Después de un rato de caminar, estaban todas agotadas. Buscar un lugar en donde comer era todo un fiasco, sobre todo porque Theo era celíaca y las limitaba a la hora de buscar un restaurante en el cual comer. Al final encontraron uno a media hora de la tienda. Cuando llegaron, Iris dejó la bolsa con el vestido en el maletero del auto de Lila.
—Finalmente, tengo tanta hambre —dijo Lila sentándose.
—Vamos, no es como que estuviéramos esperando por diez horas —argumentó Theo.
—Dile eso a mí estómago, está rugiendo —contesto Lila acercándole su barriga para que escuchara.
Iris se rio de sus amigas. Llamando la atención de estas dos. Quienes intercambiaron miradas, y luego se centraron por completo en ella. Iris sabía que estaba acabada.
—De acuerdo, pregunten. Soy toda oídos —respondió Iris.
Theo la miró fijamente mientras pasaba una mano por su mandíbula, como si estuviera buscando la pregunta perfecta para atacar.
—¿Quién es? ¿Y por qué no nos habías dicho nada de él? —preguntó finalmente, con una mirada acusadora.
Iris tragó saliva y, con un leve suspiro, respondió:
—Su nombre es Hugo Barnard...—Hasta su nombre suena tan fuerte como él —interrumpió Lila, sonriendo de oreja a oreja.
Theo le dio un suave golpe en el brazo, cortando su entusiasmo.
—Déjala continuar. Ya habrá tiempo para alabarlo después —dijo con un tono severo pero divertido.Iris rodó los ojos y continuó:
—Como decía, su nombre es Hugo. Y no les había contado nada porque... bueno, apenas lo conocí hace poco.Lila arqueó una ceja con una expresión incrédula.
—Oh, claro. Apenas lo conoces, pero lo hubieras visto cómo te miraba cuando estabas con Oli…Iris se quedó helada. La forma en que Lila dijo aquello la dejó sin palabras, y por un instante, no supo cómo responder.
—De todas formas, le conozco de hace muy poco —respondió Iris, encogiéndose de hombros como si no fuera gran cosa.
—¿Y cómo se conocieron? —preguntó Theo, inclinándose hacia ella con los ojos entrecerrados—. Porque es más que obvio que no es alguien que encuentras en cualquier lugar. ¿Has visto su coche?
Iris sonrió, recordando su primera impresión al ver el enigmático Maybach negro. Era imposible ignorar su presencia. Incluso podría decir que Hugo y el coche compartían la misma vibra: elegantes, misteriosos, y un poco intimidantes.
—Le conocí por Max —dijo finalmente.
—¿Max? ¿Tu amigo el guapo? —respondió Theo, arqueando una ceja.
—¿Te gusta Max? —gritó Lila, como si hubiera hecho un descubrimiento explosivo.
—¡No me gusta! —reprochó Theo rápidamente, lanzándole una mirada de desaprobación a Lila—. Puedes encontrar a alguien atractivo y no pensar en ellos de manera romántica, ¿sabes?
—Por supuesto —dijo Lila, alzando las manos en un gesto inocente, aunque su tono sarcástico traicionaba su expresión.
—Entonces… ¿ustedes están saliendo? Porque no estoy entendiendo nada —dijo Theo al final, cruzándose de brazos con un gesto de rendición.
Uno de los meseros se acercó a llevarles el menú, dándole a Iris un breve respiro para organizar sus pensamientos. Sabía que tenía que contarles, pero no estaba segura de cómo explicar que había metido a un completo extraño en su apartamento sin sonar completamente imprudente. Sus amigas tomaron los menús y, tras decidirse rápidamente, hicieron sus pedidos. Cuando el mesero se retiró, todas se quedaron en silencio, expectantes.
—Les voy a contar, pero deben prometer que no me van a sermonear. ¿Ok? Prométanlo —dijo Iris, alzando las manos en señal de tregua.
—No prometo nada, pero te escuchamos —respondió Theo, cruzándose de brazos.
Iris tomó una bocanada de aire y soltó la verdad de golpe:
—Está viviendo conmigo.
El silencio fue inmediato, y por un momento, Iris sintió que el tiempo se detenía. Pero, por supuesto, duró solo un instante antes de que Theo rompiera el hielo:
—Y no es nada serio. Lo próximo será que estás esperando un bebé y lo descubriremos cuando lo veamos empujando un cochecito por el parque.
—¡No quería que me juzgaran! —exclamó Iris, sintiéndose culpable por adelantado.
