—Iris…—repitió Hugo, con una voz suave, cargada de emoción.
Iris apenas podía respirar. No quería apartar la mirada de él, pero temía que hacerlo rompiera el trance en el que ambos se habían sumido. Su mente le gritaba que se alejara, que eso no debía suceder, que no podían cruzar esa línea… pero su cuerpo no respondía.
—No…—murmuró Iris, con la voz temblorosa, mientras sus labios se acercaban aún más a los de Hugo.
En ese preciso momento, un golpeteo en la puerta rompió el hechizo, seguido de una voz:
—¡¿Están bien ahí adentro?! —era el señor de la reparación, quien, sin saberlo, se había convertido en el salvavidas que los sacó del abismo de lo que pudo haber sido un momento irreversible.
Iris retrocedió de inmediato, sonrojada y completamente confundida. Hugo, por su parte, permaneció inmóvil, con la mirada fija en ella, sin saber qué hacer o decir.
Cuando finalmente abrieron la puerta, Iris salió lo más rápido posible, intentando poner la mayor distancia entre ella y Hugo.
—Disculpen los inconvenientes —dijo el joven que había logrado sacarlos de aquel apuro—. En unos minutos dejaré esto como nuevo.
Iris asintió y se dirigió a su habitación sin mirar atrás, aunque sabía que posiblemente él la estaba observando. Una vez dentro, cerró la puerta y se recargó contra ella. Pensó en lo que casi había sucedido y en cómo su amigo empezaba a tener razón. Odiaba admitir que Max pudiera estar en lo cierto, pero aún creía que todo era cosa del momento. Ella y Hugo podían convivir juntos, ¿no?
Se dejó caer en la cama, mirando el techo con agotamiento. "¿En qué me he metido?", se preguntaba una y otra vez. Hugo era una tentación demasiado fuerte, y una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro al pensar que, quizás, él sentía lo mismo. O eso quería creer. La verdad era que no sabía qué pensar al respecto.
Un sonido la sacó de sus pensamientos. Revisó su móvil: era un recordatorio de la prueba del vestido de graduación. Se levantó de golpe, recordando cuánto le había costado conseguir esa cita. Si la perdía, tendría que buscar un vestido en otro lugar, y ella quería que fuera de Mirror Palais. Había soñado con ese vestido desde que vio la última colección, y sus padres se habían ofrecido a regalárselo como obsequio de graduación.
Se vistió rápidamente y escribió a Theo y Lila, quienes confirmaron que la esperarían en el lugar. Mientras terminaba de arreglarse, notó que el ruido de las reparaciones había cesado. Al salir de su habitación, se encontró con Hugo cerrando la puerta del baño.
—Al parecer ha quedado muy bien —dijo Hugo al cerrajero.
—Entonces nos retiramos, y disculpen los inconvenientes —respondió el hombre.
—Los acompaño a la puerta —se ofreció Hugo con cortesía.
Iris seguía parada en su puerta, sin decir nada. Los demás no la notaron. Hugo acompañó al cerrajero y al joven hasta la salida, y cuando escuchó el sonido de la puerta al cerrarse, se dirigió hacia la sala. Ahora llevaba un suéter diferente y unos lentes de sol negros encajados en el cuello. Al volverse, la vio.
Ambos sintieron una incomodidad palpable. Solo unos minutos atrás habían estado a punto de besarse, y la interrupción fue lo único que evitó que cruzaran esa línea. Ahora, el recuerdo de lo sucedido parecía colgar en el aire entre ellos.
—¿Vas a salir? —preguntó Hugo, rompiendo el incómodo silencio.
—Sí, tengo la prueba de mi vestido de graduación —respondió Iris.
—¿Cuándo es? —preguntó Hugo, en un tono casual, aunque su mirada seguía siendo intensa.
—El jueves de la próxima semana.
—Ah, entiendo. Si quieres, puedo llevarte. Tengo que salir también.
—Oh, no quiero molestarte. Puedo ir en mi coche…
—Insisto, no es molestia, Iris —dijo Hugo, sosteniéndole la mirada.
—Bueno… si insistes.
Antes de salir, Iris pensó en revisar si Bingo tenía comida y agua, pero al acercarse al comedero, notó que ya estaban llenos. Se detuvo un momento, sorprendida. Ella no los había rellenado. Miró hacia Hugo, quien estaba recogiendo sus llaves, y comprendió que había sido él. Le dedicó una breve sonrisa de agradecimiento que él devolvió con un ligero movimiento de cabeza.
Ya en el coche de Hugo, ambos viajaban en silencio. Pero, para sorpresa de Iris, no se sentía incómodo. Miraba por la ventana mientras el sol brillaba con fuerza sobre la ciudad. Era un día hermoso, y de alguna manera, la quietud compartida entre ellos hacía que todo pareciera un poco menos caótico.
