Horus, que había logrado dejar atrás el muelle de San Francisco con un propósito de relajación, conducía su deportivo descapotable. Su mente estaba fija en la cena familiar, preparándose mentalmente para el enfrentamiento con su madre, Dilara. Su visión periférica captó un destello de movimiento inusual: una figura que, más que caer, parecía arrojarse al mar desde el pequeño muelle.El instinto, más rápido que la lógica, tomó el control. Horus no dudó. Detuvo el carro en seco, abrió la puerta de un golpe y corrió hacia la playa. Con la rapidez que pudo, tiró su saco y su corbata a un lado, descalzándose de prisa. Se sumergió en el agua fría, sus ojos buscando la silueta que se hundía.Vio a la joven. Estaba con los ojos cerrados, dejándose arrastrar por la corriente. Se le hizo extrañamente conocida, esa piel trigueña, el cabello oscuro flotando como algas. De pronto, la memoria de la recepción de su hermano y los ojos color miel lo golpeó como un rayo. ¡Era la chica de la oficina!La
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