Mundo ficciónIniciar sesiónBianca Bellini nunca fue una hija ejemplar. Fiestas, caos, decisiones impulsivas. Siempre supo cómo encender una habitación... y cómo incendiarla si le apetecía. Nadie logró domarla. Nadie supo callarla. Hasta que su propio apellido decidió venderla. Convertida en una moneda de cambio, Bianca es arrastrada a un mundo donde el poder se ejerce en silencio y el peligro viste de traje. Donde una mirada basta para sentenciar. Allí la espera Nikolay Sokolov. Frío como el invierno ruso. Letal sin necesidad de armas. Un hombre acostumbrado al control, al respeto... y al miedo ajeno. Bianca no le interesa. No la desea. Pero ahora, es suya. Lo que debía ser un acuerdo entre familias se transforma en una batalla entre dos naturalezas incompatibles: el silencio de él contra la voz de ella, su disciplina contra su rebeldía, su dominio contra su fuego. Y en medio de esa tensión, algo crece. Algo que ninguno eligió. Algo que, en su mundo, no puede permitirse. Ella no nació para obedecer. Él no nació para ceder. Pero el destino no pregunta.
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Hay palabras que cambian tu vida. "Estás embarazada" es una de ellas. "Tenemos que hablar", también. Pero ninguna sería capaz de sacudirme tanto como: -Te vas a casar. El silencio en la sala fue tan espeso que sentí que se me pegaba a la piel. Mi madre lo dijo como quien anuncia el menú de la cena. Mi padre, con ese tono grave que usaba solo cuando hablaba de negocios. Pero yo no era un negocio. O al menos, no hasta ahora. -¿Perdón? -pregunté, con una ceja arqueada tan alto como mi presión arterial. -Es definitivo, Bianca. Está decidido -insistió él, sin mirarme siquiera a los ojos. Tenía diecinueve años. No era perfecta, ni santa, ni mucho menos dócil. Y eso, al parecer, era suficiente motivo para subastarme como si fuera un pedazo de carne que no supieron cómo domar. -¿Con quién? -escupí, cruzando los brazos como escudo. Mi madre desvió la mirada. Mi padre, no. -Nikolay Sokolov. Hubo un instante en el que pensé que era una broma. El tipo que había escuchado nombrar en susurros, el que tenía la sonrisa más peligrosa del submundo, el líder de la mafia que incluso los monstruos evitaban. -¿Ese Nikolay? -dije, soltando una carcajada sin humor-. ¿Queréis que me case con el diablo? -Te vas a casar con él. Fin de la discusión. Ah, claro. Porque decirme que me casaba con el diablo era el principio... y el fin. Yo no nací para obedecer. Y lo que ellos no sabían -todavía- es que no pensaba convertirme en una esposa dócil. Porque si este matrimonio era una jaula, yo pensaba entrar con gasolina y cerillas. No dormí esa noche. Pasé horas en la azotea, viendo cómo la ciudad seguía respirando, ajena al huracán que se había soltado dentro de mí. Tenía ganas de gritar, de huir, de prender fuego a todo. Y sin embargo, ahí seguía. Con un anillo que ya estaba elegido, un vestido esperando en algún armario y un nombre escrito en tinta indeleble sobre mi destino. Nikolay Sokolov. No lo conocía. No sabía si era frío, cruel, o simplemente otro cabrón con poder. Pero sabía algo con certeza: no me iba a rendir sin pelear. Porque yo era Bianca Bellini. Y me había criado entre serpientes. Aprendí a bailar descalza sobre cristales sin hacer ruido, a sonreír mientras sangraba por dentro. Lo que mis padres nunca entendieron es que una hija criada entre armas también aprende a apuntar. Y puede que me obligaran a casarme con un monstruo. Pero el monstruo también tendría que aprender a lidiar conmigo. Al día siguiente, en la habitación que me habían otorgado para cambiarme, la puerta sonó tres veces. Fuerte. Precisa. Como si no fuera una puerta, sino una guerra a la que se presentaba. -Está aquí -dijo mi madre, entrando a la habitación-. Nicolay quiere conocerte. "Conocerte". Como si fuéramos adolescentes en una cita de instituto. Respiré