Iris sintió el corazón latiéndole tan fuerte que temía que Hugo pudiera escucharlo. Caminaba a su lado, guiada por su mano firme mientras la venda sobre sus ojos la mantenía en un mundo oscuro y expectante.
—Confía en mí —fue lo último que él le había susurrado cuando salieron del auto, con esa serenidad suya que siempre lograba tranquilizarla.
—He confiado en ti desde que atravesaste esa puerta aquel primer día —le había respondido ella, y aún lo sentía grabado en el pecho.
Sintió cómo él se detenía, sus manos posándose sobre sus hombros con una delicadeza que la hizo estremecerse.
—Listo… —dijo Hugo, con un leve susurro junto a su oído—. Puedes mirar.
La venda cayó, y el aire se le quedó atrapado en los pulmones.
Frente a ella, el rooftop estaba transformado en un pequeño paraíso privado: un arco de peonías blancas coronaba la vista, pétalos esparcidos dibujaban un sendero delicado, y decenas de velas titilaban bajo el cielo nocturno de Nueva York, mientras las luces de la ciudad br