No hay ruido más poderoso que el de una puerta al abrirse cuando pensabas que nadie volvería a cruzarla.
Nadie dijo nada cuando entramos. El tiempo se detuvo. Fue como si todo el aire de la casa se contuviera, expectante.
Lara fue la primera en verlo.
La bandeja que llevaba en las manos cayó al suelo, y el estruendo del metal contra las baldosas me sacudió el pecho. Se quedó ahí, inmóvil, con la boca entreabierta, como si no pudiera creer lo que sus ojos veían.
—¿Nikolay? —dijo, en un susurro.
Él no respondió solo la miró, pero no con culpa, con cansancio. Con todo el peso de los días en los que respiró sin saber si volvería a hacerlo entre nosotros.
Lara fue hacia él. Lo abrazó. Y luego, como buena "hermana adoptiva", le dio un golpe en el pecho.
—Idiota —murmuró, con lágrimas en los ojos.
Pavel apareció detrás, más pálido de lo normal, sin decir una palabra. Caminó hasta él, lo rodeó con los brazos y lo sostuvo por unos segundos. Fue silencioso, breve y brutalmente honesto.
Viktor t