que pasaba. Iris no entendía cómo alguien podía sudar tanto. En un momento, Hugo se recostó sobre su hombro, y ella se sobresaltó al sentir el contacto de su piel caliente y húmeda contra su cuello.
—¿Estás bien? —le preguntó Iris, notando la tensión en el cuerpo de Hugo.
—No me gustan los espacios encerrados —confesó él, su voz baja, casi como si temiera admitirlo.
—¿Tienes claustrofobia? —preguntó Iris, intentando suavizar el momento.
—Sí...—respondió Hugo, sin mirarla, con una leve mueca de incomodidad.
Iris, pensativa, comenzó a buscar alguna forma de distraerlo, algo que pudiera hacerle olvidar que estaban atrapados en ese pequeño baño. Pero no se le ocurría nada. Entonces, en un impulso, le preguntó:
—¿De qué color crees que son mis ojos?
Hugo levantó la cabeza y la observó atentamente, sus ojos recorriendo con detenimiento su rostro.
—Azules —respondió después de un momento, aún evaluándolos con interés.
Iris sonrió levemente, pero luego se acomodó mejor contra la pared, mirando hacia el frente mientras continuaba:
—¿Sabías que los ojos azules y verdes son una mutación del gen OCA2? Y que, hace muchos años, todas las personas tenían los ojos marrones... pero debido a esa mutación, ahora existen otros colores —Hugo la miró sorprendido.
Iris no pudo evitar notar la expresión de asombro en su rostro, lo que la hizo sonreír de nuevo, aliviada por el cambio de tema.
—Entonces tus ojos son la mutación más hermosa que jamás haya visto —dijo Hugo, sus ojos fijos en los de Iris, sin poder apartar la mirada.
Iris sintió el rubor subir a sus mejillas y, en un susurro, preguntó:
—¿Crees que son hermosos?
Hugo no respondió de inmediato. En lugar de eso, sus ojos bajaron ligeramente hacia sus labios, y un silencio tenso se instaló entre ellos. Ambos empezaron a acercarse lentamente, como si el mundo a su alrededor hubiera dejado de existir. La razón parecía haberse esfumado, reemplazada por una creciente atracción que no podían negar.
Casi sin darse cuenta, sus rostros se acercaron, dejando solo unos pocos centímetros de distancia entre ellos. El aire se volvió denso, pesado, y ambos sabían que ya no había vuelta atrás.
—Iris...—murmuró Hugo, su voz casi inaudible.