Capítulo I

El ambiente serio de la oficina se rompió con la repentina crisis personal. Senay se había aferrado a la idea de que Ahmed sería su salvador. Cuando él apareció, tan elegante como siempre, ella sintió un alivio que hizo desaparecer el miedo de las dos rayas rosas por un instante.

—Senay, mi amor, qué sorpresa —dijo Ahmed con su voz suave y su sonrisa que prometía una vida estable. Pero ella notó una tensión en sus ojos, una prisa oculta bajo su efusividad.

—Necesito hablar contigo. Es urgente. Vamos por un café —rogó Senay, queriendo privacidad lejos de la curiosidad de la recepcionista. Sentía que su verdad era demasiado grande para ese lugar.

—Claro, mi vida, pero solo tengo cinco minutos —su tono se volvió seco, restándole importancia—. Tengo una cena familiar importantísima. Mi madre no me perdonaría un retraso.

—Es sobre... nosotros —insistió Senay en un susurro cargado de significado. Abrió su bolso, buscando la prueba que sellaba su futuro juntos.

Ahmed, notando su solemnidad, dio un paso atrás. La tensión se transformó en una clara incomodidad, un instinto de huida.

—Mira, Senay —dijo, tomando sus manos con una brusquedad que la sorprendió—. Lo que sea que tengas que decir, ¿puede esperar? De verdad, esta noche es vital para mis negocios. Hablamos mañana con calma, ¿de acuerdo? Te llamo al amanecer.

Esa evasión, esa prioridad absoluta de sus asuntos sobre la urgencia de ella, fue un golpe de realidad. La protección de amor que Senay había construido se rompió. Soltó sus manos, y el miedo dio paso a una justificada furia fría.

—No, Ahmed, no puede esperar —declaró Senay, con una voz ahora firme por la amarga certeza. Sacó el envoltorio de plástico—. Mírala bien. Esto define tu vida tanto como la mía.

Ahmed tomó la varita y vio las dos líneas rosas. Su sonrisa desapareció, y un pánico crudo y egoísta tomó su rostro. En su mente, no había imágenes de cunas, sino el cálculo de cómo afectaría su herencia y el rigor de su madre.

—¿Qué... qué es esto? —preguntó, aunque sus ojos ya delataban que lo sabía.

—Es un bebé, Ahmed. Nuestro bebé —dijo Senay, tratando de mantener un hilo de esperanza. Buscó alegría o promesa en sus ojos, pero solo encontró rechazo y pánico.

Ahmed le devolvió la prueba como si quemara. Dio otro paso atrás, frotándose la frente. Se apoyó en su escritorio, creando una barrera física.

—No. No, esto no puede ser —dijo, negándolo por completo. Estaba frío, y sus ojos se habían llenado de ansiedad por el posible fracaso—. Debe ser una broma, Senay, no podemos ser padres —su tono fue cortante, liberándose de ella.

—Pues sí, es verdad —dijo Senay, dejando la prueba sobre el escritorio. Intentó sonreír—. Seremos padres maravillosos.

Pero Ahmed bajó la mirada y recordó las palabras grabadas de su madre: "No cometas errores, hijo, así todo será tuyo". La herencia. El poder. La posibilidad de ser el líder de la familia.

Con las manos crispadas, el silencio fue insoportable. Ahmed vio un documento legal en su escritorio. Observó a Senay, y luchó para no dejar que el cariño lo traicionara. Se había prometido seguir las reglas de su madre. El dinero era más importante que el amor.

Entonces, sacó su chequera. El sonido del papel al rasgarse fue desagradable en la calma de la oficina.

—Por favor, mi amor, por favor —tomó aire, soltándolo en un susurro sucio. Abrió el cheque con una suma jugosa e insultante—. Necesito que te deshagas de eso. —Empujó la prueba de embarazo hacia ella con el cheque—. No es nuestro momento.

El mundo de Senay, su sueño, se hizo pedazos. La palabra "amor" resonó en ella con un sabor amargo.

—¿"Mi amor"? —dijo con sarcasmo—. ¿Eso dicta tus palabras? —No esperó respuesta. Recogió la prueba, protegiéndola, y se dirigió a la puerta—. Bueno, "mi amor", haré lo que dices.

Ahmed quiso acercarse, pero ella se distanció con repugnancia. Se fue, dejando sobre el escritorio solo el cheque manchado, que ponía precio a su amor y a su historia. Había perdido su sueño, pero había ganado una certeza.

Ahmed se desplomó sobre el escritorio. Dudó un segundo, sintiendo culpa, pero su ambición y el compromiso con su madre fueron más fuertes. Eligió su herencia. Siguió con su trabajo, pensando brevemente en buscarla, pero no lo hizo. Haría que su madre estuviera orgullosa. Ya después buscaría a la chica para "solucionar el problema".

Con un esfuerzo de voluntad, eliminó cualquier emoción por su ahora exnovia.

Pero Senay estaba sola, vagando por las calles de Santa Mónica, con el corazón destrozado y un bebé creciendo dentro. ¿Qué haría? ¿Cómo enfrentaría a su familia? Sus tradiciones eran inflexibles; se convertiría en una paria, en la vergüenza familiar. Las lágrimas le nublaban la vista.

Estaba sola, sin apoyo. La desesperación la llenó de dudas. Había perdido a su madre y su padre la había exiliado. En un momento de debilidad, pensó que lo más honorable era desaparecer.

Caminó directamente a la playa. En su mente rota, el océano era la solución final, un lugar para perderse. Encontró un pequeño muelle en Malibú. Pensó que su sacrificio los liberaría a todos de la vergüenza.

Se quitó los zapatos, dejó su cartera y caminó hasta el borde. Se arrojó al agua, sabiendo que no sabía nadar. Sus últimas palabras mentales fueron una petición de perdón a su familia y a la criatura que no tenía culpa.

El agua helada la cubrió. Sin luchar, se dejó hundir, perdiendo el oxígeno. Cerró los ojos. La tristeza era un peso inmenso, y el deseo de dejar de vivir era abrumador.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP