El verano estaba llegando. Lo sabía por el sol más alto, por el calor que se filtraba a través de los ventanales de la casa como un invasor sutil, y por el simple hecho de que ya no tenía qué ponerme que no me asfixiara.
Claro, podría haber pedido ropa a domicilio. Una llamada, una asistente y asunto resuelto. Pero esa mañana desperté con la necesidad de ver mundo. Aunque fuera un centro comercial. Aunque fuera con él.
-¿Estás ocupada esta tarde? -preguntó Nikolay mientras hojeaba un informe en el despacho, sin siquiera mirarme.
-No. ¿Vas a pedirme que mate a alguien o que me quede encerrada en casa otra vez?
Alzó una ceja con ese gesto tan suyo, esa forma de elevar el poder con un simple músculo.
-Pensaba llevarte de compras -dijo con calma-. He notado que tu ropa no es... apropiada para la estación.
-¿Y eso qué importa? No sales conmigo, ¿recuerdas?
-Precisamente por eso. Al menos que no parezcas una prisionera -dijo sin apartar los ojos del papel-. Aunque lo seas.
No supe si lo últ