La decisión de Senay de visitar la casa familiar en Estambul fue impulsada por una necesidad que supera el simple afecto: necesitaba cerrar círculos antes de abrir el más importante de su vida. El anillo en su dedo era el ancla de su futuro, pero el pasado aún flotaba a la deriva.
Senay viajaba en compañía de Elif. El vuelo de Los Ángeles a Estambul fue largo, pero tranquilo. Ya no eran las hermanas separadas por el dolor y los secretos; eran cómplices, supervivientes. Elif, observando a Senay, notó el aura de paz que la envolvía, una luz que solo el amor verdadero puede encender.
Al llegar a la majestuosa casa del Bósforo, Senay sintió una punzada de ansiedad. La relación con su padre, Levent, había sido históricamente fría, marcada por el deber y la distancia que Yasemin, su madrastra, se había encargado de cimentar. Pero la escena que las recibió era extrañamente diferente. Extrañamente, todo estaba en silencio. No había personal merodeando con aire tenso ni el perfume pesado de Ya