—¿Juzgarte? ¿Por qué lo haríamos, Iris? —respondió Theo, con una mezcla de sarcasmo y diversión—. Si estás enamorada, no hay nada malo en ello. Aunque, mudarse juntos a los días de conocerse no es lo más… normal. Pero hey, no juzgamos.
—¡¿Qué?! ¿Creen que estamos viviendo juntos porque es mi pareja? —dijo Iris, indignada.
—¿Y si no es por eso, entonces por qué? —respondió Theo, arqueando una ceja.
Sus amigas eran todo un caso, siempre sacaban conclusiones apresuradas, pero esta vez, algo de razón tenían. Iris sabía que les estaba explicando la situación con demasiada pausa, dejando espacio para que sus mentes llenaran los vacíos con sus propias ideas. Todo se había desviado, y de repente, un bombillo se encendió en su cabeza. Una idea loca, pero necesaria, tomó forma.
Amaba a sus amigas, pero Lila no sabía retener la información sí misma, y era solo cuestión de tiempo antes de que se lo contara a Oliver. Oliver, que se llevaba de maravilla con el hermano de Iris, y esa era una conexión que ella no quería activar. No, necesitaba mantener el control.
—Bueno, no somos pareja… aún. Pero nos estamos conociendo y viendo cómo va nuestra convivencia —dijo Iris, con una sonrisa nerviosa. Sentía como si las palabras le quemaran la garganta. Odiaba mentir, pero era un mal necesario. Una vez lograra su propósito, estaba segura de que sus amigas lo entenderían.
—Extraña forma de conocerse… —dijo Theo, entrecerrando los ojos mientras la miraba con sospecha.
Iris sabía que engañar a Lila sería fácil, pero Theo era otra historia. Ella siempre había sido más analítica, más desconfiada.
Lila la miró con una mezcla de sorpresa y emoción.
—¿Entonces por qué lo negabas tanto? ¡No es un hombre para esconder, Iris! Tendré que hablar con Max para que me presente a uno de sus amigos —dijo Lila, visiblemente animada.
—Solo quiero mantenerlo privado, porque él es muy reservado. Ya saben cómo son algunas personas —añadió Iris rápidamente, esperando que la excusa fuera suficiente. Sabía que su abuelo, dondequiera que estuviera, probablemente estaría retorciéndose al verla convertida en una mentirosa.
Theo, más tranquila, le dedicó una mirada comprensiva antes de hablar.
—Si así lo quieren, lo respetamos, Iris. Pero nada de secretos. Somos tus amigas, y jamás vamos a juzgarte por algo así —dijo, acercándose para darle un abrazo.
Mientras Theo la abrazaba, Iris sintió una punzada de culpa en el pecho. Jamás les había mentido, y ahora se sentía la peor persona del mundo. Una pequeña risa nerviosa se le escapó sin querer, pero sus amigas no volvieron a cuestionarla.
El resto de la comida transcurrió con tranquilidad. Hablaron de la graduación, de sus planes futuros, y de todas las cosas que siempre las hacían reír. Pero en el fondo, Iris no podía evitar sentirse atrapada por su propia mentira.
Al regresar al apartamento, Iris no podía dejar de pensar en lo que había hecho. Todo se había salido de control, y no podía evitar imaginar cómo reaccionaría Hugo si llegara a enterarse de la mentira que había dicho sobre ellos. Lila y Theo la dejaron en la entrada con un animado "hasta luego", y ella se despidió antes de entrar.
Dejó el vestido aún en su bolsa sobre el sofá y fue directamente a saludar a Bingo, quien dormitaba en su rincón favorito. El apartamento estaba envuelto en un silencio inquietante. ¿Habría llegado ya Hugo? Se acercó a su habitación y notó que la luz estaba apagada y no había señales de movimiento al otro lado de la puerta.
Con un suspiro, Iris se recostó en el sofá, permitiendo que sus pensamientos la invadieran. La mentira que había tejido para sus amigas era un peso que comenzaba a resultarle insoportable. ¿Qué pasaría si Hugo se enojaba y decidía marcharse? La sola idea le aterraba. No podía dejar las cosas así; tenía que decirle la verdad, aunque se sentía como si estuviera caminando hacia su propia ejecución.
Caminó de un lado a otro durante horas, tratando de encontrar las palabras adecuadas. Las frases que ensayaba en su mente sonaban torpes y poco convincentes. Entonces, de repente, una chispa de ingenio la iluminó: Max.
—Buenas noches, Max, ¿estás ocupado? —preguntó Iris con inocencia.
Al fondo se escuchaba un murmullo.
—Estoy en medio de algo, pero adelante. ¿En qué te puedo ayudar?
