Bianca Bellini nunca fue una hija ejemplar. Fiestas, caos, decisiones impulsivas. Siempre supo cómo encender una habitación... y cómo incendiarla si le apetecía. Nadie logró domarla. Nadie supo callarla. Hasta que su propio apellido decidió venderla. Convertida en una moneda de cambio, Bianca es arrastrada a un mundo donde el poder se ejerce en silencio y el peligro viste de traje. Donde una mirada basta para sentenciar. Allí la espera Nikolay Sokolov. Frío como el invierno ruso. Letal sin necesidad de armas. Un hombre acostumbrado al control, al respeto... y al miedo ajeno. Bianca no le interesa. No la desea. Pero ahora, es suya. Lo que debía ser un acuerdo entre familias se transforma en una batalla entre dos naturalezas incompatibles: el silencio de él contra la voz de ella, su disciplina contra su rebeldía, su dominio contra su fuego. Y en medio de esa tensión, algo crece. Algo que ninguno eligió. Algo que, en su mundo, no puede permitirse. Ella no nació para obedecer. Él no nació para ceder. Pero el destino no pregunta.
Leer másUn mes. Treinta días exactos desde que crucé esa puerta convertida en esposa de Nikolay Sokolov. Treinta días de órdenes susurradas con voz de hielo, de notas escritas con letra impasible, de normas absurdas disfrazadas de rutina. Y de mi parte, treinta días de desafíos calculados, miradas que sabían lo que hacían y una sonrisa siempre dispuesta a provocar.La guerra nunca se declaró. Pero tampoco se detuvo.Esa mañana, Lara entró en la habitación con una bandeja de desayuno. Yo estaba sentada en el alféizar de la ventana, con Zar en mi regazo y los pies descalzos apoyados sobre la madera fría.-¿Dormiste bien? -preguntó ella con su voz suave, como si temiera que las paredes escucharan.-¿Se puede dormir bien en un palacio con barrotes invisibles? -respondí sin mirarla, acariciando la cabeza de Zar.Lara sonrió con discreción. La conocía lo suficiente para saber que eso, viniendo de ella, era casi una carcajada.-Hoy parece tranquilo. No ha dado órdenes nuevas. -Dejó la bandeja en la
Al día siguiente me colé en la cocina, robé un bote de helado y me lo comí en el suelo del pasillo frente a la biblioteca. Zar se acurrucó a mi lado y por primera vez en días, me sentí... no en paz, pero menos sola.Cuando volví a la habitación, otra nota me esperaba:"La sala de música no es un juguete."Debajo, otra línea más pequeña, escrita con otra letra. Más brusca."Guarda algo de fuego para la gala."Sonreí.Nikolay Sokolov no era un hombre fácil de leer. Pero empezaba a notar que tampoco era fácil de esquivar. La guerra seguía su curso.Pero el campo de batalla estaba cambiando.Esa tarde me dediqué a recorrer de nuevo la casa, pero esta vez con otros ojos. Ya no buscaba solamente los puntos débiles de la vigilancia o nuevas formas de irritar a Nikolay. Esta vez... lo hacía para entender en qué mundo había aterrizado.Cada rincón parecía ocultar una historia que nadie se atrevía a contar. Las alfombras eran persas, las lámparas, de cristal tallado, y los cuadros... había uno
BiancaNikolay no tardó en dejar claro que yo era bienvenida en su casa, pero no en su mundo.A la mañana siguiente, encontré una hoja impresa en mi mesilla. Reglas. Como si estuviera en un internado de élite. Horarios para las comidas, zonas prohibidas de la casa, normas de vestimenta si había visitas, protocolos en caso de emergencia —¿emergencia como qué, una redada o una ejecución pública?—, y por supuesto, un recordatorio final en negrita: “No se tolerarán provocaciones innecesarias.”Lo leí con el ceño arqueado, sentada aún en la cama, mientras el sol se colaba por la ventana con un descaro que no coincidía con el tono de aquel documento.¿Provocaciones innecesarias? Todo en mí era una provocación, y nada de lo que hacía era innecesario.Me vestí con calma, elegí una camiseta con la frase “Demasiado libre para obedecer” y un par de vaqueros rotos que seguramente no entraban en su código de etiqueta, y salí a explorar lo que ahora —al menos en papel— era mi hogar.La cocina estab
BiancaRecogí mis cosas sin decir una sola palabra. Cada camisa, cada libro, cada cosmético lanzado dentro de la maleta era un golpe contenido. Mi madre revoloteaba alrededor como si estuviéramos preparando un viaje a la Toscana, no enviándome a vivir con un hombre que no conocía y que, probablemente, sabía disparar mejor que sonreír.—No olvides los tacones negros. Son elegantes —dijo mientras doblaba una blusa que yo habría preferido quemar.—¿Elegantes para la cena o para mi ejecución? —murmuré.Ella hizo como que no me escuchaba, porque enfrentar mi sarcasmo era aceptar que me estaban vendiendo, o cediendo, o lo que fuera que hiciera la alta sociedad cuando pactaba con mafiosos.Subí al coche sin despedirme. Mi padre ni siquiera estaba en casa. Supuse que firmar mi sentencia había sido suficiente presencia paternalesca por un día.El trayecto fue silencioso. Al llegar, la mansión Sokolov se alzaba como una fortaleza: fría, imponente, con rejas negras y cámaras que me seguían como
BiancaHay palabras que cambian tu vida. "Estás embarazada" es una de ellas. "Tenemos que hablar", también. Pero ninguna sería capaz de sacudirme tanto como: -Te vas a casar.El silencio en la sala fue tan espeso que sentí que se me pegaba a la piel.Mi madre lo dijo como quien anuncia el menú de la cena. Mi padre, con ese tono grave que usaba solo cuando hablaba de negocios. Pero yo no era un negocio. O al menos, no hasta ahora.-¿Perdón? -pregunté, con una ceja arqueada tan alto como mi presión arterial.-Es definitivo, Bianca. Está decidido -insistió él, sin mirarme siquiera a los ojos.Tenía diecinueve años. No era perfecta, ni santa, ni mucho menos dócil.Y eso, al parecer, era suficiente motivo para subastarme como si fuera un pedazo de carne que no supieron cómo domar.-¿Con quién? -escupí, cruzando los brazos como escudo.Mi madre desvió la mirada. Mi padre, no.-Nikolay Sokolov.Hubo un instante en el que pensé que era una broma. El tipo que había escuchado nombrar en susur
Último capítulo