—¿Sabes que podrías vivir con cinco camisetas? —pregunté, viendo a Viktor sacar otra montaña de ropa del armario.
—No si quiero seguir siendo el más atractivo del grupo —respondió, sin vergüenza.
—Nadie compite por ese puesto —murmuró Lara, pasando con una cesta de ropa limpia.
—Ouch.
La casa bullía con vida. Era uno de esos días en los que el sol entraba por las ventanas y todo parecía… bien. Hasta los perros callejeros que a veces se colaban en el jardín parecían felices. Yo también lo estaba, o al menos, lo intentaba.
Pero algo en Nikolay no lo estaba. Lo vi en su forma de caminar, en los silencios más largos de lo normal, en cómo hojeaba los documentos sin realmente leerlos.
Y lo confirmé cuando lo vi en el patio hablando con un hombre que no conocía.
Estaba de traje. No uno cualquiera, sino uno que no encajaba con el entorno rural. Y aunque su postura era relajada, su mirada era demasiado aguda para pasar por simple curiosidad.
Cuando me acerqué, Nikolay ya lo despedía con un apr