Traicionado por los suyos, Alessandro, un hombre dominante y arrogante, lo pierde todo y debe mantener su identidad oculta… hasta que una mujer irritante le enseña que el amor, la lealtad y la verdad se encuentran cuando tocas fondo.
Ler maisSi alguien le hubiera dicho que terminaría pidiendo trabajo en una empresa que no conocía, en un país que no entendía, y con el nombre de otro hombre… le habría escupido en la cara.
Las puertas cromadas del ascensor se abrieron con un leve susurro metálico. Alessandro Strozzi entró, colocándose en el centro, irradiaba una presencia imposible de ignorar. Alto, de hombros anchos y postura impecable, su camisa blanca prestada abrazaba los músculos definidos de sus antebrazos como si hubiese sido diseñada para él. Tenía el tipo de elegancia innata que hacía que cualquier prenda pareciera de alta costura. No necesitaba esfuerzo; su simple existencia bastaba para que las miradas lo siguieran. El reloj de cuero negro en su muñeca capturó la luz justo cuando se acomodó el cabello oscuro y ligeramente despeinado, ese estilo “recién salido de la cama” que parecía casual, pero llevaba media hora de perfección frente al espejo. Tenía una mandíbula cincelada, barba milimétrica, labios firmes, y unos ojos color gris acero que parecían haber sido hechos para mirar por encima del hombro a todo el mundo. Tres mujeres entraron al ascensor justo después que él. Rieron en voz baja, fingiendo no mirarlo, mientras una de ellas se retocaba el labial y otra le ofrecía un “¿Piso?”. Alessandro levantó una ceja con desinterés y presionó el número 18. Su mirada no se detuvo en ninguna. No tenía tiempo. O más bien, no quería perderlo. Era su primer día en aquella empresa nueva, una oportunidad desesperada envuelta en un edificio de concreto. No podía permitirse errores. Había dormido mal, tenía el estómago cerrado y un nudo en la garganta que, por orgullo, se negaba a reconocer como miedo. Era la primera vez que sentía eso en años. Cuando el ascensor llegó al piso cinco, las puertas se abrieron, las tres chicas salieron y una mujer lo miro de pies a cabeza soltando un bufido exasperado. Pero no era por su físico. Valeria Sarli odiaba a los hombres arrogantes, y este lo tenía escrito en su cara y en la forma en la que abarcaba el espacio en el ascensor, parado justo en el centro, con los brazos cruzados, haciéndola arrinconarse hacia atrás, a pesar de que venía cargada con una caja y varios planos enrollados encima de ella. Llevaba puesto el atuendo de seguridad del taller de diseño. Una bata azul que le llegaba debajo de las rodillas, botas, casco y lentes de seguridad. Aun con todo eso encima, Valeria no se perdió el gesto de fastidio que se le escapó al hombre a su lado. Alessandro la ignoro, pero no podía creer como una mujer en su sano juicio podría salir así en público. Él siempre había estado rodeado de mujeres bellas, siempre disponibles, nunca había sido rechazado, sino todo lo contrario. Pero nunca, en toda su vida, una mujer lo había visto como esta chica promedio lo vio, y mucho menos con esas fachas. Valeria vio el número marcado. El hombre iba a su mismo piso, pero notó que ni siquiera se había tomado la delicadeza de preguntarle, ya que ella tenía ambas manos ocupadas. El ascensor comenzó a subir. Pero en algún momento uno de los planos se cayó de encima de la caja, rodando con un sonido seco y golpeando el piso con un ‘clac’ que rompió el silencio tenso. Valeria no pudo sujetarlo. Miro el plano en el piso, y luego al hombre a su lado. Este ni se inmutó. —Idiota— susurró. Respiró profundo, apoyo la espalda contra la pared y se arrastró poco a poco. La tela de su bata crujió al deslizarse contra las paredes del ascensor, el plástico de su casco rozando apenas la pared metálica, hasta que pudo alcanzar el plano devolviéndolo a su lugar. Alessandro la vio por el espejo del ascensor, la forma en que decidió resolverlo le parecía cómica y vergonzosa a la vez, ella lo fulminó con la mirada por el espejo. Él solo la ignoró. Valeria se levantó con dificultad. No pudo evitar confrontarlo. —Gracias