hondo. Me miré al espejo. Vestido Blanco, pelo recogido y una mirada afilada como una navaja. Perfecta. Para pelear o para firmar mi sentencia. Salí al pasillo. Y entonces lo vi. Nikolay Sokolov no era lo que esperaba. Era peor. Alto, de traje negro, con una postura tan firme como su mirada helada. Tenía cicatrices que no se veían, pero se sentían. Y una sonrisa que no significaba paz, sino amenaza. Sus ojos se clavaron en los míos como si pudiera ver más de lo que decía. -Así que tú eres la chica que no quiere obedecer -dijo, sin extender la mano. -Y tú debes ser el hombre que cree que puede mandar sobre mí -respondí, alzando el mentón. Su sonrisa se torció levemente. -Perfecto -murmuró, como si acabara de ganar una apuesta. No bajé la mirada. Si ese hombre pensaba que iba a intimidarme con su aura de hielo y su voz grave, aún no sabía con quién se enfrentaba. -¿Tienes algo que decirme? -preguntó Nikolay, con las manos en los bolsillos del abrigo, como si todo aquello le aburriera un poco. -Depende -dije, cruzando los brazos-. ¿Importa? -No -respondió sin pestañear. Mi mandíbula se tensó. No era solo la frialdad. Era la certeza de que, en su mundo, mis palabras no valían más que un suspiro entre disparos. Mi padre apareció detrás de él, aliviado de verme allí, vestida como quería, lista para cumplir. Le faltó aplaudir. -Les dejaremos solos unos minutos -dijo, señalando a mi madre para que se retirara con él. La puerta se cerró. Y el silencio se hizo espeso otra vez, pero no como antes. Este era distinto. Cargado. Explosivo. Nikolay avanzó un paso, sin mirarme con deseo, ni con asco. Me miró como si ya supiera todo de mí. -¿Cuánto sabes sobre mí, Bianca Bellini? -Lo justo para querer mantenerme lejos. -Y aun así, aquí estás -susurró, como si ese detalle le divirtiera. Me tensé, porque tenía razón. Estaba allí. No porque quisiera, sino porque mis opciones eran un lujo que me arrebataron con una frase. Te vas a casar. -No voy a fingir que esto me hace feliz -dije-. Pero tampoco voy a suplicar. Nikolay ladeó la cabeza, como quien evalúa una obra inacabada. -No quiero una esposa sumisa -dijo por fin-. Quiero lealtad, quiero silencio cuando sea necesario, y que no me estorbes. -Tranquilo, no tenía pensado cocinarte desayunos ni preguntarte cómo fue tu día. Una chispa cruzó sus ojos. No sé si fue rabia o diversión. Pero estaba claro que no estaba acostumbrado a que le respondieran así. -¿Y qué esperas tú, Bianca? -Poder respirar sin que me controles cada paso. -Respirar, puedes -susurró-. Lo demás... lo iremos negociando. Mi corazón se aceleró, pero no por miedo. Era otra cosa. Algo parecido al veneno que uno aprende a beber para volverse inmune. -Perfecto. Entonces no esperes que te obedezca. -Y tú no esperes que me ablande. Nos miramos en silencio. Dos líneas rectas destinadas a chocar. Y aunque no lo decía en voz alta, sabía que ese momento era el verdadero inicio. No el compromiso. No la boda. Este primer duelo de miradas. Caminé por el pasillo sin girarme. Y no fue hasta que cerré la puerta de la habitación que exhalé el aire contenido. La guerra estaba declarada. Solo que, esta vez, iba a librarse en pasillos alfombrados, entre copas de cristal y silencios venenosos. Y yo no pensaba perder. Cuando la puerta de mi habitación se cerró, la guerra ya estaba declarada. No con gritos ni con sangre, sino con silencios que dolían más que un disparo limpio. Había visto a Nikolay Sokolov por primera vez y supe que lo nuestro sería eso: un campo de batalla disfrazado de matrimonio. Un rato más tarde me encontré caminando por el pasillo con el vestido rozándome las piernas como una advertencia. Era elegante, perfecto, blanco como una mentira bien contada. En mis tacones resonaban los pasos de una víctima que no iba a morir sin pelear. Las puertas del salón principal estaban abiertas. Flores, luces tenues, música de cuerdas. Todo