BiancaNikolay no tardó en dejar claro que yo era bienvenida en su casa, pero no en su mundo.A la mañana siguiente, encontré una hoja impresa en mi mesilla. Reglas. Como si estuviera en un internado de élite. Horarios para las comidas, zonas prohibidas de la casa, normas de vestimenta si había visitas, protocolos en caso de emergencia —¿emergencia como qué, una redada o una ejecución pública?—, y por supuesto, un recordatorio final en negrita: “No se tolerarán provocaciones innecesarias.”Lo leí con el ceño arqueado, sentada aún en la cama, mientras el sol se colaba por la ventana con un descaro que no coincidía con el tono de aquel documento.¿Provocaciones innecesarias? Todo en mí era una provocación, y nada de lo que hacía era innecesario.Me vestí con calma, elegí una camiseta con la frase “Demasiado libre para obedecer” y un par de vaqueros rotos que seguramente no entraban en su código de etiqueta, y salí a explorar lo que ahora —al menos en papel— era mi hogar.La cocina estab
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