El tiempo parecía haberse detenido mientras Hugo sostenía su mano y la miraba sin decir absolutamente nada. La tensión era palpable entre ambos. Iris se sentía vulnerable ante aquel hombre tan enigmático. Sus ojos analizaban cada detalle de su rostro, cómo sus pupilas parecían más negras que nunca, lo perfectamente recortada que estaba su barba. El aroma de su perfume era intenso y muy varonil, envolviéndola como un manto invisible. Finalmente, Iris cayó en cuenta de que tal vez Max tenía razón, tenerlo tan cerca haría que las cosas fueran más difíciles, sobre todo cuando la tensión entre ambos parecía crecer con cada segundo.
—¿Qué... qué haces, Hugo? —preguntó finalmente, su voz temblorosa, cargada de incertidumbre.
Hugo rompió lentamente el espacio que los separaba, como si cada movimiento estuviera cuidadosamente calculado.
—Despedirme apropiadamente de mi novia —murmuró Hugo con una mezcla de seriedad y algo más que Iris no podía identificar del todo.
Al escuchar esas palabras, Iris quedó anonadada, y antes de que pudiera reaccionar, Hugo acercó su rostro al suyo. Sin embargo, el beso no llegó a sus labios. En su lugar, Hugo depositó un beso suave y cálido en su mejilla, dejando una sensación electrizante en su piel. Sus labios rozaron su rostro con una ternura que hizo que Iris deseara, por un instante, que él hubiera movido sus labios solo un centímetro más hacia los suyos. Hugo se tomó su tiempo antes de finalmente separarse, como si quisiera prolongar el momento.
—Hugo… —logró pronunciar ella con la voz entrecortada, todavía atrapada en el instante.
—Buena jugada lo de la comida —le susurró Hugo al oído, su voz baja y cargada de complicidad, antes de enderezarse con una leve sonrisa—. Buenas noches, Iris. Descansa.
Hugo se retiró con paso firme, dejando tras de sí un rastro de su presencia que parecía llenar cada rincón de la habitación. Iris, inmóvil, llevó una mano a la mejilla que él había besado, sintiendo el calor persistente de aquel contacto. Su mente era un torbellino de pensamientos, pero una cosa era segura, Hugo estaba jugando un juego que ella aún no sabía si quería o podía ganar.
No se había sentido tan viva desde hacía muchísimo tiempo y, sin duda, estaba lista para volver a experimentar ese tipo de emociones. Aunque no quería que fueran precisamente con Hugo. La peor parte era que no podía intentar conocer a nadie en ese momento, porque debía mantener su mentira hasta que lograra su objetivo.
Después de andar de un lado a otro en su habitación por más de una hora, finalmente decidió irse a la cama. Necesitaba descansar; había sido un día muy agitado. Aunque sabía que el día siguiente lo sería aún más. Deseaba que Bingo estuviera ahí con ella, pero se había quedado dormido en la sala, y no quería ir a despertarlo. Por eso, optó por abrazarse a sí misma bajo las sábanas, buscando un poco de consuelo en el silencio de la noche.
No supo por cuánto tiempo se quedó mirando el techo, perdida en pensamientos. Su mente, traicionera, volvía una y otra vez a Hugo. Se preguntaba si él ya estaría dormido, si acaso estaría pensando en todo lo que había ocurrido. La incertidumbre la carcomía, pero no se atrevía a moverse de su cama.
—¿Qué haces, Iris? ¿Qué haces? —murmuró en voz baja, como si al decirlo en alto pudiera encontrar una respuesta.
Pero no la hubo. Solo el eco de su propia pregunta resonando en la penumbra de su habitación, recordándole que había creado un juego peligroso en el que estaba más inmersa de lo que le gustaría admitir.
***
A pesar de que llevaba varias horas lista, Iris no se animaba a salir de la habitación. Escuchaba al traidor de Bingo juguetear en la cocina con Hugo. Claro, Bingo era un golden muy amigable, y Hugo parecía saber exactamente cómo ganarse su lealtad, dándole toda la atención del mundo. Finalmente, Iris se armó de valor y se dirigió hacia la cocina. Al llegar, encontró a Hugo concentrado en su portátil, tanto que no la notó entrar. Bingo, por su parte, estaba recostado a sus pies, y al verla levantó la cabeza, solo para acomodarse nuevamente como si nada hubiera pasado.
—Ja, traidor —dijo Iris en un susurro, mirándolo con fingida indignación.
Hugo alzó la vista al escucharla, una media sonrisa asomándose en su rostro. Pero antes de que pudiera decir algo, el teléfono de la casa comenzó a sonar, rompiendo el momento. Iris se quedó petrificada, sin saber si debía contestar o ignorarlo por completo.
—¿No vas a contestar? —preguntó Hugo, arqueando una ceja.
Antes de que Iris pudiera reaccionar, Hugo se inclinó hacia el teléfono, miró el identificador y lo tomó con naturalidad.
—¡Hugo! —exclamó Iris mientras corría hacia él, intentando arrebatarle el aparato.
Hugo, sin inmutarse y claramente disfrutando de la situación, esquivó su mano con facilidad, manteniéndose calmado.