—¿Sabes cuál es la comida favorita de Hugo? —Después de decir aquello en voz alta, Iris se arrepintió de inmediato.
Del otro lado de la línea hubo un silencio ensordecedor. Max nunca tardaba tanto en responder, pero esta vez parecía tomarse su tiempo. Hasta que finalmente habló:
—Le gusta la comida china —respondió Max finalmente, con un tono pausado, como si estuviera escogiendo cuidadosamente sus palabras.
Iris esperaba que le dijera algo más, pero Max no hizo preguntas.
—Gracias, Max. Luego te explico —dijo antes de colgar.
Después de finalizar la llamada, miró su cocina. A diferencia de Hugo, era pésima para cocinar. Así que buscó un restaurante de comida china cercano que ofreciera servicio a domicilio. Después de hacer el pedido, esperó, rogando que Hugo no llegara antes de que todo estuviera listo.
Mientras esperaba, observó a Bingo, quien estaba recostado moviendo la cola.
—¿Qué opinas de Hugo? —le preguntó a Bingo como si él fuera a responder.
Bingo, ajeno a la conversación, levantó la cabeza, la miró por un segundo y luego siguió moviendo la cola, como si su único interés fuera estar cómodo.
El timbre sonó de repente, anunciando la llegada del pedido. Al abrir la puerta, se encontró con el repartidor, le entregó la propina y tomó el pedido. El chico, muy amable, se ofreció a ayudarle con las bolsas. Después de dejarlas en la cocina lo acompañó hasta la salida. Una vez volvió a entrar, Iris miró las bolsas con detenimiento y comenzó a organizar todo en las vajillas. Se deshizo de las bolsas vacías y puso la mesa con cuidado, asegurándose de que todo estuviera perfecto. Después, se fue a tomar una ducha rápida.
Esperaba que Hugo no llegara muy tarde, ya que la comida podría enfriarse. Después de la ducha, se cambió rápidamente y volvió a la sala. Se miró al espejo, revisando si su labial no se había corrido. Mientras se limpiaba con el dedo, se preguntaba por qué se preocupaba tanto de lucir bien. Aunque la respuesta rondaba en su mente, no quería darle demasiada importancia.
Escuchó cómo la cerradura de la puerta se abría lentamente y salió corriendo a tomar asiento. Una vez acomodada, la puerta se abrió completamente y Hugo entró al apartamento. Sus miradas se encontraron, y luego él desvió la vista hacia la mesa. Estaba repleta de comida china, y se acercó a ella con curiosidad.
—Buenas noches, Iris —dijo Hugo al llegar hasta ella.
—Buenas noches, Hugo —respondió Iris—. He preparado la cena, espero que te guste.
Hugo observó la comida y luego la miró a ella. Iris lo miraba impaciente, esperando que tomara asiento.
—Se ve delicioso —dijo Hugo mientras se sentaba—. ¿Pero no crees que es demasiada comida?
—No sabía qué te gustaba, así que pensé en tener variedad.
—¿Cómo sabías que me gustaba la comida china?
—Tengo mis contactos —respondió Iris con una sonrisa traviesa.
—Adivino… —dijo Hugo, esperando su respuesta—. Max.
Iris sonrió nerviosa y, por un momento, recordó el motivo detrás de aquella magnífica cena. Esperando que esa sonrisa no se esfumara al momento de revelarle la razón. Asintió lentamente, y Hugo, sin darse cuenta de la tensión que se apoderaba de ella, tomó el primer bocado. Iris lo observaba saborear el kimchi, y su impaciencia crecía al no saber cuándo sería el momento adecuado para poner el tema sobre la mesa. Sus manos empezaron a sudar, y Hugo, sin percatarse de su nerviosismo, continúo comiendo.
—Hugo… —murmuró ella, rompiendo el silencio.
—Mmm —respondió Hugo, tomando un poco de agua.
—Tengo que confesarte algo, pero prométeme que dejarás que termine antes de dar tu opinión.
Hugo dejó el cubierto en el plato y centró su atención por completo en Iris. Aquello la hizo sentirse más nerviosa de lo que ya estaba; tenía toda su atención puesta en ella, y su presencia imponente se hacía notar mientras la observaba fijamente. No sabía cómo abordarlo, y su intensa mirada parecía escanearla. El nerviosismo de Iris era evidente, hasta el punto de que se podía percibir a kilómetros de distancia. Hugo se inclinó ligeramente hacia la mesa, acercándose más a ella.
—Sé que puedo parecer intimidante, pero puedes contarme lo que sea, y prometo escuchar. No tienes por qué preocuparte —dijo Hugo, extendiendo su mano y acariciando levemente la suya.
