El aire en el mirador de Malibú era frío, cargado con el salitre del océano. Pero el frío exterior no se comparaba con la frialdad calculada que había descendido sobre Horus. Ya no era el salvador impulsivo; ahora era el estratega, y Senay, temblando a su lado, era su pieza clave.
Horus se inclinó para abrir la puerta de su automóvil, un elegante GT negro, y con un gesto la invitó a subir.
– Sube, Senay. No podemos quedarnos aquí,– dijo su voz, despojada de la compasión anterior. –Ahora eres mi prometida, al menos a partir de esta noche. Tenemos mucho que acordar antes de que amanezca.
Senay se deslizó en el asiento de cuero, todavía envuelta en la manta que él le había dado, su mente un torbellino de pánico y alivio. Había cambiado la muerte por una vida de farsa. Ella le dio una dirección, una dirección que la llevaría a una casa que Horus alquilaba en la cima de Laurel Canyon, un refugio discreto que usaba para sus negocios, lejos de la vigilancia de la mansión Arslan en Bel-Air.
El viaje fue silencioso durante diez minutos, un silencio roto solo por el murmullo de la radio sintonizada en jazz suave. Finalmente, Horus lo rompió, su tono seco y profesional.
– Escúchame bien, Senay. Aceptaste un trato, no un matrimonio. Esto es un contrato de protección y conveniencia. Para que funcione, necesitamos establecer las reglas ahora. No hay segundas oportunidades.– Se detuvo en un semáforo y la miró, sus ojos verde oscuro penetrantes. – Regla número uno: El niño es mío. Punto final. Esa mentira no se negocia, no se susurra, no se duda. Es la base de tu legitimidad y mi coartada. Si Dilara Arslan sospecha algo, ambos caemos. – Senay tragó saliva, asintiendo.
– Entiendo. El niño llevará tu apellido.
– Regla número dos: Cero intimidad. Tendrás tu propia suite. Yo tendré la mía. En público, actuaremos. Tendrás un anillo, habrá un compromiso formal, y habrá demostraciones de afecto calculadas cuando sea necesario para convencer a mi madre y, más importante, a mi padre. Pero en privado, somos socios de negocios. ¿Claro?
– Perfecto, – respondió Senay, sintiendo una punzada de alivio en medio del dolor. La idea de tener que estar íntimamente con un Arslan, incluso con el que la había salvado, era repugnante después de la traición de Ahmed.
– Regla número tres: Tu historia, tu pasado con Ahmed, no existe. Para el mundo, eres la misteriosa mujer de ascendencia turca y estadounidense que he estado cortejando en secreto y de la que me he enamorado perdidamente. Cualquier mención a que conocías a Ahmed, a que él intentó sobornar, a la varita, o a cualquier detalle de ese encuentro en la oficina... lo negarás con tu vida. Es una fantasía, Senay. ¿Estás lista para vivir en esa fantasía? – Senay asintió, su voz firme por primera vez desde que despertó en el hospital.
– Lo estoy. Él me enseñó que la verdad es un lujo que no puedo pagar. – Horus asintió, una sombra de respeto cruzando su rostro. La determinación que vio en ella era exactamente lo que necesitaba.
Llegaron a la casa en Laurel Canyon. Era moderna, con vistas panorámicas de la ciudad. Horus se aseguró de que estuviera cómoda, le preparó un té caliente y luego se sentaron en la sala, envueltos en la quietud de la noche.
– Ahora es mi turno, – dijo Horus, cruzando las piernas. – Necesito saber todo sobre Ahmed. Dime por qué te arrojaste al mar. Dime la magnitud de su traición para que yo pueda anticipar los movimientos de mi madre. – Senay respiró hondo, cerrando los ojos. Contar la historia era arrancar una costra dolorosa.
– Nos conocimos hace un año y medio. Yo trabajaba en una galería de arte en la que Dilara Arslan estaba interesada en invertir… pero Ahmed se acercó a mí después de la inauguración. Fue rápido, prohibido. Él me dijo que su familia nunca aprobaría a una mujer como yo: joven, artista, sin la ‘sangre’ y el ‘nombre’ adecuados. Así que lo mantuvimos en secreto. Nos veíamos en su pequeño apartamento en Santa Mónica. Era… intenso. Él era libre lejos de su familia, y yo estaba completamente enamorada. – Su voz se quebró ligeramente al pronunciar la última palabra, un dolor amargo. – Cuando le dije que estaba embarazada, todo cambió. No era la alegría que yo esperaba. Era pánico. Me dijo que mi noticia coincidía con el momento en que sus padres lo estaban poniendo a prueba. Que si se sabía del bebé, perdería la posición, la herencia, todo. Me dijo que su madre me encontraría y que mi vida, mi familia, serían destruidas por el deshonor.
