Desperté con la sensación de que algo había cambiado. No sabía exactamente qué, pero el aire en la habitación se sentía más denso, como si las paredes hubieran presenciado algo que yo había olvidado. Pero no había olvidado nada. Recordaba perfectamente el beso. El calor de los labios de Matías. El cosquilleo en la espalda cuando me sujetó del brazo. Y, sobre todo, recordaba su pregunta: "¿Por qué me seguiste el beso si estás casada?"
Me vestí sin prisa. Escogí una camiseta sencilla y un pantalón de lino blanco. Esperaba encontrarme con la furia de Nikolay. Portazos. Gritos. Quizás una discusión tétrica en algún rincón de la casa.
Pero cuando bajé, todo estaba extrañamente en calma.
En la cocina, Natalia (la nueva asistente que había sustituido a Lara) me sirvió el desayuno como si nada hubiera pasado.
—Él está en el despacho —dijo con un tono neutro.
—¿Y tú sabes algo que yo no? —pregunté, observándola de reojo.
Ella no respondió. Solo se limitó a seguir ordenando los cubiertos.
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