La llegada de los Arslan a Estambul no fue un simple viaje, sino el despliegue de una flota. Su jet privado aterrizó en el aeropuerto Atatürk, y una caravana de tres Mercedes negros blindados los esperaba para trasladarlos a través del Bósforo. El aire de Estambul, a diferencia del seco glamour de California, olía a mar, historia y especias orientales. El ambiente era denso, cargado de la expectativa de un choque de dos dinastías.
Set Arslan, el patriarca, mantenía su severa compostura. Dilara, su esposa, parecía una reina que se dirigía a reclamar un trono, vestida con un tailleur color crema y llevando un broche de diamantes. Horus estaba inmerso en su propia frialdad estratégica, revisando mentalmente cada línea del guion. Ahmed, a su lado, estaba pálido, ansioso por llegar y usar la distracción de la boda de su hermano como una excusa para "airear" su propia situación. Aún creía que podría contactar a Senay en secreto para resolver la amenaza de la varita de prueba que ella poseía, sin saber que la amenaza ya estaba sentada en la mansión a la que se dirigían.
La mansión Hassan se alzaba en una colina que dominaba el Bósforo, su arquitectura era una mezcla sublime de modernismo discreto y opulencia otomana, con jardines inmaculados que caían en cascada hasta la orilla. El edificio, más sobrio y menos llamativo que la mansión Arslan en Bel-Air, proyectaba una sensación de riqueza inquebrantable y un poder profundamente arraigado. No era un dinero nuevo; era una herencia blindada por el tiempo.
Al entrar al vestíbulo, Dilara Arslan sintió una punzada de asombro que casi la hizo flaquear. El mármol blanco, las alfombras Hereke originales y la colección de arte islámico de valor incalculable que adornaba las paredes superaban cualquier ostentación superficial. Esta familia no solo era rica; era intocable.
—Set, —susurró Dilara a su esposo, su voz llena de un nuevo y feroz entusiasmo. —Esta unión es oro. Olvídate de los Demir, esto es lo que debimos haber buscado.
En el gran salón, la familia Hassan aguardaba. Selim, el abuelo, un hombre de setenta años con ojos penetrantes y una barba plateada, presidía la escena con la tranquila autoridad de un sultán. Levent, el padre de Senay, se sentó a su lado. Senay se ubicó discretamente cerca de Selim, vestida con un sobrio pero costoso traje de lana y seda, con su amiga Vittoria a su lado, ofreciéndole apoyo silencioso.
Las primeras formalidades se centraron en la exhibición de los regalos. Horus se encargó personalmente de la presentación, entendiendo que el detalle era más importante que el valor bruto. Los mayordomos trajeron cofres de caoba llenos de lingotes de oro grabados con el símbolo de la naviera Arslan, diseñados para simbolizar la solidez financiera. Luego, tres jarrones gigantes repletos de orquídeas blancas raras, importadas, se colocaron estratégicamente. Finalmente, un estuche de terciopelo reveló un conjunto de joyas de zafiros y diamantes de la época del sultán.
La ostentación tuvo el efecto deseado en las mujeres de la casa Hassan. Yasemin, la madrastra, y Elif, la hermanastra, no pudieron ocultar su amargura. Los regalos eran tan excepcionales que eclipsaban cualquier cosa que Levent les hubiera dado. Yasemin esbozó una sonrisa rígida, pero Elif apretó el puño bajo la mesa. Sentían un veneno lento y ardiente de celos porque toda esta riqueza, destinada a sellar la posición de la familia, iba dirigida a Senay, la hija que siempre había sido marginada.
Dilara Arslan, por otro lado, miraba la unión con ojos de águila. La grandeza de los Hassan no la intimida, sino que la excitaba. La esposa de Horus no solo sería un escudo para su hijo, sino también una llave para la vasta red de negocios de construcción e industriales, una alianza que superaría la vieja y decadente naviera Arslan. Ahora, Dilara miraba a Senay con auténtico entusiasmo de cazadora.
Llegó el momento de las presentaciones personales. Las formalidades entre los patriarcas, Set y Levent, fueron secas y llenas de respeto mutuo, reconociendo el poder del otro. Luego, Dilara se acercó a Selim y Levent, tejiendo halagos y promesas sobre el honor que tendrían al unir a sus hijos.
Finalmente, Horus se dirigió a Senay.
—Senay, mi prometida, —dijo Horus, y la palabra resonó en la sala con una propiedad que asustó a la propia Senay.
Horus tomó la mano de ella, y no fue un saludo. Su agarre fue firme, casi doloroso. Era un mensaje triple: un aviso para Senay de que su actuación debía ser impecable; una demostración de afecto posesivo para las dos familias; y un retorcido desafío para el miembro de la familia Arslan que observaba con ojos de lechuza.
Senay sintió la presión y respondió con una mirada cálida, llena de un falso afecto que la hizo sentir como una actriz en una obra de alta traición. En ese breve contacto, ella reafirmó su pacto. Somos socios de negocios. Soy tu escudo, y tú eres mi salvación.
