Capítulo 3

Iris no era capaz de articular una sola palabra, y Hugo no le quitaba los ojos de encima, esperando pacientemente que ella dijera algo. La incomodidad de Iris era palpable, y los segundos parecían eternos.

—¿Por qué estás buscando un lugar? —rompió el hielo Iris, finalmente, tratando de suavizar la tensión.

—Necesito un lugar en el cual quedarme —respondió Hugo, sin apartar la mirada de ella.

Iris arqueó una ceja, sorprendida. No esperaba una respuesta tan directa.

—Tengo entendido que podrías quedarte en cualquier lugar, ¿por qué te parece bien la idea de compartir piso? —preguntó, buscando una respuesta más profunda.

Hugo hizo una pausa antes de hablar, como si estuviera reflexionando sobre sus palabras.

—Max me ha contado tu historia, y creo que me parece bien. De cierta forma contribuyo a tu futuro. ¿No? —dijo Hugo, mientras observaba la reacción de Iris.

Iris se quedó en silencio por un momento, sin saber cómo responder. Las palabras de Hugo la desconcertaron aún más. En lugar de tranquilizarla, parecían impulsarla a que se fuera del lugar.

—De cierta forma, así es. Entonces, ¿te parece bien la idea de vivir con una completa desconocida? —dijo Iris, alzando una ceja mientras esperaba su reacción.

Hugo la miró fijamente, su rostro serio. Sus ojos oscuros no dejaban de estudiar cada movimiento de Iris.

—Me parece bien, siempre y cuando respetemos nuestros límites. Supongo que tendrás los tuyos —dijo, manteniendo una expresión impasible.

Iris no pudo evitar notar lo serio que se veía, y aunque su atractivo era innegable, su rostro fruncido la hacía preguntarse si alguna vez sonreiría. Mientras pensaba en esto, Hugo continuaba observándola, esperando que respondiera.

—Por supuesto que tengo los míos, aquí están —dijo Iris, sacando un panfleto de su bolso con un movimiento rápido, como si ya lo hubiera planeado de antemano.

Hugo miró el panfleto con cierta incredulidad antes de volver a fijar la vista en ella. Iris le devolvió una sonrisa confiada, intentando ocultar su nerviosismo.

—¿Crees que era necesario imprimirlo? —preguntó Hugo, arqueando una ceja mientras observaba el panfleto.

—Oh, por supuesto que sí. ¿O crees que es demasiado? —respondió Iris, desafiando su mirada con una sonrisa juguetona.

—Para nada, es muy necesario —dijo con sarcasmo, sus ojos brillando con un toque de humor mientras se acomodaba en su silla.

Iris sintió la necesidad de levantarse, de escapar de la incomodidad de la situación. Pero no lo hizo, porque sabía que, en el fondo, no podía. Necesitaba ese acuerdo más de lo que estaba dispuesta a admitir. Era una mentira decir que no lo necesitaba, pero no quería recurrir a sus seres queridos para pedirles ayuda.

Hugo comenzó a leer en voz baja las reglas mientras las observaba detenidamente:

—Nada de pasear desnudo por la casa... Limpiar los desastres que hagas... Cero fiestas ni ruidos molestos... No dejar cosas por toda la casa... Respeto por las áreas comunes.

Al terminar, levantó la mirada hacia Iris, su expresión aún seria, pero con un atisbo de diversión en sus ojos.

—¿Por qué me pasearía desnudo en el apartamento? —preguntó Hugo, claramente sorprendido por la primera regla.

Iris se encogió de hombros, un tanto avergonzada por lo que había incluido en el panfleto, pero queriendo que todo quedara claro.

—No lo sé, pero quería que quedara claro —respondió Iris con una sonrisa tímida, aunque su tono indicaba que no era un tema con el que estuviera completamente cómoda.