—Buenas noches, ¿con quién tengo el placer de hablar? —dijo Hugo, ocultando una sonrisa traviesa mientras miraba a Iris, quien se debatía entre la desesperación y el enfado.
Claramente, Hugo sabía que era la madre de Iris. Lo había visto en el identificador "Mamá".
—Dame el teléfono —le pidió, extendiendo su mano en un intento inútil por recuperarlo.
Hugo dio un paso hacia atrás, esquivando su alcance, y con una sonrisa traviesa, se llevó el auricular a la oreja.
—Oh, suegra, qué gusto escucharla —dijo, exagerando el tono de cordialidad mientras miraba a Iris con un brillo burlón en los ojos.
Iris sintió cómo el tiempo se detenía. El aire se volvía denso, y su corazón se aceleraba como nunca. ¿Qué acababa de hacer? Mentirles a sus amigas ya era un problema en sí mismo, pero engañar a su madre era cruzar una línea completamente diferente. Los nervios comenzaron a invadirla, su estómago se revolvía, y su mente trataba de encontrar alguna salida.
—¿Qué… qué haces, Hugo? ¿Te has vuelto loco? —murmuró en voz baja, rezando porque su madre no alcanzara a oír.
Hugo, sin inmutarse y con una calma inquietante, continuó hablando como si nada:
—Sí, claro. Será un honor para mí. Estoy deseando que llegue ese momento.
Iris abrió la boca para interrumpirlo, pero Hugo la desarmó al alzar una mano y, antes de que pudiera protestar, le apretó los labios con dos dedos, como si quisiera sellar sus palabras.
—Ahora se la paso, está justo aquí conmigo —concluyó, tendiéndole el teléfono con una sonrisa tan encantadora como exasperante.
Se volvió a sentar frente a su portátil, sin apartar la mirada de Iris, disfrutando del caos que había desatado.
Iris, con manos temblorosas, tomó el teléfono como si este pesara una tonelada. Lo llevó a su oído, sintiendo que cada segundo se alargaba como una eternidad.
—H-hola, mamá… —logró decir, su voz débil y temblorosa, mientras Hugo la observaba con esa sonrisa que prometía que no sería el fin de sus travesuras.
Al escucharla hablar con aquel tono inocente, Hugo frunció el ceño, sorprendido, mientras Iris le lanzaba una mirada fulminante. Se sentía como una niña pequeña de nuevo. Nunca antes había presentado un novio a sus padres, mucho menos uno que ni siquiera era real.
—Iris, tesoro, ¿cuándo pensabas contarme sobre mi adorable yerno? —respondió su madre, claramente emocionada al otro lado de la línea.
Iris se cubrió el rostro con frustración al escuchar aquellas palabras. Entre el entusiasmo de su madre y la sonrisa burlona de Hugo, que parecía disfrutar enormemente de la situación, la rabia en ella creció. Sin embargo, no tardó en recordar que todo eso era su culpa. Hugo solo estaba siguiéndole la corriente, mientras que ella era la autora intelectual de aquella mentira.
—Oh, lo lamento, mamá. No he tenido tiempo de ponerlos al tanto —respondió, tratando de sonar despreocupada.
Con la intención de que Hugo no escuchara más, Iris trató de alejarse hacia otra habitación. Pero Hugo, aún sentado frente a su portátil, la observaba con evidente diversión, pero sabía que no había lugar lo suficientemente lejos para escapar de aquella farsa.
—No te preocupes, cariño. Ya habrá tiempo de sobra. Tu padre y yo iremos el miércoles en la noche para estar en tu graduación. Aunque Cici no podrá ir por el torneo de natación —dijo su madre con un tono conciliador.
Iris sintió una punzada de tristeza al escuchar aquello. Le hacía mucha ilusión que su hermana Ciara pudiera estar presente en ese día tan importante.
—Lamento escuchar eso, quería que Cici estuviera conmigo —respondió con un suspiro, incapaz de ocultar su decepción.
El ánimo de Iris se apagó al instante, y su voz dejó entrever la melancolía que sentía.
—Lo sé, cariño, pero volverán a verse pronto. Ahora mismo no está en casa, está en sus prácticas, pero luego le digo que te llame —trató de consolarla su madre.
—De acuerdo, mamá —respondió Iris, aunque su tono seguía algo apagado.
—Iris, no sabes lo feliz que se pondrá la abuela Maeve. Estaba tan preocupada de que no fuera a conocer a un pretendiente tuyo —añadió su madre con entusiasmo, intentando animar el ambiente.
Iris suspiró profundamente mientras se sentaba en uno de los sillones del balcón. Mientras escuchaba a su madre hablar, levantó la vista al cielo, sus ojos brillando con una mezcla de nostalgia y arrepentimiento. En silencio, le pedía disculpas a su abuelo. Aunque él ya no estaba, sentía que su pequeña mentira habría sido algo que no habría aprobado.
—Mamá, ¿no crees que es muy pronto para hablarlo? ¿Podrías mantenerlo entre nosotras de momento? —logró decir Iris, tratando de sonar tranquila mientras suplicaba internamente que su madre le hiciera caso.