por su ayuda… Caballero — dijo un poco exasperada. Él la miro con el ceño fruncido. —No parece que la necesitaras, pudiste resolverlo ¿no? Valeria noto el acento italiano. Lo miro arrugando la nariz y rodando los ojos. —Ah, eres de esos. Eso ofendió más el ego de Alessandro, ¿que se creía esta mujer para mirarlo y tratarlo de esa forma? Solo era una obrera o algo así, sabía que él no estaba en una posición estable en ese momento, pero ni siquiera lo conocía. —Disculpa — Dijo él ahora mirándola de frente— ¿De esos? — Preguntó con una ceja levantada. Valeria no había querido perder el control, pero no soportaba a este tipo de hombres. Lo enfrentó, mirándolo directamente a los ojos a través de sus lentes de seguridad. Él era mucho más alto, pero eso no le importaba en absoluto. —De esos idiotas egocéntricos que creen que el mundo les debe pleitesía, pero solo son unos bastardos egoístas. Alessandro lanzó una carcajada echando la cabeza hacia atrás, levantó ambas cejas sin poder creer lo que tenía enfrente. Si esta hubiera sido su empresa, esta mujer habría sido echada en el siguiente piso, estuviera despedida y sin posibilidad de encontrar trabajo en toda la ciudad, todo en menos de cinco minutos. Pero esta no era su empresa, ni su ciudad, ni siquiera tenía como mantenerse el siguiente mes. Pensó un segundo que hacer con esta mujer tan exasperante e irritante. —¿Sabes qué es esto? —Preguntó señalando el espejo del ascensor Valeria frunció el ceño sin entender. —Se llama espejo. Tal vez podrías usar uno la próxima vez... —dijo con media sonrisa. Valeria abrió la boca de par en par, incrédula. No podía creer al hombre que tenía enfrente. El ascensor se abrió en su piso, pero Valeria se quedó paralizada, con los labios entreabiertos. Alessandro salió tropezándola, haciendo caer los planos otra vez. Ella trató de buscar la forma de detener el ascensor, pero no tuvo tiempo. La caja pesada se le clavaba en los antebrazos, la superficie de cartón grueso raspando su piel con cada movimiento. Lo miro fulminándolo, con la mandíbula apretada antes de que la puerta se cerrara de nuevo. —Sigue mi consejo… Te hará bien— Dijo él al final.Cuando despertó, aún estaba en su regazo. Notó que él no la había soltado en ningún momento. Fue el sonido del timbre y el ligero movimiento de Noah lo que la sacó del sueño.—¿Estas mejor? — preguntó él, observándola con atención, como si buscara cualquier rastro de la tormenta anterior.—Sí… —respondió, incorporándose un poco y estirándose. —Al final resultaste útil… aunque sea como almohada.Noah exhaló un suspiro leve, el alivio apenas disimulado en su sonrisa.—Vaya… y yo que creía que lo de anoche me había dado más puntos. — La atrajo de nuevo hacia él, como probando si podía volver a cruzar esa línea— Creo que tendré que esforzarme mas para cubrir tus exigencias.Ella le dio un codazo suave, sintiendo un calor fugaz subirle a las mejillas con el recuerdo de la noche anterior.—Idiota, solo era un cumplido.Él arqueó ambas cejas, divertido, pensando desde cuando cumplido era sinónimo de insulto.—Pues, gracias entonces. Tú tampoco eres tan incómoda… para ser tú.Valeria bufó, ro
Abrió los ojos con la luz suave que se filtraba entre las cortinas. Tardó un segundo en reconocer dónde estaba… y con quién. Él dormía a su lado, su respiración lenta y profunda. Tenía un brazo sobre su cintura, como si temiera que se escapara incluso en sueños. Lo observó en silencio, siguiendo con la mirada la curva de su mandíbula, la sombra de su mandíbula, la calma de su rostro.No podía evitar recordar cada instante de la noche anterior. Nunca había sentido algo así. Nunca nadie había explorado su piel con esa precisión, como si supiera de antemano dónde y cómo tocarla. Incluso había descubierto zonas que ella misma desconocía, puntos que, con apenas un roce, la incendiaban por dentro. Se descubrió sonriendo… y entonces pensó en el después. En él despierto. En ella de vuelta a la normalidad.Con cuidado, apartó su brazo y se incorporó, procurando no despertarlo. Se sentó al borde de la cama, encorvando el cuerpo, codos sobre las rodillas y manos sosteniendo la cabeza. Esa posi