era precioso. Falso. Mi madre me esperaba al pie de la escalera, retocando un pendiente invisible. No dijo nada. Ni yo. Nos habíamos quedado sin palabras desde que decidió venderme. Mi padre apareció junto a ella. Me ofreció el brazo. No para acompañarme. Para asegurarse de que no saldría corriendo. -Sonríe -murmuró. Asentí con una curva de labios que no llegó a mis ojos. Cada paso hacia el altar era una renuncia. A mi libertad, a mis planes, a mi orgullo. Pero no a mí. Nunca a mí. Y entonces lo vi. Nikolay de pie, esperándome, vestido de negro como si asistiera a un funeral. El nuestro. No parecía nervioso. Ni feliz. Ni nada. Era una estatua tallada en hielo. Solo sus ojos tenían vida. Y estaban clavados en mí. Cuando llegué a su lado, no extendió la mano. Solo me observó como si ya supiera lo que haría antes de que lo hiciera. -Llegas tarde -murmuró, apenas audible. -No había prisa por firmar mi condena. El oficiante carraspeó. El salón enmudeció. Las palabras "prometo" y "acepto" se deslizaron por nuestros labios sin alma. Lo justo para dejar todo legal. Nada que sellara un destino con amor. Cuando el hombre anunció que éramos marido y mujer, no hubo aplausos cálidos ni lágrimas felices. Solo miradas cómplices entre mafiosos y enemigos vestidos de gala. Y Nikolay, que inclinó el rostro hacia el mío, como si fuera a besarme. Pero no lo hizo. -Todavía no te has ganado eso -susurró, rozándome la mejilla con los labios sin llegar a besarla. Sentí un escalofrío. No de deseo. De advertencia. Yo no era suya. Y él, definitivamente, no era mío. Pero a partir de hoy, nuestras vidas estaban unidas. Por conveniencia. Por sangre. Por una guerra que todavía no sabíamos cómo iba a estallar. Y en el fondo, lo supe con total certeza. Esto no era un final. Era el primer disparo.Narrado por Bianca-4 Años más tarde- Hoy cumplió cuatro años.Corre por la casa como si el suelo no existiera y todo fuera aire. Tiene los ojos de su padre, el sarcasmo de Viktor, la paciencia… bueno, de alguien que claramente no soy yo. Frunce el ceño igual que Lara, ordena los juguetes por tamaño como hace Pavel con sus libros, y contesta con ironía cuando algo no le cuadra. Lo educamos entre todos. Es imposible que no se le pegara algo de cada uno.Se llama Luca.Eligió su propio nombre. Bueno, no literalmente, pero lo supimos apenas lo dijimos en voz alta. Era él.Nikolay lo mira como si aún no pudiera creer que existe. A veces lo toma en brazos y le habla en ruso, despacio, bajito. Son cosas que yo no entiendo, pero Luca escucha como si su papá le estuviera contando los secretos del universo. Como si no cupiera duda de que él puede con todo.Viktor desayuna con él cada mañana. Siempre malhumorado, siempre exagerando, pero nunca falta. Le cocina cosas imposibles “para desarrolla
No hay ruido más poderoso que el de una puerta al abrirse cuando pensabas que nadie volvería a cruzarla.Nadie dijo nada cuando entramos. El tiempo se detuvo. Fue como si todo el aire de la casa se contuviera, expectante.Lara fue la primera en verlo.La bandeja que llevaba en las manos cayó al suelo, y el estruendo del metal contra las baldosas me sacudió el pecho. Se quedó ahí, inmóvil, con la boca entreabierta, como si no pudiera creer lo que sus ojos veían.—¿Nikolay? —dijo, en un susurro.Él no respondió solo la miró, pero no con culpa, con cansancio. Con todo el peso de los días en los que respiró sin saber si volvería a hacerlo entre nosotros.Lara fue hacia él. Lo abrazó. Y luego, como buena "hermana adoptiva", le dio un golpe en el pecho.—Idiota —murmuró, con lágrimas en los ojos.Pavel apareció detrás, más pálido de lo normal, sin decir una palabra. Caminó hasta él, lo rodeó con los brazos y lo sostuvo por unos segundos. Fue silencioso, breve y brutalmente honesto.Viktor t