—No, no, no. Nada de eso. Esto hará muy feliz a la abuela, y esa noticia es justo lo que necesita para alegrarse —respondió su madre con firmeza, sin intenciones de guardar el secreto.
Iris suspiró, resignada. Por qué se metía en esos problemas, se reprochaba a sí misma una vez más.
—Mamá, por favor —le suplicó, con la esperanza de que cediera.
—Iris Lucía Lambert, escucha a tu madre por una vez y hazla feliz compartiendo algo tan importante como el haber encontrado el amor —replicó su madre, usando ese tono autoritario que reservaba solo para los momentos en que no había lugar para discusiones.
Iris se quedó en silencio, cerrando los ojos por un momento. Todo complicándose mucho más de lo que había planeado.
Iris nuevamente se sintió pequeña, como si regresara a esos momentos de su infancia en los que no podía decir que no. Temía herir a su madre, y aunque las palabras estaban en su mente, se sentían demasiado pesadas para pronunciarlas. No tuvo el coraje de contradecirla. Su ansiedad comenzó a tomar control, y sin darse cuenta, empezó a picotearse las manos, un gesto que siempre la traicionaba cuando estaba nerviosa.
—De acuerdo, mamá —respondió finalmente, con un hilo de voz que no podía ocultar su resignación.
—Eso es, mi niña. Ahora debo colgar, tu padre está por regresar y quiero terminar la cena. No sabes lo feliz que me ha hecho esta noticia —la emoción en la voz de su madre era tan contagiosa que casi hizo que Iris se sintiera culpable por no poder corresponderla del todo—. Buenas noches, cariño, descansa.
—Buenas noches, mamá. Saluda a la abuela y a todos los demás.
Iris colgó el teléfono y permaneció sentada en el sillón del balcón, dejando que el aire nocturno acariciara su rostro. Tenía una de las mejores vistas de la ciudad, y esa era una de las razones por las que amaba tanto su apartamento. Podía despejar su mente, al menos por un momento, simplemente mirando el paisaje lleno de luces y sombras.
Estuvo allí más de media hora, perdida en sus pensamientos, hasta que sintió la ventana corrediza abrirse suavemente. Una brisa fría entró en el balcón, y Hugo apareció, sentándose a su lado sin decir una palabra al principio.
Iris giró ligeramente la cabeza para verlo, pero no dijo nada. Su presencia era reconfortante y perturbadora al mismo tiempo. Él parecía saberlo, porque dejó escapar un leve suspiro antes de hablar.
—¿Estás bien? —preguntó Hugo, con un tono completamente serio, mirándola fijamente.
Iris levantó la vista hacia él y le sonrió, ocultando cuidadosamente cómo se sentía realmente.
—Por supuesto, aunque me has metido en más problemas —respondió con una ligera sonrisa que fingía molestia.
—Lo siento, no sé por qué lo hice. No volverá a suceder —Hugo la observó con una sinceridad que era imposible ignorar.
—No te preocupes. Yo soy la que te arrastró a mi mentira —dijo Iris, suspirando suavemente.
—Y yo soy quien aceptó y terminó mintiéndole a tu madre… cosa que, por cierto, la hizo muy feliz —respondió Hugo con una sonrisa ladeada mientras trataba de descifrarla—. ¿Nunca le habías presentado un novio?
Iris lo miró con los ojos entrecerrados, sorprendida por la pregunta.
—¿Eso te dijo? —inquirió, entre curiosa y avergonzada.
—No precisamente. Dijo que era la mejor noticia que había escuchado después de que dijeras que ya te ibas a graduar… y que es una alegría que sí estuvieras interesada en los hombres. Ah, y casi lo olvido, que tengo una sexy voz.
Iris lo miró asombrada, sin poder creer lo que estaba escuchando.
—¿Mi madre dijo eso? —preguntó, incrédula.
—No, he agregado eso último —respondió Hugo, sonriendo con un toque de picardía—. Solo quería hacerte sonreír.
Iris no pudo evitar sonreír al escuchar aquello. El tono de Hugo era tan relajado que la hacía sentirse más tranquila.
—Eres un mentiroso —dijo, levantándose del sillón, divertida.
—Estamos a mano, ahora somos dos mentirosos —replicó Hugo, levantándose también y guiñándole un ojo.
—Gracias —respondió Iris, su tono suave, pero sincero.
Hugo la miró con curiosidad, y fue entonces cuando Iris no pudo evitar reflexionar sobre el cambio que había experimentado desde el primer día que lo conoció. Ahora, era un Hugo completamente distinto, y no pudo evitar preguntarse si ese cambio tenía algo que ver con ella. La idea de eso la hizo sonreír, aunque sabía que no era algo en lo que debía pensar demasiado.
—¿Por qué? —preguntó Hugo, frunciendo ligeramente el ceño, confundido por su agradecimiento.
—Por aceptar vivir conmigo, por mentir y por ser un buen inquilino —respondió Iris, con una ligera risa.
—El mejor que tendrás —respondió Hugo con una sonrisa burlona, encogiéndose de hombros.