Entonces, llegó el turno de Ahmed. Había estado observando a la "futura cuñada" de la que su hermano hablaba. Estaba listo para ofrecer su felicitación fría y luego buscar una excusa para desaparecer.
Ahmed se acercó, la sonrisa forzada ya pegada a su rostro. Su mirada recorrió a Senay. En el campus de Los Ángeles, ella era la artista bohemia, a menudo vestida con ropa casual y con el cabello suelto. Aquí, era Senay Hassan, la nieta del magnate, elegante, serena, con un aura de inalcanzable dignidad.
Su mundo se detuvo. Sus ojos se encontraron, y por un microsegundo, la verdad lo golpeó con la fuerza de un rayo.
Era ella. Senay.
La misma mujer a la que había abandonado en Santa Mónica, la mujer a la que había ofrecido dinero para abortar, la mujer que se había arrojado al mar por la desesperación que él le había causado, estaba allí, viva, embarazada, y era la prometida de Horus.
La mortificación se apoderó de él. Su mente entró en una espiral de pánico: Si ella está aquí, ¿qué significa la varita? ¿Horus lo sabe? No, no puede saberlo. Si lo sabe, me destruirá. Senay debe haberle mentido a Horus sobre el padre, pero ¿por qué usar a Horus? ¿Venganza?
El rostro de Ahmed se puso ceniciento, pero la disciplina de los Arslan lo salvó. Su formación para no mostrar debilidad ante un enemigo se activó. En lugar de exponer su sorpresa, su rostro se convirtió en una máscara de cálida indiferencia.
Extendió su mano, casi tocando la de Senay.
—Senay. Es un placer conocer a la mujer que finalmente ha conseguido domesticar a mi indomable hermano. —Su voz sonó normal, aunque tensa.
Senay le devolvió el saludo con una inclinación de cabeza. No había miedo en sus ojos, solo una frialdad cortante. Ella le hizo saber que no era la Senay que él había conocido. Era la señora Hassan, la futura señora Arslan, y él era una figura irrelevante en la periferia de su nueva vida.
Horus observó la interacción, su propia sonrisa tensa. Vio la contracción en la mandíbula de Ahmed, el ligero temblor de su mano. Lo entendió todo: Ahmed no solo estaba sorprendido, sino que estaba aterrorizado, forzado a honrar públicamente a la mujer que había deshonrado en privado. El plan de Horus funcionaba a la perfección.
—Gracias, hermano, —dijo Horus, poniendo una mano tranquilizadora en la espalda de Senay, un gesto de protector. —Parece que, después de todo, tenemos algo en común.
La conversación formal se reanudó. Horus se dirigió a Levent y Selim con la retórica ensayada: el amor instantáneo, la urgencia de la unión para honrar a Senay y el futuro que las dos familias construirían juntas.
Selim, que ya había hablado con su hijo, se levantó con una dignidad que silenció el salón. Miró a Horus directamente.
—Horus Arslan, su propuesta es respetuosa. La voluntad de mi nieta y el honor que usted ha demostrado al viajar a nuestro país para seguir nuestra tradición nos han convencido. Usted y la familia Arslan han presentado sus argumentos.
Levent dio el asentimiento final, el peso de la tradición y el pragmatismo de los negocios sobrepasando cualquier duda sobre la velocidad del compromiso.
—Aceptamos. La unión Hassan-Arslan es aprobada.
El café turco fue servido de inmediato. Horus tomó su taza, y la probó: no contenía sal. El acuerdo estaba sellado.
Dilara se acercó a Senay y la tomó por los hombros. Su rostro, iluminado por el triunfo, se acercó al oído de su futura nuera.
—Bienvenida a la familia, querida. Este matrimonio nos hará invencibles. Y te aseguro que la boda será el evento más grande que Estambul haya visto jamás.
Senay mantuvo su sonrisa, sintiendo la garra de la matriarca. Sabía que la batalla real comenzaría con la planificación de la boda.
Ahmed se acercó a Horus al final, con una copa de agua temblando ligeramente en su mano.
—Horus, ¿podemos hablar en privado antes de volver? Hay algo que no entiendo de... de tu prometida. — Horus lo miró de reojo, su victoria silenciosa.
—Ahora no, Ahmed, quiero que todo salga perfecto. Vuelve a Bel-Air y resuelve tus propios asuntos. Hablaremos en California.
Mientras los Arslan se preparaban para partir, Senay se despidió de Horus con un gesto formal. Ella acababa de presenciar el miedo puro en los ojos de Ahmed, su ex amante y traidor. El bebé sería salvado, su honor sería restaurado, y el precio de su silencio sería la destrucción de la vida de Ahmed, pieza por pieza, todo bajo la atenta mirada de un Horus complacido.
La guerra, aunque silenciosa, había comenzado.