Mundo ficciónIniciar sesiónEl idilio de Senay se rompe en dos líneas rosas. Abandonada y acorralada por la tradición, sella un pacto de mentira con Horus Arslan, el hermano rebelde de su traidor. Su matrimonio es una fría estrategia de poder. Cuando Ahmed la ve de la mano de Horus, el arrepentimiento lo golpea como una traición doble. Ha perdido a su amor y ha armado a su rival. El compromiso falso es el faro que atrae la envidia letal de su imperio familiar. Unidos en la farsa y la supervivencia, deberán luchar contra el odio externo y la frialdad interna. ¿Podrá un amor genuino nacer en el fuego cruzado, antes de que el rencor de Ahmed incendie toda la verdad?
Leer másAnhelos y tradiciones.
Una prueba de embarazo blanca, inofensiva en el lavamanos, iba a decidir la vida de Senay. La hermosa joven de ojos miel y piel trigueña estaba sentada en el frío suelo del baño, temblando de miedo. Susurraba una oración desesperada en árabe, pidiendo a Alá que el resultado fuera aceptado por su familia.
En el fondo, Senay sentía un pequeño deseo de ser madre, pero el recuerdo de su padre lo apagaba al instante. Cerró los ojos y revivió el momento de su despedida.
—Hija mía, has sido increíble —le había dicho su padre, con una lágrima que parecía falsa, justo antes de enviarla lejos por insistencia de su nueva esposa—. Pórtate bien y vuelve. Recuerda que te queremos. Tu madre desde el cielo, y yo desde casa.
El ritual terminó con un beso de él en su frente y ella besando su mano en señal de respeto, prometiendo ser leal y cumplir con las expectativas familiares.
En contraste, la imagen de su novio, Ahmed, la llenó de dulzura y esperanza. Sus palabras de amor incondicional y sus sueños compartidos le prometían un futuro perfecto.
Esta mezcla de emociones se rompió cuando la alarma del móvil sonó: la prueba estaba lista.
Con las piernas débiles, se levantó lentamente y caminó hacia el lavamanos. Cerró los ojos, respiró hondo y tomó la varita temblorosa. Abrió los ojos por fin.
Se miró en el espejo, respiró de nuevo, y bajó la vista a la prueba.
Dos simples rayas rosas: el veredicto. Una alegría intensa se mezcló con un terror helado. Estaba embarazada.
Intentó sonreír, convenciéndose de que era un destino hermoso, no un desastre cultural. Su mente se llenó de dudas sobre "qué dirán" y "qué pasará", pero una idea se impuso: Ahmed. Solo él podía ser su respuesta y su protector.
La emoción se convirtió en prisa. Escondió la prueba y salió del baño, aliviada de estar sola. Se cambió rápido y mintió a su abuelo por teléfono diciendo que iría a la biblioteca del campus, sólo para poder salir.
Un taxi la dejó en el moderno edificio de oficinas de Ahmed. Repasaba mentalmente escenarios donde Ahmed la abrazaba y le prometía un futuro, hasta que un encuentro inesperado la sacó de su trance.
Chocó levemente con un hombre. Era muy parecido a Ahmed, con el mismo porte elegante, pero un olor diferente y más fuerte lo distinguía. En ese instante, Horus Arslan se quedó atrapado en los ojos miel de la chica que estaba en la recepción de su hermano.
—Disculpe —dijo Senay con dulzura distraída. Un escalofrío la recorrió al cruzar miradas, sin entender por qué.
—No te preocupes —respondió Horus por pura cortesía, sintiendo un molesto rubor.
Ella ofreció otra disculpa rápida y siguió pensando en Ahmed. Su indiferencia era algo nuevo para Horus, y en lugar de molestarlo, despertó una curiosidad inusual. Quiso saber quién era ella, pero la prisa lo obligó a salir del edificio.
Horus estaba molesto, aunque no sabía si por la obligación familiar o por la imagen de esos ojos. Necesitaba un descanso. Había una crisis familiar que no podía evitar, con sus padres en el país y su madre, Dilara, queriendo repartir la herencia en vida.