Hugo la miró un momento en silencio, como si estuviera evaluando la situación. Y con una mirada de complicidad, dijo:

—Será nuestra casa ahora, no te preocupes, cumpliré tus reglas —contestó Hugo mientras guardaba el panfleto con un gesto de determinación.

—Me parece excelente, ahora, ¿cuáles son las tuyas? —preguntó Iris, cruzando los brazos y esperando una respuesta.

Hugo la miró fijamente, su rostro serio e imperturbable.

—No husmear en mi habitación, es mi única regla. Será mi espacio y quiero que se respete —dijo Hugo, su tono firme y directo.

Iris sonrió de manera juguetona y levantó su mano en un gesto de saludo militar.

—Entendido, soldado —respondió Iris, tratando de aligerar el ambiente.

Hugo no sonrió, ni siquiera hizo el intento. Mantuvo su expresión seria mientras observaba a Iris, como si evaluara su respuesta. Iris bajó lentamente su mano, un tanto desconcertada. Se preguntaba por qué Hugo era tan serio, tan diferente a Max. Hugo parecía un militar, pero con una presencia casi paternal. Iris se dio cuenta de que convivir con él sería un desafío, pero estaba dispuesta a intentarlo. Después de todo, era la única opción que tenía.

En ese momento, uno de los meseros se acercó a la mesa y, con una sonrisa, preguntó a Iris si quería algo de beber. Ella asintió, pidiendo un café latte. El mesero se alejó, y Hugo aprovechó para tomar un sorbo de su té, mirando a Iris por encima de la taza. Era un hombre sofisticado y, por alguna razón, molesto.

—Entonces, ¿cuándo estarás listo para mudarte? —preguntó Iris, mirando a Hugo, tratando de parecer más relajada.

—Esperaba que dijeras eso —respondió Hugo, dejando la taza con delicadeza en la mesa. —He traído mis maletas. No tengo un lugar donde quedarme, acabo de bajarme del avión. Así que necesito darme una ducha urgente.

Iris lo miró sorprendida, sin saber muy bien cómo reaccionar ante esa repentina declaración.

—¿No vives en el país? —preguntó, interesada.

—No, soy inglés. Pero me han trasladado de mi trabajo, así que tenía planeado irme a vivir con Maxwell. Pero tiene la casa llena, y me ha comentado sobre ti. Aunque es una locura, dije que sí —respondió Hugo con tono más relajado, como si no fuera un tema tan grave.

Iris se quedó pensativa un momento, admirando la franqueza de Hugo. Luego, decidió seguir la conversación con algo más personal.

—Max me ha dicho que eres oncólogo. Es una profesión muy interesante y difícil —dijo Iris, con una mirada curiosa y un poco más cálida. El tema de la medicina siempre la había atraído, y Hugo parecía alguien con una historia interesante.

Hugo la miró con atención, y por primera vez en toda la conversación, sus ojos parecieron suavizarse un poco.

—Es demandante, pero nada fuera de lo común —respondió Hugo, aparentemente relajado, aunque todavía mantenía esa barrera invisible entre ellos.

Iris lo observó con atención, dándose cuenta de que, aunque Hugo parecía haber bajado un poco la guardia, esa barrera seguía allí, un muro silencioso que él no dejaba ver pero que ella sentía en el aire. Hugo no parecía tener interés en conocer más sobre ella, su único deseo era que respetara su espacio, y eso parecía ser suficiente para él.

Poco después, el mesero regresó con el café latte de Iris. Ella agradeció con una sonrisa, y Hugo, sin mirarla, sacó su móvil y comenzó a escribir algo. Mientras tanto, Iris terminó su bebida en silencio, observando a Hugo con una curiosidad que no lograba disimular. Fue en ese momento cuando vio una pequeña sonrisa en su rostro, una que parecía indicar algo más, tal vez alguna noticia que había recibido. Iris, por un momento, pensó que tal vez esa sonrisa era por su novia, o alguna otra persona.

