Entre el poder y el caos
Entre el poder y el caos
Por: Mariela
CAPITULO 1

Bianca

Hay palabras que cambian tu vida. "Estás embarazada" es una de ellas.

"Tenemos que hablar", también.

Pero ninguna sería capaz de sacudirme tanto como: -Te vas a casar.

El silencio en la sala fue tan espeso que sentí que se me pegaba a la piel.

Mi madre lo dijo como quien anuncia el menú de la cena. Mi padre, con ese tono grave que usaba solo cuando hablaba de negocios. Pero yo no era un negocio. O al menos, no hasta ahora.

-¿Perdón? -pregunté, con una ceja arqueada tan alto como mi presión arterial.

-Es definitivo, Bianca. Está decidido -insistió él, sin mirarme siquiera a los ojos.

Tenía diecinueve años. No era perfecta, ni santa, ni mucho menos dócil.

Y eso, al parecer, era suficiente motivo para subastarme como si fuera un pedazo de carne que no supieron cómo domar.

-¿Con quién? -escupí, cruzando los brazos como escudo.

Mi madre desvió la mirada. Mi padre, no.

-Nikolay Sokolov.

Hubo un instante en el que pensé que era una broma. El tipo que había escuchado nombrar en susurros, el que tenía la sonrisa más peligrosa del submundo, el líder de la mafia que incluso los monstruos evitaban.

-¿Ese Nikolay? -dije, soltando una carcajada sin humor-. ¿Queréis que me case con el diablo?

-Te vas a casar con él. Fin de la discusión.

Ah, claro. Porque decirme que me casaba con el diablo era el principio... y el fin.

Yo no nací para obedecer. Y lo que ellos no sabían -todavía- es que no pensaba convertirme en una esposa dócil. Porque si este matrimonio era una jaula, yo pensaba entrar con gasolina y cerillas.

No dormí esa noche.

Pasé horas en la azotea, viendo cómo la ciudad seguía respirando, ajena al huracán que se había soltado dentro de mí. Tenía ganas de gritar, de huir, de prender fuego a todo.

Y sin embargo, ahí seguía.

Con un anillo que ya estaba elegido, un vestido esperando en algún armario y un nombre escrito en tinta indeleble sobre mi destino.

Nikolay Sokolov.

No lo conocía. No sabía si era frío, cruel, o simplemente otro cabrón con poder. Pero sabía algo con certeza: no me iba a rendir sin pelear.

Porque yo era Bianca Bellini. Y me había criado entre serpientes. Aprendí a bailar descalza sobre cristales sin hacer ruido, a sonreír mientras sangraba por dentro.

Lo que mis padres nunca entendieron es que una hija criada entre armas también aprende a apuntar.

Y puede que me obligaran a casarme con un monstruo.

Pero el monstruo también tendría que aprender a lidiar conmigo.

Al día siguiente, en la habitación que me habían otorgado para cambiarme, la puerta sonó tres veces. Fuerte. Precisa. Como si no fuera una puerta, sino una guerra a la que se presentaba.

-Está aquí -dijo mi madre, entrando a la habitación-. Nicolay quiere conocerte.

"Conocerte". Como si fuéramos adolescentes en una cita de instituto.

Respiré hondo. Me miré al espejo.

Vestido Blanco, pelo recogido y una mirada afilada como una navaja.

Perfecta.

Para pelear o para firmar mi sentencia.

Salí al pasillo. Y entonces lo vi.

Nikolay Sokolov no era lo que esperaba.

Era peor.

Alto, de traje negro, con una postura tan firme como su mirada helada. Tenía cicatrices que no se veían, pero se sentían. Y una sonrisa que no significaba paz, sino amenaza.

Sus ojos se clavaron en los míos como si pudiera ver más de lo que decía.

-Así que tú eres la chica que no quiere obedecer -dijo, sin extender la mano.

-Y tú debes ser el hombre que cree que puede mandar sobre mí -respondí, alzando el mentón.

Su sonrisa se torció levemente.

-Perfecto -murmuró, como si acabara de ganar una apuesta.

No bajé la mirada.

Si ese hombre pensaba que iba a intimidarme con su aura de hielo y su voz grave, aún no sabía con quién se enfrentaba.

-¿Tienes algo que decirme? -preguntó Nikolay, con las manos en los bolsillos del abrigo, como si todo aquello le aburriera un poco.

-Depende -dije, cruzando los brazos-. ¿Importa?

-No -respondió sin pestañear.

Mi mandíbula se tensó. No era solo la frialdad. Era la certeza de que, en su mundo, mis palabras no valían más que un suspiro entre disparos.

Mi padre apareció detrás de él, aliviado de verme allí, vestida como quería, lista para cumplir. Le faltó aplaudir.

-Les dejaremos solos unos minutos -dijo, señalando a mi madre para que se retirara con él.

La puerta se cerró. Y el silencio se hizo espeso otra vez, pero no como antes. Este era distinto.

Cargado.

Explosivo.

Nikolay avanzó un paso, sin mirarme con deseo, ni con asco. Me miró como si ya supiera todo de mí.