Se recordó la promesa que le hizo su abuelo: "la familia es para siempre". Suspiró.
Recordando la última pelea, tuvo que detener su coche antes de llegar a su apartamento. Aparcó cerca del muelle de San Francisco buscando paz en el paisaje y la gente. Observó a unas mujeres en bikini, lo opuesto a la rigidez de su cultura.
Se quitó el saco y la corbata, relajándose. Vio cómo las mujeres le coqueteaban. Esto le sirvió para distraerse.
—Me dedicaré a pasarlo bien —murmuró, fijándose en una morena. Era un desafío para sí mismo y para su familia—. Muy bien.
Con esa idea, se fue en su descapotable. Justo a tiempo, recibió una llamada: su casa temporal en Malibú estaba lista. Condujo hasta la lujosa mansión, donde todo estaba preparado.
Después de un baño y un brandy, su cuerpo se relajó, pero su mente no. Recordó la cena familiar y la voz autoritaria de su madre.
—Tienes que casarte para recibir tu herencia —le había dicho Dilara—. Con una mujer como Hadiya Demir, o hija de alguno de nuestros socios...
Horus había negado con rabia. Si supiera que ya había estado con Hadiya unos días antes.
—Debes sentar cabeza, con una mujer digna de nuestro apellido y cultura —la señora Arslan estaba completamente desconectada de la realidad de sus hijos. Su padre y hermano callaron, cómplices de esa tradición.
—No voy a elegir a mi esposa por tus reglas, valores o tradiciones —replicó Horus con firmeza—. No necesito un plan tuyo. Tengo mis propias metas.
Recordando el momento, miró hacia la playa con una sonrisa triunfal. "No necesito la herencia para vivir", pensó. "Mi capital lo hice yo".
La cara de indignación de su madre no le importaba. Salió del recuerdo cuando el móvil le avisó: la cena familiar.
La luz de la tarde de Los Ángeles se filtraba a través de los vitrales de la pequeña iglesia, tiñendo el aire de un color melocotón y oro. No era la gran catedral de Estambul, sino un santuario íntimo, adornado con sencillez: sólo rosas blancas y lirios, que desprendían una fragancia limpia y esperanzadora. Todo en este segundo matrimonio de Senay y Horus Arslan-Hassan respiraba autenticidad.Senay entra vestida de novia a la iglesia. Su vestido era la antítesis del traje de alta costura que usó la primera vez: simple, de seda fluida que se movía con gracia, con un corte minimalista y una espalda al aire. No llevaba tiara, solo un velo ligero sostenido por un broche de perlas. Pero lo que la hacía inigualable era la luz en sus ojos, la sonrisa que no era forzada por las cámaras o los deberes, sino nacida de la profunda alegría del alma.A su lado, su padre. Levent caminaba erguido, su mano temblaba levemente mientras sostenía el brazo de su hija, un temblor no de debilidad, sino de em
Horus también viaja, pero su misión era doble y su destino, geográficamente opuesto al de Senay. Mientras ella volaba hacia el Bósforo para confrontar y sanar su relación con su padre, él se dirigía al sur, al corazón de la cultura que había moldeado a su madre, yendo al Cairo a donde su madre, Dilara. Era un viaje necesario para la paz de su alma, un intento de tejer los cabos sueltos de una familia destrozada por la ambición.El Cairo, con su polvo dorado y su vitalidad caótica, recibió a Horus con el calor intenso y seco que siempre lo caracterizaba. Dilara no lo esperó en un hotel de lujo ni en un palacio de mármol. Había elegido un elegante, pero modesto, apartamento en el barrio de Zamalek, cerca del río, donde la vida se movía a un ritmo más pausado.Ella le da una bienvenida simple, sin tanta opulencia como era antes. La opulencia, en el pasado, había sido el escudo de Dilara, la armadura de su inseguridad. Ahora, estaba desnuda de ese brillo innecesario. Llevaba una túnica de