El silencio volvió a instalarse entre ellos. Mientras Hugo se concentraba en su móvil, Iris miró hacia fuera, fijándose en el hermoso día que se desarrollaba a través de la ventana del café. A lo lejos, vio un auto negro estacionado delante del suyo. Era un coche llamativo, negro, brillante, que no dejaba lugar a dudas: "dinero". No pudo evitar admirarlo, aunque no sabía por qué. Se quedó mirando hacia el exterior durante lo que pareció una eternidad, hasta que volvió a girar su mirada hacia Hugo, solo para descubrir que él la estaba observando en ese preciso momento. Un leve y casi imperceptible contacto visual que hizo que Iris se sintiera algo incómoda.

—¿Estás lista? —preguntó Hugo, rompiendo el silencio.

Iris sonrió, asintiendo.

—Sí —respondió, con una sonrisa más cálida—. Vamos.

Ambos se levantaron y Hugo pagó la cuenta. Luego, caminaron hacia la salida del café. Iris, confiada en que Hugo la seguiría, se dirigió a su auto. Al llegar al lugar donde lo había estacionado, notó que Hugo no la había seguido directamente, sino que se encontraba observando un auto negro que estaba estacionado frente a ella, ese mismo que había estado mirando minutos antes. Iris se preguntó si el coche era de Hugo.

—¿Nos vamos? —preguntó Hugo, al darse cuenta de que ella se había detenido.

—He traído mi coche —dijo Iris, señalando su camioneta con una pequeña sonrisa—. Pensé que nos iríamos en el mío.

Hugo la miró por un momento, como si evaluara la situación.

—Entonces te sigo, iré detrás de ti —le aseguró con una voz tranquila, como si la decisión ya estuviera tomada.

Iris asintió, sintiendo que era lo más natural. Sin pensarlo mucho, caminó de regreso hacia su camioneta. Al acercarse, se dio cuenta de lo fuera de lugar que se sentía en ese momento, estacionada junto a ese auto de lujo. Pero no le dio demasiada importancia; tenía lo que necesitaba, y no era la apariencia lo que importaba, sino lo que había dentro.

Todo el camino, Iris escuchaba a Julieta Venegas, cantando a todo pulmón Limón y sal. A medida que avanzaba, pensaba en Don Serio y cómo tendría que lidiar con ese carácter tan particular. Aunque, según Max, no debía preocuparse demasiado, ya que Hugo no se solía sentir en casa, y tal vez eso le ayudaría a sobrellevar la situación.

Al llegar al apartamento, estacionó su coche en el garaje subterráneo. Mientras salía del vehículo, vio a Hugo estacionarse y esperó junto a su camioneta, apoyada en ella. Hugo salió de su auto y se dirigió al maletero, donde sacó dos maletas grandes y un bulto.

—¿Puedo ayudarte? —se ofreció Iris, con una sonrisa amistosa.

—No te preocupes, puedo llevarlos —le respondió Hugo con firmeza.

Iris lo miró un momento y, sin pensarlo mucho, insistió.

—Vamos, insisto. Cortesía de la casa —bromeó Iris, guiñándole un ojo.

Hugo la miró con algo de sorpresa, pero finalmente cedió.

—De acuerdo, puedes llevar el bulto, es menos pesado —dijo Hugo, entregándole el bulto mientras se encargaba de las maletas.

Ambos caminaron hacia el ascensor en un silencio incómodo. Iris iba delante, mientras Hugo la seguía a paso firme. Iris no se atrevió a voltear, aunque podía sentir su mirada detrás de ella, como si estuviera juzgando cada uno de sus movimientos. Cuando llegaron al piso de Iris, sacó la llave y abrió la puerta.

Al entrar, Bingo, el perro de Iris, salió corriendo hacia ellos y, en su entusiasmo, saltó sobre ella, haciéndola perder el control y caer al piso de manera descoordinada.

—¡Bingo, tranquilo! —dijo Iris entre risas, mientras trataba de levantarse.

