Horus también viaja, pero su misión era doble y su destino, geográficamente opuesto al de Senay. Mientras ella volaba hacia el Bósforo para confrontar y sanar su relación con su padre, él se dirigía al sur, al corazón de la cultura que había moldeado a su madre, yendo al Cairo a donde su madre, Dilara. Era un viaje necesario para la paz de su alma, un intento de tejer los cabos sueltos de una familia destrozada por la ambición.
El Cairo, con su polvo dorado y su vitalidad caótica, recibió a Horus con el calor intenso y seco que siempre lo caracterizaba. Dilara no lo esperó en un hotel de lujo ni en un palacio de mármol. Había elegido un elegante, pero modesto, apartamento en el barrio de Zamalek, cerca del río, donde la vida se movía a un ritmo más pausado.
Ella le da una bienvenida simple, sin tanta opulencia como era antes. La opulencia, en el pasado, había sido el escudo de Dilara, la armadura de su inseguridad. Ahora, estaba desnuda de ese brillo innecesario. Llevaba una túnica de