Narrado por BiancaEl silencio aquí es distinto. No es tenso, ni cargado. Es… limpio y suave. El tipo de silencio que parece querer envolverte en vez de asfixiarte.A veces lo odio.Tavira es bonita. Pequeña y cálida. El tipo de lugar donde nadie hace demasiadas preguntas, donde las tardes se estiran como si tuvieran pereza de acabarse, y donde el mar parece decirte que todo va a estar bien… incluso cuando sabes que no lo está.Llevamos un mes aquí. Un mes desde que llegaron los pasaportes, las llaves del coche, los documentos, las nuevas identidades.Un mes desde que Nikolay no volvió.No hubo carta, no hubo llamada ni tampoco hubo cuerpo.Solo la entrega puntual de lo prometido… y un silencio que pesa más que cualquier balazo.---La casa es blanca, de una sola planta, con ventanas azules que dan al mar y una terraza amplia donde Lara insiste en poner flores que no sobrevivirán al viento salado.Viktor duerme en la habitación más alejada, dice que es para "no molestar al bebé con su
Narrado por NikolayNunca fui de los que miran atrás. No porque no me importara lo que dejaba, sino porque aprendí que la nostalgia es un lujo que los hombres como yo no pueden permitirse.Pero esta vez, mientras el coche se alejaba del terreno que protegía mi casa —nuestra casa—, no pude evitar mirar por el espejo retrovisor.Ni una silueta, ni una luz encendida. Solo la oscuridad y el eco de la promesa que dejé escrita sobre la almohada de la única mujer que ha logrado desmontarme sin tocarme el arma.Confía en mí. Vuelvo pronto.Una mentira piadosa. Una esperanza brutal.---La ciudad a la que llegué era tan anónima como lo pedía el protocolo. Aeropuerto privado, coche alquilado a nombre de un muerto con documentos impecables, un hotel sin cámaras, sin recepcionista, sin preguntas.Me esperaban en una habitación del séptimo piso. Dos hombres armados, rostros cubiertos por la sombra, y un tercero que no necesitaba presentación.Andrei Lebedev.El tipo que solía limpiar los rastros q
—¿Sabes que podrías vivir con cinco camisetas? —pregunté, viendo a Viktor sacar otra montaña de ropa del armario.—No si quiero seguir siendo el más atractivo del grupo —respondió, sin vergüenza.—Nadie compite por ese puesto —murmuró Lara, pasando con una cesta de ropa limpia.—Ouch.La casa bullía con vida. Era uno de esos días en los que el sol entraba por las ventanas y todo parecía… bien. Hasta los perros callejeros que a veces se colaban en el jardín parecían felices. Yo también lo estaba, o al menos, lo intentaba.Pero algo en Nikolay no lo estaba. Lo vi en su forma de caminar, en los silencios más largos de lo normal, en cómo hojeaba los documentos sin realmente leerlos.Y lo confirmé cuando lo vi en el patio hablando con un hombre que no conocía.Estaba de traje. No uno cualquiera, sino uno que no encajaba con el entorno rural. Y aunque su postura era relajada, su mirada era demasiado aguda para pasar por simple curiosidad.Cuando me acerqué, Nikolay ya lo despedía con un apr
4 meses más tarde—Ese es demasiado rosa —dije, señalando el body con volantes que Lara sostenía como si fuera una obra de arte.—¡Pero es adorable! —replicó, indignada—. Tiene orejitas.—Justamente, ¿Orejitas? No estamos comprando un disfraz de conejo, Lara.—Bianca, esto es ropa de bebé. No hay forma digna de salir de esta tienda —suspiró, colgando la prenda de vuelta mientras yo reía.Llevábamos media hora dando vueltas por aquella boutique pequeña del pueblo, una de esas con decoración minimalista, música suave y precios que daban miedo. Pero el sol entraba por el escaparate con esa calidez de primavera y, por una vez, no nos sentíamos fuera de lugar.Yo no sabía si estaba eligiendo ropa o buscando algo que me hiciera sentir preparada. Nada parecía suficiente, todo me parecía demasiado frágil.—¿Y este? —preguntó Lara, mostrándome un conjunto blanco con dibujos de osos diminutos.Lo tomé entre las manos. Era suave, pequeño, real.—Sí… este sí.Ella sonrió, satisfecha, y seguimos r
Último capítulo