Hugo se quedó parado en la entrada, observándola con sus dos maletas en las manos, sin hacer ningún movimiento. Iris se levantó rápidamente, dejándose caer sobre el mueble cerca de la entrada para dejar el bulto.

—No sabía que tenías una mascota —comentó Hugo, mirando a Bingo que seguía jugueteando.

—Es Bingo, no será una molestia. ¿Será un problema para ti? —preguntó Iris, con la esperanza de que dijera que no.

—Para nada, me gustan los perros —respondió Hugo.

Aquella respuesta hizo que Hugo le agradara un poquito más. Bingo, como si entendiera la conversación, se acercó y comenzó a juguetear con sus pies. Hugo dejó las maletas en el suelo y, sonriendo, acarició la cabeza de Bingo. Tenía una sonrisa muy hermosa, y por un momento Iris se preguntó si había algo en ella que no terminaba de convencerlo. Incluso Bingo parecía haber conquistado a Hugo. Pero entonces recordó que solo debían convivir, que no habían hablado de ser amigos. Hugo se volvió a incorporar, y con su altura imponente hizo que Iris se sintiera diminuta.

—Vamos, entra —le animó Iris, mientras cerraba la puerta detrás de él.

Iris tomó el bulto y lo guió por el pasillo hasta su habitación. Al entrar, encendió la luz y se detuvo, esperando que él la siguiera.

Hugo inspeccionó el lugar con una mirada neutral antes de dejar las maletas en una esquina.

—¿Qué te parece? —preguntó Iris, con un tono nervioso, temerosa de que no le gustara el lugar.

—Me parece bien —dijo Hugo con una breve sonrisa, dejando claro que no había problemas.

Iris soltó un suspiro de alivio.

—Bien, ahora te dejo para que te acomodes. Cualquier cosa que necesites, estaré en la cocina. No dudes en avisarme —dijo Iris, ya acercándose a la puerta para salir.

En ese momento, Hugo la detuvo.

—Iris, espera —dijo, tomando suavemente su mano.

Iris miró hacia abajo, sorprendida por el contacto. Hugo se dio cuenta y rápidamente soltó su mano, ambos sintiéndose incómodos con el gesto.

—Sí… —dijo Iris, intentando mantener la calma.

—Quería saber dónde estaba el baño —dijo Hugo, algo más relajado ahora.

—Es la segunda puerta al final del pasillo —le informó Iris, señalando con un gesto hacia el pasillo oscuro.

—Gracias —respondió Hugo. Antes de que pudiera decir algo más, Iris salió rápidamente de la habitación, dejándole solo.

Al llegar a la cocina, Iris observó a Bingo, quien estaba entretenido con su hueso de hule. Respiró hondo y se recostó en el mueble, mirando al techo.

—¿Qué crees que pensaría papá de todo esto? Diría que me he vuelto loca, ¿no crees? —le dijo a Bingo, medio riendo, medio preocupada.

Escuchó la puerta de la habitación de Hugo abrirse y, a continuación, el sonido de sus pasos dirigiéndose al baño. El ruido del agua empezó a sonar, e Iris decidió levantarse para despejar la mente. Mientras caminaba por la cocina, pensó que tal vez podría cocinar algo para ambos, pero no tenía idea de qué le gustaría a Hugo. Entonces, se le ocurrió una idea: ir a preguntarle.

Caminó hacia la puerta del baño, tocándola suavemente para que él pudiera escucharla antes de que cerrara el grifo. Sin embargo, cuando lo hizo, la puerta se abrió de inmediato. Había olvidado un pequeño detalle: el cerrojo de la puerta estaba dañado, y al menor golpe, el seguro se caía.

Al abrirse la puerta, Iris vio cómo la cortina del baño se deslizaba, y luego… Hugo apareció, completamente desnudo.

—¡Oh, por Dios! —gritó Iris, totalmente roja de vergüenza.

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