—¿Puedo poner algo de música? —preguntó Iris, rompiendo el silencio.
—Por supuesto. —Hugo asintió sin apartar la vista del camino.
Iris comenzó a buscar en la pantalla del auto, deslizándose entre las opciones. Finalmente, seleccionó una canción, y los primeros acordes de Limón y sal de Julieta Venegas llenaron el auto. Hugo lanzó una rápida mirada a la pantalla, frunciendo ligeramente el ceño.
—¿Qué pasa? ¿No te gusta la canción? —preguntó Iris, captando su reacción.
—Es… interesante. —Hugo respondió con un tono neutral, aunque su expresión denotaba cierta curiosidad.
—Es mi canción favorita, siempre me pone de buen humor. —Iris sonrió, moviendo los dedos al ritmo de la música.
—Tiene un ritmo muy alegre, te va perfecto. —Hugo hizo una pausa, esbozando una pequeña sonrisa mientras sus ojos regresaban al camino.
—¿Crees que soy muy alegre? —Iris ladeó la cabeza, observándolo con curiosidad—. ¿Qué opinas de mí?
Hugo la miró, claramente dubitativo.
—Creo que tienes una energía especial… haces que todo a tu alrededor se sienta más… brillante —dijo finalmente, esbozando una ligera sonrisa, como si midiera cada palabra—. Y sobre ti, bueno, eres una persona única, Iris. Es agradable estar cerca de alguien tan… positiva, supongo.
Iris parpadeó, sorprendida por la respuesta. Permaneció en silencio por un momento, procesando lo que Hugo había dicho. Sus ojos brillaron levemente, halagada, pero también un poco desconcertada. Finalmente, una sonrisa tímida se dibujó en su rostro.
—No sé si soy tan genuina… a veces dudo demasiado —respondió con una risa nerviosa, llevándose un mechón de cabello tras la oreja—. Pero me gusta pensar que, al menos, intento ser auténtica.
Su mirada se desvió hacia la ventana, intentando disimular el impacto de las palabras de Hugo. Mientras el auto se acercaba a la tienda Mirror Palais, distinguió a sus amigas en la entrada. Theo estaba recostado contra la pared, luciendo unos lentes oscuros que le daban un aire despreocupado, mientras Lila tomaba fotos con entusiasmo frente al escaparate.
Hugo aparcó el coche justo frente a la tienda, atrayendo la atención inmediata de Theo y Lila.
—Gracias por traerme —dijo Iris al desabrocharse el cinturón, girándose hacia Hugo antes de abrir la puerta.
—No es nada, me alegra poder ayudarte. Nos vemos luego. —Hugo sonrió, cálido pero contenido.
Iris bajó del auto, dándose cuenta de que su corazón aún latía con fuerza. Algo en esas palabras, tan simples, pero tan sinceras, se había quedado con ella. Iris caminó hacia sus amigas. Al acercarse a ellas, vio el coche marchándose. Theo y Lila intercambiaron una mirada al verla llegar.
—Ahora nos dirás quién era el cara de ángel —dijo Lila, con una sonrisa curiosa.
—Habrá tiempo para eso, ahora entremos para no perder la cita —respondió Iris, tomando a sus amigas del brazo mientras se dirigían a la tienda.
Al entrar, una señora de aspecto amable se acercó a ellas con una sonrisa, dándoles la bienvenida sin decir una palabra. El aire estaba impregnado con un suave aroma a perfume floral, y el sonido de un leve murmullo llenaba el ambiente, como si las conversaciones se filtraran entre los estantes. Algunas mujeres paseaban entre los maniquíes, observando los vestidos colgados con cuidado, mientras otras, sentadas en un rincón cómodo, hojeaban revistas de moda, ajenas al paso del tiempo. La luz suave del lugar realzaba el brillo de las telas y creaba un ambiente acogedor, como si se estuviera entrando en un pequeño refugio lleno de posibilidades.
—¡Buenos días! ¿En qué puedo ayudarles? —preguntó la señora.
—Buen día —respondió Iris—. Tengo una cita para probarme un vestido para mi graduación, envié las medidas.
—Por supuesto, pueden seguirme —dijo la señora, guiándolas hacia el mostrador.
Ella buscó un libro y luego miró a Iris, esperando que le dijera su nombre.
—Iris Lambert —contestó.
—Iris Lambert —repitió la señora mientras buscaba su nombre en el registro—. Perfecto, aquí está. Pueden pasar al reservado número 8. El vestido llegará en unos minutos.
Al llegar al reservado, Theo se sentó de inmediato en el sofá. Había una botella de champán y varias copas dispersas alrededor.
—¿Es para nosotras? —preguntó Lila.
—Si no lo era, ahora lo es —respondió Theo, cogiendo una copa y sirviéndose.
Iris se río y se sentó con ellas, tomando una copa para que le sirvieran. Pero en cuanto Theo la sostuvo, retrocedió, con una sonrisa juguetona.