-¿Cuánto sabes sobre mí, Bianca Bellini?

-Lo justo para querer mantenerme lejos.

-Y aun así, aquí estás -susurró, como si ese detalle le divirtiera.

Me tensé, porque tenía razón. Estaba allí. No porque quisiera, sino porque mis opciones eran un lujo que me arrebataron con una frase. Te vas a casar.

-No voy a fingir que esto me hace feliz -dije-. Pero tampoco voy a suplicar.

Nikolay ladeó la cabeza, como quien evalúa una obra inacabada.

-No quiero una esposa sumisa -dijo por fin-. Quiero lealtad, quiero silencio cuando sea necesario, y que no me estorbes.

-Tranquilo, no tenía pensado cocinarte desayunos ni preguntarte cómo fue tu día.

Una chispa cruzó sus ojos. No sé si fue rabia o diversión. Pero estaba claro que no estaba acostumbrado a que le respondieran así.

-¿Y qué esperas tú, Bianca?

-Poder respirar sin que me controles cada paso.

-Respirar, puedes -susurró-. Lo demás... lo iremos negociando.

Mi corazón se aceleró, pero no por miedo.

Era otra cosa.

Algo parecido al veneno que uno aprende a beber para volverse inmune.

-Perfecto. Entonces no esperes que te obedezca.

-Y tú no esperes que me ablande.

Nos miramos en silencio. Dos líneas rectas destinadas a chocar.

Y aunque no lo decía en voz alta, sabía que ese momento era el verdadero inicio. No el compromiso. No la boda.

Este primer duelo de miradas.

Caminé por el pasillo sin girarme.

Y no fue hasta que cerré la puerta de la habitación que exhalé el aire contenido.

La guerra estaba declarada.

Solo que, esta vez, iba a librarse en pasillos alfombrados, entre copas de cristal y silencios venenosos.

Y yo no pensaba perder.

Cuando la puerta de mi habitación se cerró, la guerra ya estaba declarada. No con gritos ni con sangre, sino con silencios que dolían más que un disparo limpio. Había visto a Nikolay Sokolov por primera vez y supe que lo nuestro sería eso: un campo de batalla disfrazado de matrimonio.

Un rato más tarde me encontré caminando por el pasillo con el vestido rozándome las piernas como una advertencia. Era elegante, perfecto, blanco como una mentira bien contada. En mis tacones resonaban los pasos de una víctima que no iba a morir sin pelear.

Las puertas del salón principal estaban abiertas. Flores, luces tenues, música de cuerdas. Todo era precioso. Falso.

Mi madre me esperaba al pie de la escalera, retocando un pendiente invisible. No dijo nada. Ni yo. Nos habíamos quedado sin palabras desde que decidió venderme.

Mi padre apareció junto a ella. Me ofreció el brazo. No para acompañarme. Para asegurarse de que no saldría corriendo.

-Sonríe -murmuró.

Asentí con una curva de labios que no llegó a mis ojos.

Cada paso hacia el altar era una renuncia. A mi libertad, a mis planes, a mi orgullo. Pero no a mí. Nunca a mí.

Y entonces lo vi.

Nikolay de pie, esperándome, vestido de negro como si asistiera a un funeral. El nuestro.

No parecía nervioso. Ni feliz. Ni nada. Era una estatua tallada en hielo. Solo sus ojos tenían vida. Y estaban clavados en mí.

Cuando llegué a su lado, no extendió la mano. Solo me observó como si ya supiera lo que haría antes de que lo hiciera.

-Llegas tarde -murmuró, apenas audible.

-No había prisa por firmar mi condena.

El oficiante carraspeó. El salón enmudeció.

Las palabras "prometo" y "acepto" se deslizaron por nuestros labios sin alma. Lo justo para dejar todo legal. Nada que sellara un destino con amor.

Cuando el hombre anunció que éramos marido y mujer, no hubo aplausos cálidos ni lágrimas felices.

Solo miradas cómplices entre mafiosos y enemigos vestidos de gala.

Y Nikolay, que inclinó el rostro hacia el mío, como si fuera a besarme.

Pero no lo hizo.

-Todavía no te has ganado eso -susurró, rozándome la mejilla con los labios sin llegar a besarla.

Sentí un escalofrío. No de deseo. De advertencia.

Yo no era suya.

Y él, definitivamente, no era mío.

Pero a partir de hoy, nuestras vidas estaban unidas. Por conveniencia. Por sangre. Por una guerra que todavía no sabíamos cómo iba a estallar.

Y en el fondo, lo supe con total certeza.

Esto no era un final.

Era el primer disparo.

Continue lendo este livro gratuitamente
Digitalize o código para baixar o App
capítulo anteriorpróximo capítulo
Explore e leia boas novelas gratuitamente
Acesso gratuito a um vasto número de boas novelas no aplicativo BueNovela. Baixe os livros que você gosta e leia em qualquer lugar e a qualquer hora.
Leia livros gratuitamente no aplicativo
Digitalize o código para ler no App