Si pretendía calmarla, con eso lo había empeorado. El roce de sus cálidos dedos la hizo perder la poca confianza que tenía. Tenía ganas de salir corriendo por haberse metido en aquella situación. Pero ya que había comenzado, debía terminar. Reuniendo todo el valor que le quedaba, lo miró a los ojos.
—Les he contado a mis amigas que tenemos una relación, para evitar decirles que estás viviendo conmigo porque necesito el dinero para la reforma del local de mis sueños y así poder abrir mi propio spa. Si les decía que eras un completo desconocido, empezarían a hablar, y todo podría llegar a oídos de mis padres. No quiero que me den un sermón, porque soy adulta y puedo tomar ese tipo de decisiones... y…
—Iris, respira —la interrumpió Hugo.
Hugo la ayudó a inhalar y exhalar hasta que logró componerse. Él la observaba con una expresión seria, y no sabía cómo interpretar esa mirada. Entendía perfectamente si Hugo se levantaba de la silla y recogía sus cosas. Había hablado sin parar, pero se sentía aliviada de haberle contado la verdad, aunque eso significara que su sueño podría verse afectado.
—Lo siento… Entenderé si quieres marcharte, sé que lo que acabo de hacer es una locura —dijo Iris, sintiéndose aún vulnerable.
Hugo seguía en silencio, y sin previo aviso, volvió a tomar su cubierto y dio otro bocado, mientras la observaba, el disfrutaba degustando el kimchi.
—Mmm… esto está delicioso, ¿lo preparaste tú? —preguntó Hugo, desconcertando a Iris con el cambio de tema.
—La verdad, no. Quería sorprenderte.
—Pues lo has logrado, está delicioso —respondió Hugo, limpiándose con la servilleta. Luego miró el plato de Iris, que seguía intacto—. No puedes dejar que se desperdicie, vamos, pruébalo.
Iris lo miró sin hacer nada, mientras Hugo tomaba el cubierto de su plato, cogía un poco de kimchi y lo acercaba a su boca. Iris lo observó con curiosidad, abriendo lentamente la boca para probar el kimchi. Al sentir el sabor en su paladar, no pudo evitar cerrar los ojos ante aquella delicia, dejando escapar un pequeño suspiro. Sin embargo, recordó que Hugo la observaba, y abrió los ojos abruptamente, encontrándose con su mirada fija, examinando cada uno de sus gestos.
—Tienes razón, está delicioso… —comentó Iris.
Hugo tomo la servilleta de la mesa acercándose a ella.
—¿Puedo? —preguntó, sin apartar su mirada de los ojos de Iris, y luego desvió su atención hacia sus labios.
Iris asintió sin poder evitar sentir un nudo en el estómago. Hugo, lentamente, pasó la servilleta por la comisura de sus labios, sujetándole el mentón con una mano mientras con la otra continuaba limpiando suavemente. Iris estaba segura de que él podía escuchar el acelerado latido de su corazón; ese hombre estaba acabando con su cordura. Hugo, al notar su nerviosismo, terminó el gesto y regresó a su lugar.
—Gracias… —dijo Iris, su voz más suave de lo que esperaba.
La cena continuó en silencio, y Hugo no dijo nada más.
Iris terminó de cenar, mientras él acababa con el kimchi y degustaba algunos de los otros platos. Al acabar, Iris guardó los dumplings que sobraron. Hugo la ayudó a limpiar los trastes, todo en completo silencio. Iris no quería agregar nada más, prefería darle su espacio para procesar lo que había dicho. Pero una vez que terminaron de lavar los platos, se sintió agotada.
—Iré a dormir, no tienes por qué responder ahora. Tómate tu tiempo —dijo, antes de salir rápidamente hacia su habitación.
Pero cuando estaba a punto de llegar a su habitación, escuchó los pasos de Hugo acercándose por el pasillo hasta detenerse justo detrás de ella. Sintió su presencia y su respiración, que parecía resonar en el aire. Su mano sostenía el pomo de la puerta cuando, de repente, la de Hugo se posó suavemente sobre la suya. Iris giró lentamente para mirarlo. Conocía aquella mirada; era la misma que había visto en su rostro cuando se quedaron atrapados en el baño. Su rostro comenzó a descender lentamente hacia el suyo, quedando a escasos centímetros de su cara.
Hugo se detuvo, la tensión entre ambos era palpable. Ninguno de los dos se movió. Iris cerró los ojos un momento, intentando calmar su corazón acelerado.
—¿Qué... qué haces, Hugo? —preguntó finalmente, su voz temblorosa, llena de incertidumbre.