—Vamos, solo un poco —le pide Iris.
—¿Debería preocuparme? —pregunta Theo, levantando una ceja.
—No, si solo es una copa.
Lila cedió, y sirvió la copa de champán. Las tres levantaron las copas y brindaron.
—Por Iris. Y su brillante futuro.
En ese momento, la dependienta llegó sosteniendo una bolsa alargada y elegante, diseñada específicamente para proteger vestidos de gala. La bolsa era de un material resistente pero ligero, de color negro mate con un suave brillo que denotaba calidad. Un largo cierre recorría todo el frente, permitiendo abrirla fácilmente sin arrugar el contenido.
En la parte superior, sobresalía el gancho de metal del perchero, envuelto cuidadosamente con una cinta para evitar dañar la tela. Al deslizar el cierre, dejó entrever el tono champagne satinado del vestido, contrastando deslumbrantemente con la oscuridad de la bolsa. En un costado, el logo discreto de la boutique estaba bordado en un delicado hilo plateado, añadiendo un toque de sofisticación.
—Aquí está, señorita Lambert. Su vestido está listo para que se lo pruebe. Lo hemos preparado con mucho cuidado, pero si necesita algún ajuste, estaré aquí para ayudarla. Es una pieza espectacular; estoy segura de que le quedará perfecto.
Iris asintió, tomando el vestido con delicadeza antes de entrar al vestidor. Los nervios la consumían; había soñado muchísimo con ese momento y con ese vestido. La idea de verlo finalmente la hacía sentir extasiada. Se desvistió, quedándose en ropa interior, y abrió lentamente la bolsa, con el corazón latiéndole a mil por hora. Tocó la seda del vestido con cuidado al sacarlo, sintiendo su textura suave y elegante. Era hermoso, y sin más preámbulo, empezó a deslizarse dentro de él. Le quedaba a la perfección, resaltando su silueta de manera sublime.
—Iris, estamos esperando, nos estás matando de curiosidad —dijo Theo desde fuera del vestidor.
—¡Ya voy, ya voy! —respondió Iris, sacando solo la cabeza, tapándose con la cortina.
Sin más, apartó la cortina y les mostró a sus amigas la obra de arte que tanto la ilusionaba usar. El vestido que había elegido la hacía lucir más hermosa que nunca. Al verla, sus amigas se quedaron boquiabiertas.
—Es simplemente divino, Iris. Serás la más hermosa de todo el lugar —comentó Lila.
—¡Tienes que dar una vuelta! Quiero apreciarlo desde todos los ángulos —dijo Theo, con una sonrisa de entusiasmo.
Iris giró lentamente para sus amigas, y las tres celebraron juntas ese momento. Sin duda, se sentía afortunada de contar con ellas. Verlas tan emocionadas por ella la llenaba de alegría. Theo y Lila la rodearon en un abrazo grande y cálido. Luego, Theo se separó un poco y le dijo que debía buscar algo en su bolso.
Theo sacó una caja pequeña, blanca y cuadrada.
—Es mi regalo para ti. Desde que me mostraste el vestido, estuve pensando en cómo esto resaltaría aún más tu belleza. Vamos, ábrelo —dijo, entregándole la caja con una sonrisa cómplice.
—Theo… —logró decir Iris, con una expresión melancólica.
—Vamos, quiero ver cómo te queda —la alentó Lila, sonriendo.
Al abrir la caja, Iris se quedó sin palabras. Dentro, había una delicada cadena de oro, adornada con pequeños cristales que brillaban como estrellas. La elección de Theo no podría haber sido más perfecta. El collar estaba diseñado para caer delicadamente por su espalda, complementando el diseño del vestido y añadiendo un toque de sofisticación. Al verlo, Iris no pudo evitar sonreír, imaginándose ya en la noche de su graduación, con el collar brillando suavemente sobre su piel.
—Muchísimas gracias, Theo. Es demasiado hermoso —dijo, abrazándola nuevamente.
—Ven, te ayudo a ponértelo —dijo Theo, tomando el collar y acercándose para ayudarla a colocárselo.
Iris dio una vuelta frente al espejo para admirar el collar. En ese momento, la dependienta había vuelto a entrar al probador y se quedó sorprendida en la puerta.
—Sin duda, este vestido fue diseñado para usted. Serás el centro de atención.
—Muchas gracias —respondió Iris, sonrojada, mirando al espejo, sintiéndose más cerca de la graduación que tanto había soñado.
La prueba del vestido había salido perfecta, después de volver a ponerse la ropa, salieron de la tienda. Ahora venía la parte más importante de aquella salida. Las preguntas que tenían sus amigas sobre el enigmático hombre de casi dos metros que la había ido a buscar la noche anterior y que la había dejado unas horas atrás con ellas.
—Ahora sí, Iris. Queremos todos los detalles.