El placer crecía otra vez, como una marea que retrocede para luego golpear con más fuerza. Valeria apenas podía pensar; todo su mundo se reducía al calor abrasador de la lengua y los dedos de Noah, a la forma en que la reclamaba como si nada más existiera.—Noah… —jadeó, sus dedos se cerraron sobre las sábanas.Él alzó la cabeza solo lo suficiente para clavar en ella esos ojos grises, con una sonrisa ladeada que parecía decirle aún no has visto nada. Y volvió a hundirse en su piel, más rápido, más profundo, haciendo que Valeria arquease la espalda. Un gemido escapó de su garganta con un tinte de súplica.La segunda ola llegó como un incendio. Sus piernas temblaban, su pecho subía y bajaba sin control, y un estremecimiento la atravesó entera. Noah la sostuvo con firmeza, devorando cada espasmo, cada latido, como si dejarla escapar fuera impensable. Y entonces se detuvo. Se incorporó sobre ella, arrancándose el último resto de control.—Necesito sentirte ahora… —murmuró, su voz ronca,
Llegaron al edificio. Al entrar en el departamento, él se disculpó con un gesto despreocupado.—Es sencillo —dijo.La sala tenía apenas un par de muebles, una mesa en el comedor y luz tenue filtrándose por las cortinas. En el cuarto, una cama amplia, una mesa de noche y un pequeño escritorio con una laptop.Al cruzar la puerta, Valeria sintió el peso del encierro caerle encima. Era como si el aire se hubiera espesado. Dio un par de pasos, pero se detuvo, llevándose las manos al rostro.—Esto es una locura… —murmuró—. No sé qué estoy haciendo.Él se acercó y le apartó las manos con suavidad, pero sin apartar la mirada.—¿Qué sucede?—No estoy segura… —tragó saliva.—¿Es por Emilio? —preguntó, con un tono que no sonaba a celos, sino a reto.—Sí… —hizo una pausa, y la palabra se deshizo— No. —Sacudió la cabeza, respirando hondo—. Es por muchas otras cosas. Me siento… nerviosa. Tú solo haces esto porque quieres tomar lo que querías desde un principio. Hiciste todo esto para hacerme caer y
Valeria se levantó de su regazo, acomodándose el vestido con manos temblorosas, intentando recomponer una dignidad que sentía hecha pedazos. Noah, aún sentado, la observó con una mezcla de satisfacción y desafío.—Espera aquí —dijo él, poniéndose de pie y saliendo del cubículo privado.En la barra, pidió la cuenta. El monto era alto, más de lo que habría esperado para un café y un par de copas de vino. Maldijo por lo bajo. Nunca había escatimado en gastos, pero algo en la ironía de esa situación —gastarse así el dinero por ella— lo irritó y, al mismo tiempo, le arrancó una sonrisa involuntaria.Volvió al cubículo y la encontró de pie, perfectamente compuesta, pero con una mirada distinta. No era la de la mujer que lo había besado minutos antes, sino la de alguien que calculaba las consecuencias.Él lo entendió al instante: estaba pensando que, si se iba con él, no habría marcha atrás.—¿En qué piensas? —preguntó, acercándose con paso lento.—En que… no sé si es correcto —murmuró, baja
Valeria se mordió el labio interno, intentando contener el escalofrío que recorrió su columna, pero sintió cómo el calor subía de su pecho hasta sus mejillas.—No seas idiota. —murmuró, aunque su voz sonó menos firme de lo que esperaba.Él se acercó más, eliminando la distancia. Su mano se deslizó lentamente por su brazo, siguiendo la línea de su piel erizada, hasta llegar a su mejilla. La acarició con el dorso de los dedos, en un gesto lento.—¿Y por qué te sonrojas? —preguntó, con un brillo de triunfo en los ojos.Valeria mantuvo la mirada fija en la suya, decidida a no darle el placer de admitirlo.—Quizás por el vino… o el calor aquí dentro —replicó, con un tono seco que intentaba esconder lo evidente.Pero él no apartó la mano.—Yo diría que soy yo.Ella intentó alejarse, pero él la detuvo con suavidad, su mano firme posándose en su muslo. El calor de sus dedos atravesó la tela ligera del vestido como si no existiera. Valeria apretó la mandíbula; por dentro, su cuerpo lo pedía a
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