La decisión de Senay de visitar la casa familiar en Estambul fue impulsada por una necesidad que supera el simple afecto: necesitaba cerrar círculos antes de abrir el más importante de su vida. El anillo en su dedo era el ancla de su futuro, pero el pasado aún flotaba a la deriva.Senay viajaba en compañía de Elif. El vuelo de Los Ángeles a Estambul fue largo, pero tranquilo. Ya no eran las hermanas separadas por el dolor y los secretos; eran cómplices, supervivientes. Elif, observando a Senay, notó el aura de paz que la envolvía, una luz que solo el amor verdadero puede encender.Al llegar a la majestuosa casa del Bósforo, Senay sintió una punzada de ansiedad. La relación con su padre, Levent, había sido históricamente fría, marcada por el deber y la distancia que Yasemin, su madrastra, se había encargado de cimentar. Pero la escena que las recibió era extrañamente diferente. Extrañamente, todo estaba en silencio. No había personal merodeando con aire tenso ni el perfume pesado de Ya
Dos meses habían pasado desde los hechos. Dos meses que se sintieron como un largo y profundo aliento después de años de asfixia. Los Ángeles había actuado como un refugio cálido y expansivo, el sol de California quemando lentamente las sombras del trauma que la familia Arslan había sufrido. Estos habían sido dos meses sanadores, un periodo dedicado a la reconstrucción, no de un imperio, sino de las almas que lo habitaban.Senay y Horus vivían en una burbuja de serenidad recuperada. La casa en la colina era su santuario, un lugar donde cada mañana se despertaban sin miedo, solo con la certeza del cuerpo del otro a su lado. El amor, que había nacido en las circunstancias más oscuras y bajo la coerción de un contrato, ahora florecía libremente. Cada beso, cada caricia, cada mirada profunda era un acto de gratitud y una celebración de la supervivencia. Habían aprendido que la verdadera intimidad no estaba en la pasión desenfrenada, sino en la paz compartida, en el silencio donde no hacía
El rugido uniforme de los motores del jet privado Gulfstream G650 era la única constante audible, pero no lograba llenar el vacío que se había instalado entre los ocupantes. El silencio en el jet privado era ensordecedor. No era un silencio de paz, sino el peso muerto de lo que había quedado atrás: la nieve manchada, el cuerpo inerte de Ahmed, la traición final de un hijo y la herida de un padre. Volaban rumbo a Los Ángeles, a miles de kilómetros del frío de la cabaña, buscando un refugio donde la influencia del abuelo Selim pudiera actuar como una manta insonorizada.A bordo, la eficiencia del clan Hassan había obrado su milagro médico. Set había sido curado. La bala, extraída con éxito, había dejado una cicatriz en su pecho que sería el recuerdo perpetuo del precio de su cobardía. Estaba bajo sedación controlada, su cuerpo frágil, pero su vida fuera de peligro. Horus también había sido curado de la herida superficial de su mejilla, un rasguño que palidecía en comparación con la heri
El aire se partió en dos. El único y atronador disparo que salió de la pistola de Ahmed no se disolvió en el frío del bosque; se incrustó en el tiempo, deteniendo la rotación del mundo.Senay había empujado su cuerpo con la fuerza de un resorte que se libera, corriendo hacia Horus. Él, viendo la grieta de oportunidad que ella había creado, se había lanzado simultáneamente. Sus brazos se extendieron, no para atacar, sino para proteger. Horus recibe a Senay en sus brazos y se gira, cubriendo su cuerpo con el suyo en un instinto primario de protección.Apenas se habían juntado, apenas el impacto de sus cuerpos había marcado el final de su carrera desesperada, cuando el segundo, tercer y cuarto disparo tronaron. Bang. Bang. Bang.El cuerpo de Horus se tensó, preparándose para el dolor que nunca llegó. Estaba girado de espaldas al lugar donde Ahmed había estado. Escuchó tres disparos más, pero ninguno en su espalda. Las detonaciones eran rápidas, profesionales, casi mecánicas. No era el so
Último capítulo