Senay se mordió el labio, sus ojos fijos en el fuego de la chimenea.
– Me ofreció dinero. Mucho dinero. Dijo que me fuera, que me olvidara del niño, que lo ‘resolviera’. Pero yo no iba a hacer eso. Así que fui a su oficina hoy, decidida a enfrentarlo, a que reconociera a su hijo. La varita solo fue la confirmación de que me había traicionado, que había elegido la herencia sobre nosotros. – El relato dejó a Horus en un silencio helado. No era que no esperara la cobardía de su hermano, pero la brutalidad de la búsqueda de solución lo sorprendió. Ahmed había caído más bajo de lo que pensaba.
– Bien, – dijo Horus, la palabra resonando con el peso de una sentencia. – Eso nos da una ventaja. Él no se atreverá a objetar tu presencia, porque al hacerlo revelaría que la farsa es real. Y el niño es la prueba de su cobardía.
Horus se recostó en el sillón, su pose se relajó, pero sus ojos permanecieron agudos. Era su turno de exponer su verdad, la verdad que su madre nunca pudo entender.
– Mi problema es diferente. Mi madre quiere que me case con una vieja conocida, hija de una familia amiga de mis padres – Horus esbozó una sonrisa sardónica. – ella, mi madre, siempre me consideró el heredero natural. El mayor, más audaz, más… ‘indomable,’ como ella dice. Pero lo que ella ve como espíritu libre, yo lo veo como independencia. A mí nunca me ha importado el negocio naviero de mi padre. Es lento, anticuado, dependiente de la vieja política turca.
Explicó que mientras Ahmed se dedicaba a la contabilidad y la obediencia, Horus utilizaba sus propios contactos y el dinero que había ganado en el extranjero para invertir en start-ups de energías renovables y tecnología de logística avanzada.
– El imperio Arslan no es el de mi abuelo. Es un cadáver que mi madre intenta reanimar con alianzas como la de los Demir. Hadiya es una joya de la corona que le daría acceso a los negocios de importación y exportación de su familia, consolidando el control. Si yo me casaba con Hadiya, mi madre tendría el control total de mi vida y mi fortuna, y mi hermano quedaría relegado. Ese era el plan original.
– Pero tú te fuiste,-- intervino Senay.
– Exacto. Corté lazos. Le dije a mi madre que me casaría con quien yo quisiera, o con nadie. Así que mi padre, para evitar el escándalo, le dio a Dilara permiso para presionar a Ahmed. Hoy, nuestra madre creo salió con la suya, puede o no haber comprometido a Ahmed y Hadiya. Pero en el proceso, me ha dejado libre. Libre para asegurar mi posición financiera y, sobre todo, libre para elegir a mi propia esposa… o crear una. Y aquí es donde entras tú. – Horus se inclinó. – Al casarme contigo, Senay, Dilara pierde a Hadiya para mí, pero gana un ‘trofeo’ para mí: una esposa con la que no puedo casarme y divorciarme fácilmente, porque estoy ‘profundamente enamorado’ y viene un niño en camino. Ella no podrá deshacerse de ti sin causar un escándalo que afectaría mi posición de heredero, ni podrá usar a Hadiya como arma contra mí. Y mientras ella y Ahmed se pelean por la lealtad de Hadiya, yo puedo seguir construyendo mi propio imperio. Tú eres mi distracción, mi escudo y mi arma de doble filo.
El frío pragmatismo de Horus era abrumador. Senay entendió que no era un hombre de amor, sino de poder, y su bebé era simplemente el catalizador.
– El trato es justo, – dijo Senay, sintiendo la gravedad de su situación. – Pero hay un problema que no has considerado. Para que tu madre acepte la legitimidad de este matrimonio y de este niño, tiene que parecer… inatacable. No puedo aparecer de la nada con un anillo y un embarazo. Mi familia… mi padre y mi abuelo son de la vieja escuela. – Horus asintió.
– Dime.
– Necesitas pedir mi mano a mi padre. Levent Hassan. Tiene que ser formal. Si me caso contigo sin la bendición, sin que tú hayas visitado mi casa, y sin que hayan acordado el ‘precio’ de la novia, tu madre tendrá el argumento perfecto para anularlo por falta de respeto a la tradición, o peor, de que eres un cobarde. Tienes que ir a Estambul, beber café salado y pedir mi mano.
Horus se quedó en silencio, sopesando el riesgo. Un matrimonio en secreto en Las Vegas sería rápido, pero inútil contra la artillería de su madre. Un compromiso formal en Turquía, siguiendo el ritual, sellaría la historia.